ARQUITECTURA
La Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad a la Iglesia de Atlántida Cristo Obrero construida entre 1958 y 1960 por el ingeniero Eladio Dieste
Eladio Dieste quería que los rezos retumbaran más fuertes. Los suyos y los de todos. Por eso soñó una iglesia que le agradara a Dios y la construyó. Lo hizo sin adornos, con materiales simples y una idea singular. Diseñó un espacio donde la humildad cobrara magnificencia. Un lugar para que la fe fuese alimentada, sin divisiones entre los creyentes y el sacerdote. Simplemente, clara e íntima.
“La Iglesia de Atlántida fue mi Facultad de Arquitectura… Y una obra que ha tenido consecuencias importantes. Me cambió la vida”, dijo una vez el ingeniero que convirtió su convicción religiosa en ladrillos y bóvedas.
Esa frase fue la que recordó su nieto, el arquitecto Agustín Dieste, al hablar sobre una consecuencia que llegó 63 años después del inicio de su construcción: la inscripción de la Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes como patrimonio de la humanidad por Unesco.
Luego de una década de gestiones ante el organismo internacional, ayer llegó la noticia que hizo reventar el WhatsApp familiar de los Dieste. La iglesia de Estación Atlántida comparte ahora la distinción con el Barrio Histórico de Colonia del Sacramento y el Paisaje Industrial de Fray Bentos, además del patrimonio innamaterial del tango (compartido con Argentina) y el candombe.
“Para él tenía una significación especial porque era una persona muy creyente. La obra tiene algunas innovaciones litúrgicas que después se multiplicaron en otras iglesias a partir del Concilio Vaticano II. Mi abuelo transformó a la iglesia en algo más horizontal entre el clérigo y la congregación. La diferencia entre el altar y el piso donde están los fieles es solo de un escalón”, relató. El ingeniero había confesado que no la construyó ni para los turistas ni para que se publicara en revistas extranjeras; sino que la levantó para otros fieles como él.
No obstante, la llegada de turistas que se espera a partir de esta declaración internacional y que deberá ser gestionada es el ingrediente imprescindible, a juicio de Agustín Dieste, para que la iglesia de su abuelo sea una “obra viva”.
El arquitecto Esteban Dieste, hijo de Eladio y tío de Agustín, recuerda los sonidos de los martillos y serruchos, las voces de los obreros y el humo del asado de cada almuerzo en la iglesia a medida que su padre la iba levantando según su plan. Ayer, ante la noticia, dijo a El País: “Me saltó el corazón. Es un orgullo muy grande y entiendo que es un orgullo que es de todos nosotros, de todos los uruguayos, porque si mi padre logró hacer las cosa que hizo es porque de algún modo tuvo el aporte del país y de los lugares donde vivió”.
Reconocimiento internacional.
“Dieste hacía magia con los espacios”, dijo Ana Ribeiro, subsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura y presidenta de la Comisión Nacional de Uruguay para la UNESCO, tras conocer la declaración de la Iglesia de Atlántida como Patrimonio de la Humanidad.
Conseguida esto, la comisión tiene el objetivo de que funcione como “una locomotora” para que otras construcciones del ingeniero también se incorporen a la lista.
“Es algo que nos llena de orgullo y de alegría”, señaló a El País sobre el proceso de una década que culminó con esta buena noticia.
Ahora se debe poner en marcha el plan de gestión para la puesta en valor de la iglesia en su medio y para que sea conocida por todos. “El turismo debe dinamizar el lugar pero nunca deteriorarlo”, advirtió la jerarca. La iglesia debe continuar con sus rituales religiosos sin que se vean entorpecidos por las visitas de los interesados y debe ser custodiado, no solo por técnicos en ingeniería, arquitectura y patrimonio, sino por los habitantes de la zona. Así apuntó Ribeiro: “El bien tiene que sentirse como propio porque todos los bienes patrimoniales son identitarios”.
