TERAPIAS
Tres uruguayos que probaron esta práctica japonesa hablan sobre el poder sanador de la naturaleza.
Frente al estrés y la ansiedad, algunos buscan alivio en la medicación, otros en el movimiento y la actividad física, y hay quienes lo hacen en la meditación. Sin embargo, existe algo más a lo que podemos recurrir para alcanzar el bienestar: la naturaleza. El baño de bosque nos invita a sumergirnos entre los árboles y los arbustos, el cielo, los animales y la tierra, con el fin de contemplar el entorno con los cinco sentidos y traer calma a nuestro interior.
Entre árboles.
Andrés Balao lleva el contacto con la naturaleza en la sangre. “Me he criado en campaña, en escuelas rurales, trabajé en el campo, y hoy soy guía de naturaleza”, expresó en diálogo con El País. También participa en talleres vinculados a la protección de los entornos naturales.
Para él, el baño de bosque “es una oportunidad para escapar de lo cotidiano, de esa estructura social que tenemos”. Le gusta jugar con los sentidos, como sentir el aroma particular de las hojas o la textura de la corteza de los árboles. “El contacto con la naturaleza tiene un poder curativo. Nos libera del estrés y la ansiedad y nos permite bajar el cable a tierra”, aseguró.
El interés por la naturaleza de la fotógrafa Tali Kimelman puede verse en muchos de sus proyectos: una serie de árboles solitarios, otra del paisaje visto desde su ventana en distintos momentos del año. “Todos mis proyectos habían sido mirar hacia la naturaleza y noté que eso era algo que me hacía bien”, señaló.
En 2016 comenzó un relevamiento fotográfico en el Arboretum Antonio Lussich de Maldonado. “Iba todos los fines de semana y cuando volvía me sentía mucho mejor, más alegre, más inspirada”, expresó. Entonces, comenzó a investigar y se encontró con el concepto de ‘baño de bosque’, el cual define como “dar paseos entre los árboles con la atención puesta en los sentidos y en cómo se siente el cuerpo adentro”.
Algunos años después, en plena pandemia, María Elena Bouvier se encontró por primera vez con la expresión japonesa shinrin-yoku, que significa ‘baño de bosque’. Bióloga de profesión, le llamó la atención cómo podía aplicarse el conocimiento científico en una práctica que genera bienestar en las personas, así que empezó a investigar un poco más.
El término fue acuñado por autoridades de la Agencia Forestal de Japón a principios de la década de 1980. “A partir de ahí se vieron impulsadas las investigaciones que buscaban entender por qué estar en contacto con la naturaleza genera bienestar”, indicó María Elena. Algunos de sus beneficios son la relajación y la reducción de la ansiedad, el estrés y la ira.
Andrés, Tali y María Elena llegaron a los baños de bosque por distintos motivos. Pero los tres afirman lo mismo: la naturaleza es sanadora.
Compartir la calma.
Para salir un poco de los recorridos que hacía usualmente y abrir la contemplación a los demás sentidos, en marzo de este año Andrés organizó por primera vez un baño de bosque. “Implementé cosas como ejercicios de respiración y estiramiento”, contó.
Nueve personas de distintos departamentos del país acudieron a aquel encuentro en el Bosque de Ombúes, en Rocha. “Se trabaja con grupos limitados para que sea más personalizado”, explicó el guía. Y añadió: “Fue una experiencia muy linda y la prueba está en que las personas que se sumaron ya están enganchadas para participar en la segunda edición este 13 de noviembre”.
En cuanto a Tali, organizó baños de bosque grupales en 2018 y 2019, hasta que comenzó la pandemia y cerró el Arboretum. “Hace muchos años que tengo una búsqueda interior profunda de cómo estar en paz, y cuando la encontré en esa actividad tan simple dije: ‘Ya llevo el bosque a las personas a través de las fotos, pero me gustaría traer a las personas al bosque’”, relató.
