Los de ahora, los de siempre: el lugar de los amigos o por qué Harvard dice que la felicidad está en los vínculos

En algunos países el 14 de febrero se celebra el amor y también la amistad, un tipo de vínculo que se mantiene a lo largo de toda la vida, pero que se resignifica. Este es un texto en primera persona para festejar a los amigos.

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Grupo de amigas
Grupo de amigas
Foto: Archivo El País

De todas las cosas que soy —periodista, hija, hermana, hermana mayor, nieta, prima, sobrina y así— lo que más me gusta es ser amiga. No siempre lo supe. Lo descubrí en los últimos años. Exactamente en 2022.

Lo sé porque fue la primera vez que decidí festejar mi cumpleaños con todas mis amigas y amigos juntos. Antes siempre festejaba por separado, hacía muchas celebraciones. Pero ese año, después de un tiempo largo sin ver demasiado a mis amigos por la pandemia y por circunstancias, decidí celebrar. Cumplía 29 y me parecía lindo, también, festejar el final de una década. Cerrar los veintes como se merecían: bailando.

Esa noche, en medio de la euforia, me fui para afuera del lugar que había alquilado. Quería mandarle un audio a una de mis amigas —a una de mis mejores amigas— que vive en Córdobadesde hace muchos años. Quería decirle “hola, amiga, me gustaría que estuvieras acá”. Y cuando estaba en eso, con el teléfono en una mano y un vaso en la otra, miré hacia adentro. Estaban todos: mis hermanas, mis hermanos, mis primos, mi amiga de toda la vida, mis amigos y amigas de la escuela, los de facultad, las del trabajo, las de la adultez, las amigas que conocí de casualidad. Tuve, en ese momento, la sensación de que no quería estar en ningún otro sitio: de que si esa noche duraba para siempre estaría bien. Pero, sobre todo, tuve la certeza de que la vida que deseaba, el lugar hacia el que quería ir, era muy parecido a eso que estaba pasando mientras mis amigos y mis amigas bailaban. Quiero decir: a estar cerca de todas esas personas.

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Durante muchos años, por estas fechas cercanas al 14 de febrero he escrito historias de amor de parejas: historias extraordinarias, historias de quienes han mantenido el amor en el tiempo, historias de amores a distancia, de amores secretos, imposibles.

En estas últimas semanas estaba buscando una historia de ese estilo. Al final siempre es lindo contar historias de amor. Ya lo hicimos en esta misma página a mediados del año pasado. En eso estaba cuando entré a buscar un libro a una plataforma de audiolibros, un libro que no tenía nada que ver con el amor. Entonces me topé con este título: Pequeño tratado sobre la amistad.

Leí el primer capítulo. Se llama Flora. Espino de fuego. Empieza así: “Cuando Flora me toca el timbre se larga a llover. De forma torrencial. Son las tres de la tarde de un viernes, había hecho un esfuerzo por ubicar todas mis reuniones durante la mañana y terminar a tiempo para una caminata. Decidimos tomar un café y esperar. Se sienta a la mesa de la cocina y me dice: ¿qué es todo este dengue? Flora siempre me ayuda a ordenar mi casa”.

Después no pude frenar. Es un libro cortito que escribió Joana D’Alessio, escritora, guionista y editora brasileña que vive en Argentina. Cada capítulo está dedicado a una amiga diferente: Flora, Gabriela, Julieta, Gimena. La autora lo escribió en la pandemia. Con cada una de sus amigas sale a caminar por Buenos Aires, y a través de cada una de ellas habla sobre las flores y las plantas y la ciudad y, al revés, a través de las flores y de las plantas y de las calles de Buenos Aires habla sobre sus amigas.

Cita a Borges: “La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras fases de esta confusión que es la vida”.

Dice cosas como esta: “La existencia en general es caos y desorden y el diálogo con una amiga me ayuda a juntar los pedazos, a entender el mundo, a entenderme. Gaby es mi amiga más afín, casi siempre que hablamos pensamos lo mismo, y lo que hacemos con la conversación es sacarle brillo a las ideas. Solucionamos problemas y de repente las cosas se ven diáfanas, transparentes, bellas, y así conseguimos que por un momento desaparezca el horror del mundo”.

Y entonces, mientras conocía a mujeres a las que nunca les vi la cara, mientras caminaba con ellas por calles desoladas por una pandemia, supe que esta vez —esta única vez— quería hablar sobre otro tipo de amor. Quería escribir un texto sobre el amor por los amigos.

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La primera imagen que tengo de una amiga es la de Vicky. Mis abuelos y su abuela tenían casas enfrentadas en una playa del interior. Un verano yo empecé a jugar con una de sus primas y, al verano siguiente, llegó ella. Tenía cinco años, la misma edad que yo. Empezamos a pasar todos los días juntas, en la casa de mis abuelos o en la casa de su abuela. Después, cuando volvíamos a la ciudad, aunque íbamos a escuelas diferentes, nos veíamos todos los fines de semana. Jugábamos en su casa o en la mía, armábamos campamentos en el sillón del consultorio donde su madre psicóloga atendía a sus pacientes o en medio de las cuchetas donde yo dormía con mis hermanos. No sé en qué momento pasó, pero, de pronto, Vicky era parte de mi familia.

