JORGE ABBONDANZA
Teresa Wright murió hace una semana de un infarto en New Haven (Connecticut) a los 86 años, pero no fue una de las grandes actrices del cine norteamericano de la década del 40, como dijeron ahora los cables que informan de su fallecimiento. En aquella época era en cambio una dama joven de indudable encanto, feúcha, ideal para papeles de muchacha bien criada y levemente monjil, que solía padecer como buena inocente de mirada diáfana las intrigas o los dramas que se tejían a su alrededor. Nacida en Nueva York en octubre de 1918, ya tenía experiencia teatral cuando debutó en cine como hija de Bette Davis en La loba (1941, dir. William Wyler), un personaje con el que obtuvo su primera candidatura al Oscar. Ganó ese premio como actriz de reparto al año siguiente por Rosa de abolengo (1942, dir. Wyler) donde componía a la nuera de Greer Garson, que muere bajo un bombardeo alemán en medio de las turbulencias que la guerra descargaba sobre Inglaterra. Ese mismo año figuró junto a Gary Cooper como esposa devota de un ídolo deportivo (Sus dos pasiones, dir. Sam Wood) y trabajó para Alfred Hitchcock en La sombra de una duda (1943) como la incauta sobrina de Joseph Cotten, ajena al hecho de que ese tío adorable es en verdad un asesino.
Después hizo alguna comedia romántica (El mujeriego, 1944, de nuevo con Cooper) y en 1946 Wyler volvió a utilizarla en el notable elenco de Lo mejor de nuestra vida, donde era la hija de Fredric March y Myrna Loy, silenciosamente enamorada de Dana Andrews, con una estupenda escena final resuelta sin palabras, en la que el cruce de miradas con ese galán lo decía todo. Allí sin embargo concluyeron los mejores años de Teresa Wright, que hizo luego algún western con Robert Mitchum, alguna comedia nostálgica con David Niven, acompañó sin mucho lucimiento personal el debut en cine de Marlon Brando (Vivirás tu vida, 1950, dir. Fred Zinnemann) y ya más madura integró el triángulo sentimental de Algo por qué vivir (1952, dir. George Stevens, con Ray Milland, donde Joan Fontaine le disputaba a ese marido).
En 1953 fue la madre de Jean Simmons (y mujer de Spencer Tracy) en Cuando una mujer se empeña (dir. George Cukor) que estaba basada en las experiencias de Ruth Gordon sobre su comienzo en el teatro, y fue resbalando después hacia papeles de menos valor en los años 50 y 60. En verdad, su carrera declinó a partir del vencimiento de su contrato (en 1948) con el productor Sam Goldwyn, que atribuyó ese ocaso a la falta de interés de la actriz en promocionar sus películas. De hecho, Teresa Wright había impuesto en su primer contrato en cine una cláusula estableciendo "que no se prestaría a los trucos promocionales para fabricar estrellas, como la difusión de rumores sobre supuestos romances o las tapas de revista en traje de baño". Era una mujer demasiado seria para Hollywood, que en su vida privada —casi nunca divulgada— se casó dos veces, primero con el novelista Nivel Busch (autor de Duelo al sol) y luego con el dramaturgo Robert Anderson, que entre otras cosas escribió Té y simpatía. Tuvo dos hijos y por cierto una larga vida, en la que se despidió del cine hace bastante poco con un papel breve en El poder de la justicia que Francis Ford Coppola dirigió en 1997. Pero el mejor recuerdo de ella debe ubicarse medio siglo antes, un pasado demasiado distante para casi todos los espectadores de hoy aunque no para aficionados con memoria quilométrica, capaces de evocar cómo Teresa sufría el despotismo maternal en la pantalla de 1941 o el "blitz" alemán en las epopeyas de 1942. Los videoclubes son ahora una cómoda alternativa para remediar las memorias más cortas o más frágiles.