Una sucia historia de amor

MIGUEL CARBAJAL

Francois Forestier es crítico de cine en el Nouvel Observateur, un mediocre novelista y un biógrafo que opera sin la autorización y con el rechazo de la gente que pretende retratar. Su libro sobre Marilyn Monroe y John Fitzgerald Kennedy fue un pequeño escándalo alrededor de un tema ideal para los malidicentes. En el lanzamiento de la edición manejó obviedades como que había necesitado revisar muchos documentos y abusar de la paciencia de su editor. Y por única vez en su vida cayó en eufemismos.

Hay que poseer mala índole para sacar adelante la empresa, alardeó. En realidad lo que hay que tener es mala leche. La oscura vida de los protagonistas es conocida por todos. Cualquiera de los dos sale horriblemente parado por las pistas capciosas que derrocha el autor. Forestier maneja datos reales y los entrevera con las suposiciones. Borra la cronología y ubica en el mismo escenario episodios que se llevaron a cabo en otros paisajes y de pronto con actores diferentes.

Sacada de contexto aparece la familia Kennedy en su totalidad: la dinastía que formó y la carrera que armó el jefe de familia; sus vinculaciones con Hollywood, el papel preponderante que le cupo a Gloria Swanson; la lucha de clases que había detrás de un clan que el mundo identificaba con la aristocracia norteamericana aunque la misma los visualizara como unos parvenu. En el medio lucen el grupo de actores que capitanea Sinatra, los embates de la mafia y los apoyos que la misma le prestó a lo que de afuera sólo parecía una inocente candidatura demócrata.

Nada falta en ese poblado itinerario en donde sólo se muestran los peores sentimientos, y las conductas son siempre sucias. Jackie Kennedy es perfilada como una avara a la que le importa sólo el dinero y es capaz de alquilarle la parte de su casa de veraneo a la cuñada Patricia mientras residía en Washington. Visto con la perspectiva de sus pasos posteriores hay rasgos suyos que parecen creíbles. Sólo que Forestier mezcla ex profeso los ingredientes. Onasiss debuta demasiado temprano en la trama, lo cual insinúa relaciones abiertas para todos.

El otro personaje apaleado es Marilyn Monroe, delineada como una pequeña prostituta obnibulada por las drogas. Su biografía real es lo suficientemente sórdida como para agregarle efectos especiales. El escritor los amplifica, los tergiversa, los lee de una forma conspirativa y obtiene el retrato de una rubia teñida y barata, comida por sus ambiciones y traicionada por sus apetitos sexuales. John Kennedy es su contrincante ideal: ella una come hombres; él un atleta erótico dispuesto a batir un récord de testosterona tras otro. Nada de lo que aparece en Marilyn y JFK es nuevo, ni poco serio, pero hay una ponzoña sin límites en esa visión cruda y soez de algo que de pronto sólo fue una historia de amor con mucha adrenalina.

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