La propuesta, que comenzaba con una meditación y seguía con una caminata, tuvo una gran repercusión: “La primera vez vinieron unas 100 personas, después unas 200 y la última 400. Me parece que hay una gran necesidad de tener momentos para compartir esa calma en comunidad”, sostuvo. Volverá a promover esta instancia para febrero de 2023.
Por su parte, María Elena tuvo su primer baño de bosque con el Forest Therapy Hub, un grupo de profesionales de diferentes países que ofrece programas de formación en terapia de bosque. La guía estaba en Inglaterra y cada participante se conectaba desde su país de residencia, en un entorno natural que tuviera disponible. “La persona que guiaba iba proponiendo actividades y cada uno lo realizaba en su lugar”, contó la bióloga.
Pronto, comenzó a guiar baños de bosque por sí misma. “Visito el lugar, armo el recorrido, estudio quiénes van a ser los participantes y organizo el diseño de la actividad”, mencionó. Lo ha hecho en varios parques de Montevideo, como el Parque Rivera, el Rosedal del Prado, el Jardín Botánico y el Parque de la Amistad. No obstante, señaló que incluso se puede hacer en el jardín de una casa.
Sensaciones.
Para Andrés, el baño de bosque “es una ensalada de sensaciones”. Corre aire, los rayos del sol se filtran entre los árboles, y eso genera paz y confort, indicó. También ayuda a reflexionar sobre problemas a los que no les encontramos solución en el apuro de lo cotidiano. Él prepara estas propuestas en @la_barra_grande.
A Tali estas experiencias le trajeron claridad. “Amplió mi ventana de tolerancia con las dificultades del día a día”, aseguró. Al llegar al bosque y detenerse en el crujir de las hojas bajo sus pies, su ritmo interno se acompasa con el de la naturaleza: “Mi guía deja de ser el ritmo frenético de la ciudad y puedo seguir el ritmo de mi corazón, de mi respiración, usar las señales internas para guiar el paso”. Su Instagram es @bosque.uy.
La primera sensación que atraviesa a María Elena en los baños de bosque es el asombro. Luego, la calma. “Al finalizar, la conexión con la naturaleza es más afectiva. Eso te lleva a bajar los niveles de estrés y a retribuir a la naturaleza con el cuidado y la conciencia que merece”, expresó. Está en Instagram como @shinrinyokuruguay y su mail de contacto es [email protected].
Integrar el baño de bosque con el trabajo.
En el Arboretum Antonio Lussich, había días en los que Tali sacaba muchas fotos y había días en los que no sacaba ninguna. “Esa inspiración, esas ganas de sacar fotos, dependían bastante de mi estado interno”, dijo. A veces ni siquiera llevaba la cámara porque iba en plan de “pasar el día en el bosque” y no de trabajar.
No era un problema que cayera un poco de lluvia, porque los árboles la resguardaban bastante. Y tampoco era un problema perderse: “Me perdí muchas veces y fue interesante porque cuando te pasa en la ciudad sacás el celular, pero ahí no tenía sentido porque no están marcadas las callecitas internas en el mapa”. Entonces, lo que hacía era escuchar. Descubrió que podía guiarse con el ruido de la ruta interbalnearia y con algunos árboles para encontrar la salida.
Como venía del área de la publicidad, estaba acostumbrada a intervenir mucho sus fotografías y a decidir qué va y dónde se ubica cada elemento. Sin embargo, en el bosque se propuso “no interferir con lo que naturalmente estaba ahí”. No movía las cosas, más que agarrar alguna hoja o flor que le gustara.
Hoy en día sigue yendo al Arboretum, pero no tan seguido. Lo que sí mantiene con frecuencia es el contacto con la naturaleza, ya sea en el Parque Roosevelt de Ciudad de la Costa o el Parque Rivera de Montevideo. “Sirve cualquier lugar que tenga árboles, aunque lo bueno del Arboretum es que son 200 hectáreas y podés pasar todo el día caminando”, comentó.