ENTREVISTA
El artista argentino vino a Uruguay a presentar su "Drácula" que estará de martes a viernes en El Galpón y contó sobre su debut en el Solís y de cómo esta obra lo salvó de la bancarrota dos veces

La intensa jornada de prensa lo ha dejado casi sin voz. Sin embargo, Pepe Cibrián, una de los grandes del espectáculo argentino, está bien dispuesto a hablar de de Drácula: el musical, la obra que presentará, con su elenco original, desde el martes al viernes en El Galpón (entradas en venta en Tickantel). Escrita junto a Angel Mahler, acaba de presentarla en el Luna Park el recinto para 6.000 espectadores donde se estrenó en 1991. Hijo de dos glorias rioplatenses, Cibrián debutó en un escenario en Uruguay y en el Teatro Solís.
—¿Cuándo vino por primera vez a Uruguay?
—A los cuatro o cinco años. Íbamos siempre al hotel Nogaró en Punta del Este porque su dueño, Roberto Nogaró, era el padrino de mi hermano y muy amigo de mis padres. A los 12 años, vinieron en unas vacaciones de invierno a hacer una temporada al Solís y le pedí a mi madre que me dejara salir a escena y me dejó. Así que debuté en Montevideo. ¡Y en el Solís!
—Pero sus espectáculos no han venido mucho. ¿Por qué?
—Por que son muy caros y mueven mucha gente. Drácula lo traemos igual a como se ve allá con las mismas luces, el mismo sonido, el mismo vestuario. Tenemos ganas de venir porque el suceso que ha sido esta vuelta después de 30 años es realmente muy conmovedor. A mi salvó la vida de nuevo, después de mis cánceres, una separación tras 18 años, la pandemia. Había hipotecado mi casa, vendido un piso, alhajas de mi madre. Y se estrenó Drácula en el Luna Park, y ya pagué las hipotecas y las deudas. Y hasta me compré un auto.
—En 1991, lo salvó de otra penuria económica.
—Había producido una obra para mi madre y me fue muy mal. Y se me ocurrió llamar a Tito Lectoure (empresario argentino, dueño del Luna Park) a quien no conocía. El pensó que era mi padre y me atendió. Yo no sabía que presentarle, te juro por mamá. Y se me ocurrió Drácula como se me podría haber sido Hansel y Gretel. Nunca había leído la novela, ni veía películas de sangre. De hecho, mi Drácula no es truculenta, es una historia de amor. No sé qué le conté pero le mostré pasión y eso le gustó mucho. Y Lectoure me dijo: “tengo 40 fechas libres en el Luna Park, entre Liza Minelli y Frank Sinatra”.
—Era tremendo desafío...
—Le pregunté cuánta gente entraba. Me dijo 5.500. ¡Yo venía metiendo ocho espectadores con mi madre! Nunca supe qué iba a ganar hasta una semana y nunca se me ocurrió pedir un adelanto.
—¿Y cómo es tener un éxito así de grande?
—Cuando se pusieron en venta las entradas, le preguntaba al boletero como venía la cosa. Yo tenía un porcentaje muy grande de la supuesta ganancia una vez que se recuperara el millón de dólares de inversión. El boletero me decía “bien bien”. Hasta que un día me dijo: “Si algún día agotamos, cosa que no creo que suceda, yo te voy a decír ‘sonreí’ porque ese día vas a llenar el Luna Park”. Y el primer sábado, con dos funciones, lo llamé y me dijo “sonreí”. Me morí porque ¿sabés lo que son 10.000 personas para alguien del teatro? Y así fue y 30 años después sigue siendo eso. O mucho más, porque han pasado muchas generaciones y aquella que era una chica ahora trae a sus hijos y aquella que era grande, a sus nietos.
—Y agrega una gira.
—Que pensaba que iba a ser de dos meses y va a ser hasta junio del año que viene. Y en octubre vamos a hacer cuatro funciones en el Movistar Arena que es un estadio para 11.000 personas. Y vamos a hacer la temporada de verano en Mar del Plata. Una vez más Drácula me cambió la vida.
—¿Por qué tanto?
—Si supiese. Siempre escribí e hice aquello que a mí me ha gustado mucho esperando que al otro le guste. Llevo estrenadas 56 obras y a algunas les ha ido muy mal.
—¿Y cómo se ve como artista hoy?
—Soy muy atípico porque salgo a saludar al teatro y la gente corea “Pepe, Pepe”. No hay mucho antecedente de eso. No digo que sea mejor pero es sorprendente.
—Usted empezó en la década de 1970 con Bergara Leumann en la legendaria Botica del Ángel. ¿Cómo eran esas épocas?
—Muy bellas. Eran los tiempos del Di Tella. Los jóvenes teníamos una alegría muy particular. Antonio (Gasalla), Carlos (Perciavalle), Solita (Silveyra) que tenía 15 años íbamos juntos a todas partes. En Mau Mau (una boite de la época) donde nos dejaban entrar gratis y hacíamos shows bailando. Muy lindo. Una época de mucha libertad. Qué suerte haberlo vivido.
—¿Y cómo son estos tiempos?
—Hay una juventud muy luchadora en Argentina. Hay 28 teatros alternativos, por ejemplo. Mi país es surrealista: no puede haber tanto teatro, tantas. Esto no es Broadway (gracias a Dios) pero no paran de hacerse cosas. Se abren maxiteatros con varias salas y son seis espectáculos por día en el mismo lugar. Lo único malo es que los chicos no conocen lo que es un camarín porque están esperando afuera para entrar en la sala de tantos que son.
—¿Cuán distinta es esta versión de Drácula de otras que hemos visto?
—Es la misma que se está haciendo en Argentina. La misma de siempre pero con la tecnología de luces y decorados de hoy. Una obra de teatro es como una torta. Lo importante es el bizcochuelo y no sirven de nada todas las frutillas y los rellenos que le pongas. El bizcochuelo de Drácula es muy bueno y eso es lo que conmueve a la gente. El resto es parafernalia. La hemos hecho en toda clase de condiciones (en algunos escenarios no entraba ni el cajón) y la gente sale igual de conmovida. Lo mío siempre es teatro independiente con mucha plata.
—¿Ese es su estilo?
—Sí. Me dicen “esto parece Broadway” pero no lo es ni quiere serlo.