La envoltura de la película es tan áspera como el contenido. Una fotografía en blanco y negro, "quemada", con duras aristas de luz y sombra, es el vehículo de una historia del pasado cercano, un episodio real cuyo fondo sigue vigente. Porque lo que cuenta Buenas noches y buena suerte —que ya fue comentada hace dos días en estas páginas— es un caso vinculado a la caza de brujas en los Estados Unidos de la década del 50. El periodista de televisión Edward R. Murrow denuncia los abusos cometidos en nombre del anticomunismo por la camarilla política que encabeza el senador McCarthy, un fanático que involuntariamente dio su nombre a todo el período. Y así Murrow ayuda a desarticular esa campaña de intolerancia y persecución ideológica, que en cine, teatro y televisión norteamericana cortó la carrera de mucha gente, empezando por Chaplin.
En el centro de Buenas noches y buena suerte está la estupenda actuación de David Strathairn, un hombre de poca fama que hasta ahora se había desempeñado en papeles de reparto pero salta aquí a un primer plano defendido por la sobriedad ejemplar con que compone a Murrow: pocos gestos, miradas intensas, absoluta reserva emocional, dos o tres sonrisas veladas. Una labor de fuerza interior que obtiene la carga necesaria para que el espectador comprenda no sólo la valentía personal sino también la determinación con que ese hombre supo encarar el dilema que se planteaba en 1953: un combate librado por la libertad de conciencia (y de expresión) de los ciudadanos, contra la paranoia de la seguridad nacional, algo idéntico a lo que ocurre ahora en unos Estados Unidos ya no alucinados por el comunismo pero arreados en cambio en una cruzada contra el terrorismo. Si McCarthy viviera estaría encantado con el Acta Patriótica, una ley que medio siglo después resucita el espíritu de sus campañas, pero por lo pronto el verdadero rostro del senador asoma varias veces en esta película de estilo y de precisión casi documental.
El 5 de marzo, Strathairn deberá pelear por el Oscar frente a colegas de gran nivel como Phillip Seymour Hoffman por el espectacular retrato de Capote, Heath Ledger por su severísimo trabajo de Secreto en la montaña, Joaquin Phoenix por Johnny & June y Terrence Howard por algo llamado Hustle and Flow. Si gana Strathairn, el triunfo no será solamente suyo sino también del director y libretista George Clooney, ese galán glorificado por la televisión y luego por el cine, que además de vasta popularidad y buena pinta tiene buen cerebro y muchas ganas de decir un par de verdades que vienen como anillo al dedo para la actualidad internacional. En Buenas noches y buena suerte, Clooney mantiene su militancia por un cine político que ya asomaba en su primera realización (Confesiones de una mente peligrosa, que giraba sobre otra figura de televisión, casualmente) manejando así una herramienta útil para esclarecer valores y principios, con lo cual presta un gran servicio a la tambaleante opinión pública norteamericana de hoy.