El tributo musical a un ícono popular
El primer volumen de Cantora es, a la vez de un tributo, un desafío a los límites del concepto "diversidad". Si bien los arreglos y la producción de Popi Spatocco, director musical de Mercedes Sosa, logran momentos de notable unidad y fuerza, dejan en evidencia que abordar lo diverso se parece mucho a una temerario paseo por el borde del abismo. Dar un mal paso parece casi inevitable. Y así ocurre con canciones que, sin tanta "vestidura" o juegos referenciales sobrevivirían más dignamente (Agua, cielo, tierra, fuego, que Mercedes Sosa canta a dúo con Soledad, es un buen ejemplo). En otras (las menos), el acierto se produce en la apuesta a la intimidad de los arreglos que permiten subrayar aquellas cualidades vocales de Sosa que todavía se mantienen firmes, potentes. La mayoría de los dúos, sin embargo, debilitan el carácter más estimulante de la "diversidad", para enfatizar el emotivo (y justo) homenaje a la figura que es un ícono cultural.
ALEXANDER LALUZ
Cantora es un ambicioso álbum de peregrinajes a dúo y un tributo a quien le puso voz a un territorio de identidad mestiza. El primero de los dos discos se editó el 31 de marzo. Y en mayo llegará el segundo más un DVD con un documental de la producción.
En un principio, el proyecto de la cantante tucumana fue grabar un disco con algunos músicos invitados. Avanzados los trabajos de producción, todo cambió de rumbo. La lista de invitados creció con nombres como Serrat, Caetano Veloso, Luis Alberto Spinetta, Charly García, Gustavo Santaolalla, Jorge Drexler, Rada, Shakira, Soledad, Fito Páez, Teresa Parodi, Valeria Linch, León Gieco, Franco De Vita, entre otros.
La edición finalmente se convirtió en un álbum doble, con más de treinta dúos. El primero de los discos ya está en disquerías, a pesar de que el lanzamiento oficial quedó postergado por la reciente internación de Mercedes Sosa. En el mes de mayo se editará el segundo, que llegará acompañado de un documental sobre el proceso de grabación, y un lujoso libro con material fotográfico y testimonios.
peregrinaje. No es descabellado imaginar a esta producción como una suerte de peregrinaje por geografías musicales muy diferentes. Es más, la propia historia de Mercedes Sosa es, justamente, un ejemplo de esos recorridos, en algún caso teñidos de mucha mística, que atraviesan fronteras para provocar encuentros y transformaciones interiores.
Por ello no es extraño que el punto geográfico de partida y llegada hayan sido los Estudios Ion de Buenos Aires. Que el piloto de cada viaje fuera el pianista, arreglador y productor Popi Spatoko, quien desde hacia muchos años es el principal aparcero musical de Mercedes Sosa. O que los ilustres invitados se sumaran con la idea de ser parte, al menos por el tiempo inefable de una canción, de ese territorio de mezclas, reuniones, acoplamientos que Sosa construyó desde aquel inolvidable concierto de 1982 en el Teatro Ópera de la capital porteña.
Como símbolo de ese diálogo intermusical, Mercedes Sosa eligió como locación para la producción fotográfica de Cantora, la villa que perteneciera a Victoria Ocampo (1890-1979), y que hoy está bajo la custodia de la Unesco. Esa casona victoriana del barrio San Isidro, fue la base de operaciones de esta visionaria intelectual que motorizó varios movimientos culturales de la primera mitad del siglo pasado, tendiendo puentes entre distintas disciplinas, artistas e intelectuales de todo el mundo.
Este paralelismo quizás parezca forzado, especulativo o simplemente un ejercicio de soberbia intelectual. Sin embargo, el álbum Cantora es, a su modo, también una suerte de escenario integrador. Y la diversidad, el contraste, son sus signos principales, tal como en su momento lo fueron de la Villa Ocampo o la mítica revista Sur. El impacto, o los resultados, sin embargo, tienen proyecciones disímiles. La expectativa generada en torno a los lanzamientos convirtió a Cantora en un legado y en una ambiciosa síntesis. Cada dúo soslaya así su potencia como nudo en una red abierta hacia la búsquedas en lenguajes diferentes, y potencia el carácter de homenaje. Lo cual sintoniza a Cantora con la tónica retrospectiva, de "broche rutilante", que tienen los discos de dúos grabados por otros artistas consagrados e íconos incuestionables de la canción, como Sinatra o Aznavour.
