ALEXANDER LALUZ
Maria Joao Monteiro Grancha tiene 53 años, es hija de padre portugués y madre mozambiqueña, vive en Lisboa, hizo aikido y fue nadadora hasta que descubrió, hacia 1982, "lo quería hacer hasta morirme", según dijo a El País. Ese hallazgo fue, efectivamente, la música, el canto.
Desde allí, desde su Lisboa natal y los tempranos ochenta, pilotea una inquieta carrera como cantante de jazz con varias hojas de ruta, una de ellas delineada diariamente con su esposo y pianista, Mario Laginha. De este lado del Atlántico, al borde mismo de estas costas del Plata, sus 16 discos son prácticamente desconocidos. La previsible excepción, algún rincón en la discoteca de algún jazzófilo, los lectores de revistas especializadas -en las que abundan elogios a su virtuosismo vocal-, el historial web de algún fanático hurgador de YouTube. O, después de esta noche, a las 21, el concierto que dará con Mario Laginha en el teatro Solís, como parte del ciclo Sonidos de Otoño.
"Como nunca estuvimos en Montevideo nos gustaría que la gente se enterase de cómo somos y lo que tenemos hecho. Va a ser un show `multi colorido`, con fragmentos de todos mis discos", explicó a El País, durante unos minutos de descanso que se tomó en plena jornada de trabajo.
Además de cantar, en los escenarios jazzísticos de su país y en giras por el exterior, Maria Joao dedica prácticamente toda la semana a la docencia. Es, como ocurre aquí en el Sur, una "salida" laboral que beneficia el presupuesto familiar con la regularidad. En el caso de ella, también es una vocación, una opción de vida y una forma de crecer musicalmente. "Ahora me siento mejor cantante a causa de las clases. Pienso que he aprendido mucho con los alumnos. Es muy cansador, muy dinámico, pero igualmente bueno. Tengo un grupo de gente, unos 18 alumnos, que son increíbles. Les doy lo que a mí me hace feliz en la música. Entonces estoy haciendo música todos los días, lo cual es muy bueno".
Esa música, la que se abrirá al descubrimiento esta noche en el Solís, es difícil de definir, reconoce. "Yo siempre pienso en mi música, me la imagino como con dos pies. Uno está dedicado al jazz, a sus lenguajes rítmicos, melódicos, su libertad. El otro es un pie `robador`, que anda por todo lados, por el pop, la música africana que está en mis raíces... es, como te dije, un poco un pie robador. Esos dos pies andando es lo que hace a nuestra música".
A esa definición llegó luego del ingreso inesperado -gracias al cierre de la escuela de natación donde trabajaba y al "empujón" de algunos amigos- a la escuela del Hot Club. "Fue una sorpresa, sí. Estaba haciendo otras cosas, y muy lejos de pensar en que podría dedicarme a la música. Escuchaba la música que se pasa en la radio, como toda la gente, o hacía canciones en alguna fiesta, en la playa, con los amigos, entre quienes siempre había alguna guitarra". Después, "todo pasó muy rápido. Ir a cantar de un club a otro. Pero debo decir que fue fácil. No tuve esa frustración de decir `no hay posibilidades de nada`. Luego llegó el primer disco, con un quinteto en 1983". En esa época comenzó su sociedad musical con Laginha, que, luego de una interrupción por un breve tiempo, continúa hasta ahora, y de la que quedan varios discos (el último de 2008, Chocolate), numerosas giras, con las que han definido una personalidad musical muy enérgica, virtuosa y plena de matices estilísticos.