Para Grisel Maymo Planas, el atardecer es un “abrazo de cielo”. Ya de niña lo observaba con fascinación y siempre fue su lugar seguro cuando estaba triste. Ahora, desde la casa-cueva que construyó junto a Ricardo Milberg en la Playa de La Rinconada de Punta del Este, siente que el ocaso la abraza “por completo”. Así es: en aquel lugar escondido entre las rocas, uno se siente protegido por la naturaleza.
En equipo.
Grisel y Richard se conocieron siendo jóvenes, en Argentina. Ella tenía unos 25 años y era de Capital Federal, y él tenía ocho años más y era de Tigre. Luego, sus vidas tomaron caminos separados, pero hace 20 años el destino quiso que se volvieran a encontrar.
“Un amigo se cruzó con ella por la calle y después me llamó y me dijo: ‘¿Sabés que está soltera la Grisel?’ Así que la llamé y la invité a tomar el té”, contó Richard en diálogo con El País. Desde entonces están juntos.
Ambos habían venido muchas veces a visitar Uruguay. Grisel solía quedarse con su familia en una casa que tenían en Punta Ballena: “Era mi reino”, dijo. De hecho, cuando sus padres tuvieron que vender el terreno, ella sintió que se quedaba sin una parte de sí misma. Sin embargo, en el año 2005 surgió la posibilidad de crear una casa a orillas del océano, donde antes no había más que roca y mugre. El reinado continuaría.
El espacio lo ocupaba un pescador que conocía a Gisel desde que ella era niña y le ofreció vendérselo porque sabía que le gustaba el lugar. Entonces, era solo una planta con paredes de roca, sin ventanas, sin puertas, sin agua y sin luz. “Se lo compré, pero era como comprar el Obelisco porque no había ningún papel”, comentó.
Lo primero era limpiar. Sacaron cinco camiones llenos de basura. Poco a poco, la pareja fue convirtiendo aquel agujero en un hogar. “Teníamos muy poco presupuesto y mucho ingenio”, sostuvo Gisel. Ella es artista plástica, así que aplicó sus habilidades creativas en puertas, muebles y cuadros. Richard también hizo lo suyo, desde los cimientos hasta la decoración. Incluso se lesionó el manguito del rotador (un grupo de músculos y tendones en la zona del hombro) picando piedra: “Ahí aprendí que no se puede martillar para arriba”, recordó.
Gisel agregó: “Entre los dos se hacen cosas lindas”.
La escultura.
El resultado de tanto trabajo fue una casa de dos plantas. Abajo, un corredor de piedra lleva a la puerta principal, y lo primero que se ve al entrar es el comedor y la cocina. El interior se pintó casi todo de blanco, menos las partes en donde se mantiene la roca original. A continuación, está la salita de estar, con un sillón, una mesita y dos sillas.
Justo antes de la escalera que lleva a la planta alta, hay una puerta que da acceso a un balcón entre las rocas. Allí, todo es paraíso: la playa, el sol, el cielo, el agua. “Aquí todo es hermoso, los días de tormenta y los días de sol. Quizá el peor mes es enero porque es demasiado invasivo, demasiada gente”, afirmó Gisel.
Ya en el piso de arriba, hay más sillones, otra mesa, un espacio de guardado y un baño. Tienen que limpiar y fumigar bastante seguido, porque se llena de hormigas en el techo y entre las piedras. No obstante, todo el esfuerzo vale la pena con tan solo mirar hacia afuera o escuchar el ronroneo del mar.
“Las tormentas son impresionantes. Los rayos en el cielo parecen fuegos artificiales, las olas golpean enfurecidas y nos llenan de rocas, y después todo se va”.
La cueva es arte por donde se mire. La luz del Sol que entra a través de los ojos de buey ilumina los diferentes objetos que decoran la casa: una vértebra y una costilla de ballena, muchos cuadros y esculturas, luminarias de vidrio hechas a mano por Richard.
Por un tiempo vivió con ellos el escultor uruguayo Daniel Escardó, quien alguna vez les dijo: ‘Esta casa es una escultura’. De allí salió el nombre que lleva la cueva hasta el día de hoy: Casa Escultura.
Puertas abiertas.
Richard y Grisel vivieron en aquella casa durante 14 años ininterrumpidos. “Todo el tiempo, invierno y verano, porque la ocupación tiene eso, te tenés que quedar”, señaló Gisel. Sin embargo, sucedió algo que lo cambió todo.
“Cuando este lugar era un depósito de basura nadie reclamaba nada, pero después de que lo pusimos lindo alguien nos denunció”, contó Richard. Ante la posibilidad de perder lo que hasta entonces había sido su único hogar, la pareja empezó a buscar soluciones y encontraron un terreno que era de la familia de Grisel, a pocas cuadras de la cueva. Allí comenzaron a construir una casa.
Perdieron el juicio y el lugar que tanto les había costado construir pasó a estar en manos de la Intendencia de Maldonado. Cuando las autoridades se acercaron, Richard les dijo algo así como: “Si quieren me voy, me llevo todo, y les dejo un agujero que va a ser baño público y refugio de drogadictos y vagabundos, o pueden capitalizar este sitio y dedicarlo al turismo y la cultura”.
La negociación terminó en un comodato que le permitiría a la pareja salvar Casa Escultura y abrirla al resto del mundo.
“Ahora es de la Intendencia, pero si quiero sentarme en la piedra de ahí afuera a tomar mate, me voy a sentar hasta el fin de los días”, afirmó Richard. Al día de hoy, continuan en un vaivén con las autoridades para conseguir que les den agua y luz.
Si bien ya no viven ahí, visitan el lugar a menudo. “La puerta siempre está abierta para las personas que quieran conocerlo”, aseguró Richard. También organizan eventos culturales, como exposiciones de arte, talleres y espectáculos.
El próximo será hoy mismo a las 19 horas, en la playa frente a la cueva. Actuará el equilibrista, malabarista y actor Riki Ra (Ricardo Rodríguez Aldao) en un encuentro para toda la familia y sin costo.
Publican todas las actividades en sus páginas de Instagram @casaescultura.uy y Facebook: Salvemos la Casa Escultura.
Un paraíso que hace "mucho bien al alma".
Richard y Grisel se han hecho muchos amigos viviendo en la playa. Hace poco formaron un grupo de gente para jugar a la petanca, un deporte parecido al tejo, pero que se juega con bolas de acero. “Es muy conocido en Europa y me traje uno de mi último viaje a España”, contó Richard. Y agregó, divertido: “Fue un problema, porque al traer ocho bolas de acero en el avión me paraban en todos lados y tenía que sacar el juego y el reglamento y explicarles de qué se trataba”.
Han hecho torneos en la playa a los que ha ido “mucha gente”. “Ahora no podemos porque hay tantas personas que no tenemos lugar para la cancha, pero vamos a seguir en febrero cuando afloje un poco”.
A Grisel este lugar la llena de alegría. “La vida te pone desafíos, pero poderlos resolver y hacer con eso algo lindo te hace sentir llena. Y cuando la gente viene y dice ‘qué lindo’ o ‘qué cálido’, ahí pienso: lo logré”, expresó.
A pesar de que ya no vive allí, estar en ese lugar es un “agradecimiento diario, porque es hermoso y hace mucho bien al alma”.