GUILLERMO ZAPIOLA
¿Kevin Bacon como un sosias de Charles Bronson? Con los matices del caso, ésa es la propuesta de "Sentencia de muerte", film policial dirigido por James Wan que ha salido directamente en DVD.
De hecho, el film adapta una novela de Brian Garfield, el autor de El vengador anónimo, que fuera llevada al cine por Michael Winner en 1974 con Bronson de protagonista y conoció varias secuelas.
Ninguna de las secuelas cinematográficas se preocupó de este libro de Garfield y siguió, en cambio, su camino propio, reforzando la imagen de Bronson como "vigilante" (justiciero por mano propia) y asegurándose de que, una y otra vez, algo horrible les ocurriera a familiares y amigos del personaje, justificando que saliera a la calle con una automática a matar delincuentes e inadaptados diversos. Alguna gente pronunció sin error la palabra "fascismo".
Algo horrible, cometido como parte de un ritual de iniciación de una pandilla, le ocurre efectivamente a alguien muy cercano al protagonista de esta película (Bacon), y tras algunos infructuosos intentos para que el sistema funcione, el hombre, hasta entonces apacible vicepresidente de una importante empresa de seguros, termina convirtiéndose, también, en un "vigilante".
No conviene dar muchos detalles acerca de una historia policial en una nota de estas características, pero puede decirse que el protagonista le miente a la justicia en una situación crucial, ejecuta luego a un culpable, y a partir se ahí desata todo un mecanismo de desquites y venganzas recíprocas.
Lo que sigue es en buena medida previsible: una esposa (Kelly Preston) que comienza a asustarse por ciertos comportamientos de su marido, momentos de tensión y suspenso, periódicos estallidos de violencia, la creciente cercanía de alguien de la policía (Aisha Tyler) que sospecha que hay algo que no funciona con el protagonista. Ni siquiera falta una escena de tribunal que aporta algún vuelco anecdótico inesperado.
Hay que reconocer que el director James Wan, de cuyos antecedentes también había que desconfiar (en su haber o en su lista de culpas hay que incluir la responsabilidad de la creación de la serie El juego del miedo), se las arregla para construir un `thriller` eficiente, con la acción, el suspenso y la sorpresa en los momentos que corresponde, y adecuadamente calibrados. Nada de eso impide que el material siga siendo básicamente receta, un producto comercial que se aferra a una fórmula conocida y la desenvuelve de acuerdo a lo que el espectador espera de ella.
Con respecto a El juego del miedo hay que agradecer, por supuesto, que Wan no abuse esta vez del morbo y la truculencia, aunque la violencia resulta por momentos golpeadora. Y en comparación con los films de Bronson hay, además, una diferencia importante.
Esa diferencia se llama Kevin Bacon. Hace tiempo que el ex-joven de Footloose se ha convertido en un profesional de verdadero peso, capaz de ofrecer papeles tan diferentes entre sí como los de El hombre de bosque y Río Místico. Su presencia es, en definitiva, lo que convierte a su "vengador anónimo" en un personaje tridimensional, capaz de ambigüedades y matices, en lugar de reducirlo a las dos dimensiones del duro exterminador encarnado por el viejo Charles.
El resto es, por supuesto, otra historia de venganzas, y consiste básicamente en una serie de personajes dedicados a masacrarse los unos a los otros para beneplácito del público. Ese es el momento en que el cronista se detiene a reflexionar un momento, y se siente obligado a incorporar en su nota un párrafo en el que expresa alguna preocupación.
Porque el tema es, en último término, el eterno de la justicia por mano propia, y queda flotando la pregunta de si éste es justamente el mejor momento posible para salir con una película que dice que lo mejor que se puede hacer con los delincuentes es salir a la calle y matarlos a tiros. Eso es ir bastante más allá, incluso, de una simple discusión sobre bajar o no la edad de la imputabilidad.
Admitámoslo, no es un film realista (algunas improbabilidades de anécdota claman al cielo) sino una suerte de "western" urbano, y allí lo que corresponde es que los buenos (o lo que sea) desenfunden y maten a los malos. Hay que admitir que Wan y su equipo venden su mercadería con eficacia.