A pesar de ello, en el primer volumen de Cantora el viaje y la búsqueda, elementos claves de todo peregrinaje, logran por momentos permear el sentido monumental de la edición. La expresividad contenida y algo desgarrada de Pájaro de rodillas (pista 17), que Sosa canta junto a Nacha Roldán, se permite el placer de reunir lo virtuoso e íntimo de un aire de milonga con una lírica comprometida que se plasma en pequeñas metáforas cotidianas. Con Luis Alberto Spinetta, Sosa disfruta visiblemente de una verdadera fusión estilística a través de Barro tal vez (pista 2). Zamba, rock, balada sobrevuelan libres en un gesto poético y musical casi expresionista. Una estación a la que Spinetta llega para hacer su tributo, pero la escucha, la imaginación reciben una intensa invitación a despegar inmediatamente hacia nuevos destinos.
El signo, el mito. Yo no canto por cantar (1965), Para cantarle a mi gente (1967), Mujeres argentinas (1969), fueron los primeros títulos que ubicaron a Mercedes Sosa en el pujante universo de la canción popular latinoamericana. Fue el descubrimiento y la consagración de una voz timbrada, de gran proyección, con un decir que abrevaba en los acentos e inflexiones propias de su San Miguel de Tucumán. Ella era esa voz que traducía, al igual que Yupanqui, el ideal de lo folclórico, como signo de lo auténtico y factor decisivo en la transformación de injustas asimetrías políticas y sociales.
Muchos años después, cuando el régimen militar argentino ya daba muestras de su inminente ocaso, Sosa volvió a los escenarios confirmado que su figura ya no sólo era signo de un movimiento cultural, sino un mito vivo, la potente metonimia de un país y de una región.
El año 1982 marcó esa definitiva transformación. "La Negra" Sosa llenó trece veces el teatro Ópera de Buenos Aires. Y el larga duración Mercedes Sosa en Argentina selló su regreso, el mito y el inicio de un nuevo camino musical caracterizado por múltiples colaboraciones con otros artistas. De aquel disco de 1982, los dúos con Charly García, León Gieco o Antonio Tarragó Ros, inauguraron ese fecundo sendero. Mercedes Sosa ya no era sólo la intérprete que le puso voz al cancionero folclórico. Ahora se integraba al rock, al pop, y otras expresiones de la música popular. Y con este reciente Cantora, el mito se consagra como un emblema del encuentro creativo en las fronteras de lo posible y también lo imposible.
El cruce de varios caminos
En este álbum doble, Mercedes Sosa cantó con una extensísima lista de artistas. Para el primer disco se seleccionaron las grabaciones con Joan Manuel Serrat, Luis Alberto Spinetta, Jorge Drexler, Caetano Veloso, Shakira, Diego Torres y Facundo Ramírez, Soledad, Orozco Barrientos y Gustavo Santaolalla, Julieta Venegas, León Gieco, Víctor Heredia, Dúo Nuevo Cuyo, Teresa Parodi, Pedro Aznar, entre otros.
Para el segundo, que llegará a disquerías en mayo, quedaron los dúos con Valeria Lincy, Franco De Vita, Rubén Rada, Gustavo Cordera y Gustavo Ceratti.
Tres dúos y tres rostros de "Cantora"
Joan Manuel Serrat
Aquellas pequeñas cosas, aquella recordada canción de Serrat, fue la elegida para abrir el primer volumen de Cantora. El catalán cumple aquí con un papel discreto, en el que el desgaste de los años se hacen muy evidentes. Sosa también queda a "media voz", sepultada por un arreglo poco logrado, y muy jugado al efectismo.
Luis Alberto Spinetta
Del encuentro de Mercedes Sosa con Spinetta quedó uno de los hallazgos más notables de este disco y probablemente de toda la producción Barro tal vez es una refinadísima obra de arte, donde "el flaco" Spinetta saca partido a su profunda vena lírica. El dúo alcanza momentos de subyugante belleza, en una suerte de energético viaje evocativo.
Jorge Drexler
Nuestro compatriota Jorge Drexler, siempre fiel a su estilo, aportó una de sus canciones con más gancho: Sea. La versión mantiene algunos climas de la grabación original de Drexler, pero la voz de Mercedes Sosa le aporta algunos rasgos más tensos, que quiebran el excesivo "respeto" (o corrección) del arreglo instrumental.