La Comisión Nacional de Uruguay para la UNESCO continuará los trabajos para que otras obras de Dieste sean declaradas Patrimonio de la Humanidad, entre ellas, la Iglesia de San Pedro en la ciudad de Durazno que, para Ribeiro, “es preciosísima”.
En muchos puntos del país se encuentran sus proyectos: la terminal de ómnibus de Salto (1973), el gimnasio y colegio Don Bosco (1983) y el tanque de agua del Complejo América (1983) en Montevideo, los silos de Cadyl en Río Negro (1978), los silos para la Corporación Navíos en Colonia (1982), la fábrica Domingo Massaro en Canelones (1975) y la torre de comunicaciones de Telesistemas Uruguayos en Maldonado (1986), entre otros bienes patrimoniales.
Como dijo la historiadora, Dieste no solo construyó sitios religiosos que, quizás, sean los más conocidos por los uruguayos, sino también lugares vinculados “al mundo del trabajo, a la agricultura y a la industria” con un estilo de construcción “muy natural” y particular.
Y agregó: “Llevar este reconocimiento a toda la obra puede llevar una década o más pero no hay que cejar en ese intento. La idea es lograr el reconocimiento para un método de construcción que es único y que está hecho con elementos muy simples y con la clave de la austeridad. Desde la austeridad Dieste conseguía la grandiosidad”. (Producción: Irene Núñez)
Una iglesia para los creyentes.
Eladio Dieste era católico ferviente, aunque su fe se desarrolló con los años y se bautizó siendo un adulto. “Cuando tiene la oportunidad de hacer el proyecto de una iglesia lo hizo con mucho entusiasmo, dedicación y aprovechó a plasmar y a incrementar las estructura que estaba desarrollando y con las que estaba experimentando”, relató uno de sus hijos, Esteban Dieste.
Aunque el proyecto que le encargó el matrimonio Giúdice Urioste consistía en hacer un galpón con cubierta de bóveda, el ingeniero vio la posibilidad de ir más lejos. “Mi padre aprovechó la oportunidad, no para hacer esa cosa tan simple que le proponían, sino que dentro del uso de un material humilde como el ladrillo y dentro de la austeridad de esos espacios, lo que hizo fue incorporarle técnica, dedicación y cariño para con ese material hacer algo de más calidad estética”, contó.
Dieste propuso un espacio único calificado por la luz, donde se destaca el muro curvo detrás del altar que, tal como quiso, “recibe visualmente al pueblo cuando entra a la iglesia y lo rodea en el momento principal de la misa”.
El ladrillo es el gran protagonista. El material brinda su función resistente pero también un gesto expresivo. “Es humilde como los fieles para quienes la iglesia se construye”, dijo el ingeniero. Y añadió: “Pero (los materiales) han sido tratados con un desvelo que aspira a ser el homenaje que estos humildes merecen”.
El altar es un bloque macizo de piedra, de la que se ha pulido solo la parte superior. Sobre el altar se colocó un crucifijo de grandes dimensiones que fue realizado por Eduardo Yepes. Dieste quería que este fuera visto desde la nave destacándose sobre el rojo, avivado por la luz, de la pared del fondo. El techo es una bóveda continua de doble curvatura, calculada de tal forma que las curvas del techo y de la pared se encuentran entre sí. Este punto de la construcción fue algo totalmente innovador.
Dieste no pensó ni en columnas ni en pilares. Nada más alejado de las catedrales. “Mi abuelo mencionaba que en las ciudades viejas de Europa lo emocionaban más las construcciones austeras y despojadas de decoración pero en las que el espacio estaba trabajado con sensibilidad”, recordó el arquitecto Agustín Dieste.
Las propias paredes de la iglesia soportan la estructura que sigue sorprendiendo a los hombres que entran con mirada de niño. El ingeniero habló de la resistencia por la forma; bien pudo decir que el credo es lo que mantiene todo en su sitio.