REBAR
Hace ciento veinte años, dos norteamericanos -Door Eugene Felt y William Seward Burroughs-inventaron la máquina de sumar, revolucionario descubrimiento que fue eliminando, de a poco al heroico lápiz y el humilde pedacito de papel donde los economistas de entonces hacían sus predicciones para los próximos cincuenta años. En 1946, un trío también yanqui (cómo le gustan los números a los sobrinos del Tío Sam) integrado por John W. Mauchly, J. Presper Eckert Jr. y J.G. Braidner, construyó la primera calculadora electrónica en la Universidad de Pennsylvania: el cerebro de "la maquinita" que costó 400.000 dólares funcionó en una habitación de 10 metros por 17, en la que asimismo cabían 18.000 válvulas de radio que movían a lo que ellos llamaron "integradora y calculadora numérica electrónica".
Ningún miembro de esa constelación de talentos pudo imaginar que la maravillosa sucesión de sus aportes a la civilización, procurándole soluciones prácticas para aliviar las cargas de la vida diaria, fuera a repercutir tan eficientemente en el fútbol, y muy especialmente en el uruguayo.
Una particularidad que viene dándose en los últimos años en nuestro balompié no bien comienza la disputa de las eliminatorias para los Mundiales, consiste en ganar el primer partido por goleada: la víctima suele ser Bolivia -que, se sabe, se hace fuerte en la altura- a la que curiosamente le pasamos "por arriba". A los cinco minutos de perforarle las redes en cinco oportunidades, los tres millones y pico de orientales tan inocentes como cascoteados ya nos vemos definiendo la Copa del Mundo con el que se nos anime. Y a los cinco días, luego de perder, como siempre, con los paraguayos, el siguiente encuentro... "somos una lágrima", "no le ganamos a nadie"... y sin perder tiempo desenfundamos la calculadora buscando respuestas de esperanza, algo mágico para lo cual "el aparatito" no está preparado suficientemente, porque lo que jamás pudo ocurrírseles a los inventores que jugaban con las matemáticas como con soldaditos y con la física como con un trompo, es que sumando y restando, multiplicando y dividiendo, podemos acercarnos -cuando aún falta más de una docena de partidos- a lo que puede suceder en la localía o la condición de visitantes, las tácticas, la gestión colectiva, los rendimientos individuales, los legionados, los árbitros, las expulsiones, las suspensiones... y todas esas situaciones que, de un día para otro, pueden echar abajo todo lo hecho y gravitar en los resultados.
En el caso de la selección -de la que seguiremos hablando hasta mediados de 2010- sería bueno hacerle caso a un amigo a quien, en nuestra rueda, apodamos "el filósofo", que se ríe de la calculadora y sentencia: "Aquí, lo que hay que hacer es formar un equipo de cabezas duras... de once discutidores que nunca dan el brazo a torcer... y que cuando no la ganan, la empatan".