Roberto Moldavsky: "Todavía hay gente que me tiene encasillado en el humor judío"

Roberto Moldavsky. Foto: Darwin Borrelli.

ENTREVISTA

Antes de las tres funciones de "El Método Moldavsky" que presentará los días 25, 26 y 30 de diciembre en Enjoy Punta del Este, el humorista argentino dialogó con El País

Es fácil reconocer a Roberto Moldavsky en el hall del Hotel Hyatt. Entre los porteros de traje y los turistas de acento inglés, la figura del argentino resalta enseguida. El pelo canoso, la camiseta celeste, los jeans azules y su ritmo despreocupado al caminar se roban varias miradas, pero lo que en verdad lo delata es su tapabocas. Su apellido está estampado con una tipografía caricaturesca de color amarillo. “Es para que no se confundan”, dice, con una sonrisa, mientras saluda al periodista de El País.

El humorista está de regreso en Montevideo, la ciudad donde vivió durante la mayor parte de 1984 (ver recuadro), para promocionar las primeras fechas de El Método Moldavsky, el espectáculo que presentará el 25, 26 y 30 de diciembre en Enjoy Punta del Este (entradas en RedTickets). Será el inicio de una seguidilla de funciones que realizará cada fin de semana de enero. “Este es el show más integrado que tenemos”, asegura sobre la propuesta que mezcla música, monólogos sobre la pandemia, política argentina y hasta un sketch con su hijo Eial.

Antes de iniciar su temporada en el balneario del este, el humorista que está a punto de debutar en el cine con Excasados (se estrena el 30 en salas locales), dialogó con El País.

—Tu personalidad está marcada por experiencias bastante variadas: estudiaste Sociología, viviste en un kibutz en Israel y trabajaste en un negocio de ropa en el barrio Once antes de dedicarte a la comedia. ¿La unión de todo esas historias define al Método Moldavsky?

—Sí, porque algunas personas me dicen en chiste que tuve varias vidas. Yo pasé por muchas etapas distintas y, sin dudas, todo eso juega en mi forma de hacer humor. Cuando hago mi personaje no cuento que estudié Sociología porque no va con el comerciante, pero estoy seguro de que eso me dio una posibilidad de observación diferente. Y de toda esa ensalada sale El Método Moldavsky, que para mí es natural aunque algunas personas se sorprendan cuando conocen todo lo que hice antes de vivir del humor después de los 50 años.

—¿Haber estudiado Sociología te permitió generar otra forma de mirar al mundo?

—Sí. Además, pasé de vivir en un kibutz, que es algo alejado de lo material, para después volver a lo más material que era vender ropa en Once. Eso me permitió desarrollar una especie de empatía con el otro y sé que lo mejor que le puedo dar para mejorar un poco su vida es hacerlo reír.

Roberto Moldavsky. Foto: Darwin Borrelli.
Roberto Moldavsky. Foto: Darwin Borrelli.

—La búsqueda de la risa se inició en los fogones a los que ibas en tu adolescencia. ¿En qué medida te marcó esa etapa?

—Lo que pasa es que cuando la naturaleza no te entrega nada, tenés que buscar lugares diferentes. El que toca la guitarra en el fogón ya tiene el problema resuelto y si encima tiene una canción propia, se casa esa noche (se ríe). Nosotros, los marginales del fogón, teníamos que sacar una papa caliente del fuego para quedar bien o teníamos que saber usar el humor. A mí, el humor me salvó y me cambió la vida.

—La capacidad de reírse de uno mismo es fundamental en tu propuesta. ¿Eso te ayuda a establecer una complicidad?

—Sí, porque a partir de reírme de mí mismo puedo abrir la puerta para reírme con los demás de todo. Con los límites lógicos del humor, empiezo pegándome por mi condición de judío, estar excedido de peso o haber sido vendedor para poder decir: “Bueno, chicos, ya me castigué a mí, ahora vamos todos”. Así empiezo con toda una movida para tratar de lograr la identificación de la gente y generar ese codazo en la platea entre el marido y la mujer o en un grupo de amigos.

—El humor judío estuvo muy presente al inicio de tu carrera, con los chistes sobre la circuncisión o algunas tragedias. ¿Cuál es el rol de la risa frente a esas situaciones?

