J.A.
El fallecimiento de Robert Merrill (en Nueva York, a los 87 años) pone fin a la trayectoria de uno de los mayores barítonos contemporáneos, un cantante de magnitud similar a la de su colega Leonard Warren, cuya carrera abarcó 31 temporadas de la Metropolitan Opera House a partir de 1945 junto a otras actuaciones en los mayores escenarios del mundo lírico. Nacido en Nueva York en 1917, hijo de un vendedor de zapatos y una soprano que había tenido actividad previa en Polonia, fue criado en Brooklyn e inicialmente se sintió atraído por la música juvenil de los años 30 hasta que vio en el Metropolitan una función de Il trovatore de Verdi. Esa experiencia decidió su destino artístico.
Algunos uruguayos viajeros recordarán las performances de Merrill en papeles como Escamillo en Carmen de Bizet o sobre todo Scarpia en Tosca de Puccini, donde su timbre, su musicalidad, su temperamento y su composición del personaje lograban un resultado magnético. Pero Merrill supo moverse asimismo por otros papeles que le iban como un guante, incluyendo el Germont de La traviata verdiana, así como El barbero de Sevilla de Rossini, con el que obtuvo triunfos memorables en sus primeros años. Lo notable es que, en plena juventud y determinado a seguir la carrera que lo consagraría, el cantante pagó sus lecciones con el dinero que obtenía como jugador semiprofesional de béisbol, que fue otra de sus pasiones mayores. Como ha dicho ya alguna necrológica, no parece casual que muriera mientras miraba por televisión uno de los partidos de la final del campeonato norteamericano de ese deporte.
Tampoco fue una casualidad que durante largo tiempo fuera su voz la que entonaba el himno estadounidense en la apertura de las temporadas anuales del estadio de los Yankees, hábito inaugurado en 1969 y que llegó a vincular su nombre de tal manera al mundo del béisbol que su fallecimiento recibió similar repercusión en las páginas culturales y en las secciones deportivas de los diarios norteamericanos. En su desempeño vocal, Merrill grabaría numerosos discos del género lírico, aunque asimismo acompañó en otras placas a colegas populares que admiraba, desde Louis Armstrong hasta Frank Sinatra. Esa vertiente del canto melódico también lo atrajo, frecuentándola en espacios que mantuvo desde 1949 en radio y televisión, como el programa "Saturday Night Live" de la cadena NBC.
Sobre las dotes vocales de Merrill se han emitido abundantes elogios, pero uno de los más singulares fue el formulado por el tenor Richard Tucker, que dijo sobre Merrill: "es la más grande voz natural jamás escuchada en Estados Unidos". El propio desaparecido supo opinar por su cuenta sobre la ópera como género escénico y dijo que "es la más ccompleja y difícil de todas las artes", en su conjunción de teatro, música, voz y hasta coreografía, pero Merril dijo además que "justamente la voz es el instrumento donde existe la mayor concentración de emociones". Al cabo de sus décadas de gloria, el barítono se despidió del Metropolitan en la temporada 1976, pero volvió a ese escenario en 1983 cuando el establecimiento cumplió su centenario. De paso, el prestigio de Merrill le permitió visitar la Casa Blanca y charlar con presidentes varios, desde Roosevelt y Truman hasta Eisenhower y Kennedy.
Su debut en la lírica había tenido lugar en 1944 con el papel de Amonasro en Aída de Verdi y al año siguiente ya le ofrecieron su primer contrato con el Met: quienes lo escuchaban a los 27 años no se equivocaron.