Somos amigas desde entonces, y, aunque hubo un tiempo en la adolescenciaen el que nos peleamos, crecimos juntas de una manera muy sencilla. No lo entendimos hasta que fuimos adultas: nos hemos acompañado durante 26 años sin pretender de la otra nada más que eso, estar.

Muchos años y muchas amigas y amigos después de aquel verano en el que conocí a Vicky sigo pensando que la amistad es el vínculo más honesto de todos: estamos solo porque queremos estar.

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Un día le escribo a Alejandro De Barbieri, psicólogo. Le digo que estoy escribiendo un texto sobre la amistad, si puedo enviarle unas preguntas al respecto. Me dice que sí, le envío algunas consultas muy sencilla sobre el lugar de los amigos en la vida. Unos minutos más tarde me manda varios audios y algunos enlaces de YouTube.

Audio uno: “Hola, Sole, ¿cómo estás? Te voy respondiendo. Lo bueno de la amistad es que es un vínculo de reciprocidad. Se habla mucho de esto, parece algo obvio, pero hay que ponerlo sobre el tapete. Si pienso en amistad se me vienen dos palabras claves que son libertad y crecimiento. La clave está en que a diferencia de una familia o de los compañeros de un trabajo, o de una relación de pareja, es un vínculo en el que se está porque uno lo elige, no porque viene impuesto por algún motivo”.

Audio dos y tres: el psicólogohabla de la amistad en las distintas etapas de la vida. Menciona que es importante en la niñez, porque es el primer vínculo por fuera de la familia, donde se empiezan a ver el juego, los valores, el desarrollo emocional; en la adolescencia, porque los amigos son el lugar de identidad y pertenencia; en la adultez y en la vejez, porque cumplen la función de compañía y comprensión.

Audio cuatro: “El concepto de amigo se resignifica siempre, y hay que ser muy resiliente para entender eso”.

Audio cinco: De Barbieri menciona el Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard. Dirigido por Robert Waldinger, profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard, es una de las investigaciones más largas que se han realizado en la historia: durante ocho décadas siguieron la vida de 700 jóvenes para analizar los factores que hacen felices a los seres humanos. En una entrevista posterior, el doctor Waldinger dijo: “Son las buenas relaciones humanas las que nos hacen más felices y saludables. Punto”.

Grupo de amigas
Grupo de amigas
Foto: Archivo El País

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Me gusta cuando me junto con mis amigas de toda la vida y nos ponemos nostálgicas y miramos para atrás y nos reímos mientras nos acordamos de cosas. Me gusta porque ahí, en esos recuerdos, está nuestra historia, que, al final, es lo que nos une, o es, al menos, lo que tenemos en común, el lugar en el que nos encontramos, en el que no hay diferencias. Me gusta ver, a través de ellas, cómo pasa el tiempo —también me aterra— y cómo los sueños que alguna vez tuvieron se van convirtiendo en realidades. Me gusta ver cómo elegimos cosas diferentes, cómo vamos hacia distintos lugares y sin embargo nos seguimos eligiendo.

También me gusta conocer gente. Soy una persona a la que le gusta hacer amigos. El año pasado viví 40 días en la Antártiday conocí a tres científicas. Nos hicimos amigas en dos días y entonces supe que la amistad, aun en la adultez, no necesita de ningún tiempo.

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Belén es una de las amigas más importantes de mi vida adulta. Nos conocimos trabajando —escribiendo, que es lo mismo— en el mismo lugar y nuestra amistad fue progresiva, se fue intensificando con el tiempo.

Compartimos un grupo de amigas periodistas que han sido fundamentales para transitar esta profesión, pero ellas están desparramadas por ahí y nosotras seguimos trabajando en el mismo sitio, nos sentamos al lado, tenemos proyectos juntas, inventamos formas para que el mundo —el nuestro, al menos— sea un lugar mejor, compartimos una misma noción de belleza y nos complementamos muy bien: Belén es todoterreno y yo soy una delirante.

Hemos escrito muchos textos juntas. Pero, en 2022, trabajamos mano a mano en el guión de varios capítulos del podcast Andes, 72 días en la montaña. Al final de ese proceso decidimos tatuarnos la misma montaña. A veces, en broma, Belén me pregunta qué pasa si un día dejamos de ser amigas. Y yo le digo que no pasa nada.

A la mayoría de las amigas y los amigos que tengo, en general, los conservo desde hace mucho tiempo. Me gusta pensar que son personas que van a estar para siempre en mi vida, aunque a veces crea que esa afirmación no tiene ningún fundamento. No hay un estudio de Harvard que diga que después de tantos años de amistad las personas nunca se irán. Pero yo he tenido momentos puntuales con todos que me sirven de argumento: situaciones, palabras o miradas que han sido certezas. Y, al final, el tiempo casi siempre me ha dado la razón.

A ellas, a ellos: que nunca se les escape la alegría, que la tristeza sea suave, que nos encontremos bailando.

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