—El maestro que me descubrió, Jorge Schussheim, me contó que el humor judío nació hace cientos de años en un pueblo de Rusia donde hubo una gran matanza de judíos. Pasaban los años y no había forma de salir de la tristeza, entonces los rabinos, que en esa época comandaban la vida comunitaria, se reunieron con los humoristas del pueblo y les dijeron: “La única forma de salir de esto es que hagan chistes sobre lo que nos pasó”. Así es que nace este tipo de humor que se ríe de las desgracias, que es un analgésico para lo terrible de la historia judía. Yo no pienso hacer chistes sobre el Holocausto, pero el tema de la circuncisión, los 40 años en el desierto o hacer una festividad porque un faraón nos iba a matar y a último momento se arrepintió, son tan lejanos que nos podemos reír de eso. Nosotros nos reímos de nuestras desgracias y no de otros pueblos, y esa es una gran virtud del humor judío.

—Ahora estás moviéndote hacia algo más universal, pero cuando entraste a los medios el judío era el tipo de humor que definía tus actuaciones. ¿Fue una manera de hacerte un lugar en la escena?

—Sí, era una forma de diferenciarme porque era un humor que no estaba en la televisión. Todavía hay gente que me tiene encasillado, pero me salí de ahí para llegar a un público más amplio. Igualmente, siempre tengo algún guiño relacionado al humor judío porque me encanta, pero es un porcentaje mínimo de mis shows.

Roberto Moldavsky. Foto: Darwin Borrelli.
Roberto Moldavsky. Foto: Darwin Borrelli.

—¿En qué momento sentiste que estabas listo para moverte hacia otros terrenos?

—Me costó, por supuesto, pero fue un gran laburo de Gustavo Yankelevich (su productor) para que la gente entendiera que no solo soy humor judío, sino algo más universalizado. No es algo que inicié yo, sino que creó Woody Allen, que expandió cosas del humor judío, como la relación con la madre, lo hipocondríaco y la culpa. Salió de esa movida del avaro, que estaba más ligado al antisemitismo. Estoy lejos de compararme con Woody Allen, pero voy en esa línea.

—Es que la visión del judío como una persona avara se acerca más a la burla y al prejuicio que al humor, ¿no?

—Yo juego con la idea del judío comerciante, que tiene una carga histórica de un pueblo errante, porque donde llegaban a lo único que se podían dedicar era al comercio. También desarrollo el concepto del ahorro, que en un momento se veía como avaricia, pero en realidad los judíos somos muy gastadores. Yo sigo la línea de Woody Allen que tiene que ver con eso que tiene el judío de ver desgracias e imaginar situaciones terribles todo el tiempo.

—Cuando repasás el camino recorrido para llegar a este punto, ¿qué encontrás?

—Me da vértigo. Pienso que si mis hijos hicieran lo mismo, yo les diría: “Basta, loco, ¡elegí una vida!”. Hoy pienso que todo valió la pena para llegar adonde estoy ahora, aunque como me cuesta creer todo lo que pasó, prefiero disfrutar el presente sin preguntarme cómo llegué hasta acá (se ríe).

moldavsky

El recuerdo de su etapa en Uruguay

Durante su diálogo con El País, Roberto Moldavsky ofreció una serie de detalles sobre el año que vivió en Montevideo. “En 1984 me vine por un laburo para la comunidad judía y me quedé casi todo el año acá”, dice. “No sabés lo que era eso; la gente que lo lea se va a acordar: fue un año de efervescencia increíble. Yo vivía entre Avenida Brasil y Ellauri y vi las caravanas que celebraban la vuelta de Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti y Los Olimareños a Uruguay. Fui testigo de la historia”, comenta el argentino, que se hizo fanático de Jaime Roos.
El humorista, que en ese momento tenía 22 años, se volvió hincha de Central Español, que ese año ganó por primera y única vez el Campeonato Uruguayo. “De eso, y de haber ido al partido que le ganó Uruguay a Argentina en el Estadio Centenario, no me olvidó más. Recién había llegado la democracia a Argentina y en Uruguay faltaba un año para que volviera, pero la gente ya cantaba consignas sobre la democracia y la libertad en las tribunas”, recuerda.

Moldavsky se entusiasma mientras relata más detalles sobre su etapa en Montevideo. “Todos los domingos me iba a la feria de Tristán Narvaja, pasaba por La Vitamínica a comer un chivito o hablaba con el mozo del Valerio. Apenas llegué no conocía a nadie y fue en ese momento que descubrí la amabilidad de los uruguayos;son muy buenos anfitriones”, dice.

“La mujer que me atendía en el supermercado, la señora que me alquilaba la casa y los mozos me recomendaban lugares para visitar, y eso me dejó muy pegado a Uruguay. Esas cosas me acompañan toda la vida”.

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