Julia Guarino fue la primera: en 1923 se recibió como arquitecta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (Udelar). Aunque nació en Italia, se instaló con su familia desde muy chica en Uruguay. Después siguieron otras: Adela Yanuzzi, la primera mujer arquitecta nacida en el país, Cecilia Ponte, investigadora y docente, Liliana Carmona, profesora emérita de la Facultad de Arquitectura. Rosario Etchebarne, especializada en investigación en tecnologías alternativas, Cristina Pastro, docente grado cuatro, Elsa Maggi, arquitecta del liceo Francisco Bauzá. Y más.
Entre 1923 y 1980 de la Facultad de Arquitectura se recibieron cerca de 450 mujeres. Todas tuvieron carreras diferentes y particulares, pero tienen algo en común: en su título decía “arquitecto”. Después de los 80 eso cambió y las que egresaron desde entonces tuvieron un título que dice “arquitecta”.
Sobre ellas no se conocía nada: ni su obra, ni su vida, ni su vocación, ni sus problemas, ni sus pasiones. Con eso se encontró Mariana Añón, arquitecta, cuando, para su tesis de maestría, empezó a pensar en las pioneras del Uruguay: nadie sabía sobre ellas.
Con una de las cotutoras de su tesis, Alma Varela, habían creado la Comisión de Equidad y Género de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, y venían trabajando juntas en el tema.
Propusieron, entonces, un curso de educación permanente -que se da en el marco de facultad pero del que puede participar cualquier persona- para difundir a las arquitectas uruguayas que se recibieron entre 1923 y 1980. “Conocer e investigar a las 530 que egresaron en ese período yo sola era una tarea imposible. También entre dos o tres. Entonces este curso fue una buena excusa para hacerlo. Y ahí se empezaron a sumar distintas docentes”, cuenta Mariana.
Así surgió el colectivo Arquitectas del Uruguay, que está formado por docentes de la universidad, estudiantes de grado y de posgrado, algunos hombres, familiares de las arquitectas o gente cercana.
Y se pusieron a trabajar en el mismo proyecto: el primer atlas de arquitectas del Uruguay, que, además de una muestra que se inauguró a comienzos de este año en la facultad -y que el año próximo recorrerá distintos lugares del interior del país- tiene una página web que el colectivo presentó la semana pasada.
“Hace por lo menos un año que empezamos con la web, pero nunca la habíamos lanzado de manera oficial. Hace un tiempo nos dimos cuenta de eso, decidimos hacer una pausa y organizar la inauguración. Ha sido tanto el trabajo que no habíamos podido hacerlo antes”, dice Alma.
En el sitio -arquitectasdeluruguay.com- se puede encontrar la historia de 27 de las arquitectas que se plantearon recuperar. Es un trabajo que no tiene un final: un proceso que continúan y continuarán hasta que se conozcan todas, hasta que ninguna sea invisible.
“Todo el tiempo tenemos que justificar por qué estamos haciendo esto, por qué es necesario conocer el trabajo de todas esas mujeres, sin que importe nada más”, dice Mariana. “Nosotras queremos ponerlas en el mapa y que se sepa lo que hicieron. Después se evaluará si su trabajo es valioso o no, pero el hecho de nombrarlas y conocer su historia es lo que buscamos”.
Investigación sin fin
De algunas aparecieron familiares, personas que las conocieron, que guardan su legado. Entonces la investigación fue más sencilla: hubo que hacer entrevistas y charlar con quienes tenían algo para aportar sobre su historia. Pero hubo otras de las que solo se sabía el nombre. Aparecía en diarios de la época, en revistas de arquitectura, pero nada más. Entonces la investigación fue más difícil, a veces casi imposible.
Les pasó, alguna vez, que después de buscar, buscar y buscar, apareció una foto y el nombre y la historia tuvieron, entonces, un rostro, un cuerpo. Esos, dicen las arquitectas, han sido momentos emocionantes de esta investigación.
Cada una de las personas del colectivo se ha encargado de distintas biografías. Tienen una lista con el nombre de todas y, a medida que van pudiendo, van avanzando de a poco. En el sitio hay un botón donde la gente puede aportar datos de las arquitectas que conozcan. Esta, dice Alma, es una tarea que no termina.
Y no terminará mientras la arquitectura sea un espacio de desigualdades. “Es cierto que no estamos en la misma situación que hace cien años, claro que no, en ese momento había muy pocas mujeres estudiando, hoy hay más mujeres en la Facultad de Arquitectura que hombres. Sin embargo, esto no se traduce en cómo se distribuyen los cargos de enseñanza y en cómo es el ejercicio posterior de la profesión”, explica.
Hoy, dice Mariana, la arquitectura sigue siendo un ámbito de hombres: “Sigue pasando, por ejemplo, que las mujeres en obras son mal vistas, o que hay que pelear mucho para hacerse un lugar. Yo conozco un solo estudio en el que a la cabeza están dos mujeres. Hace un tiempo charlaba con un chico muy joven que me comentaba cómo sus compañeros de generación trabajan en obras o en constructoras y cómo las mujeres están todas en proyectos.
Por eso dedican tiempo a esta tarea. Por eso insisten. Por eso cuentan la historia de las que estuvieron antes. Porque sin esas mujeres, tal vez, ellas no estarían hablando de esto. Porque hacerlas visibles es, también, una forma de agradecimiento.