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Crítica de "Intensidad" de Florencia Infante: Poner el cuerpo para hacer reír

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Florencia Infante durante una función de Intensidad

CRÍTICA

Crítica del unipersonal "Intensidad" que el sábado a las 21.00 tendrá una nueva función en la sala teatro del Movie Montevideo Shopping

Florencia Infante durante una función de Intensidad
Florencia Infante durante una función de Intensidad. Foto: Estefanía Franco

Soy una persona que con medio corazón no va a ningún lado”.Florencia Infante dice esa oración como una declaración de principios: quiere decir que está ahí, en el escenario, para darlo todo, para no guardarse nada.

Dice, después, que una vez tuvo meningitis y que casi se muere y que desde entonces decidió que no iba a hacer nada a medias pero que, sobre todo, iba a hacer solo lo que ella quisiera. Y lo que Florencia Infante quiere -a esta altura ya se sabe- es actuar pero, además, decir cosas y que la escuchen.

Es 3 de septiembre y la sala grande del complejo Movie, en Montevideo Shopping, tiene aforo reducido pero localidades agotadas. Las personas se acomodan de una o de a dos mientras en el escenario, una pantalla anuncia: Intensidad, que es el nombre de la obra pero también una definición.

“Soy una persona intensa”, dirá Infante unos minutos después y hará que todo el unipersonal gire en torno a esa idea: la de una mujer que además es madre y que además es actriz y que además mantiene una casa y que además es feminista y que además hizo carnaval y que además es obsesiva y que además es de escorpio y que además no puede estar sin hacer nada y que además está soltera y que además trabaja en la televisión y que por todo eso es así: intensa.

Pasadas las 21.00 se apagan las luces y en la pantalla empiezan a aparecer frases y palabras que también tienen que ver con ella: mamá luchona, como chupo fumo bailo, feminista, bailarina del Sodre frustrada y más. Y entonces, después de que una voz anuncie su nombre y pida un aplauso, Infante aparece en el escenario con un vestido de lentejuelas verde y una vincha de flores en la cabeza.

Avisa, ni bien entra a escena, que tuvo que llevar a su hija al trabajo, que no pudo dejarla en otro lado. Y entonces entra Alfonsina, tres años, vestida de rosado, que nada tiene que ver con el espectáculo más que estar ahí para ver a su madre actuar. Desde el principio, con Alfonsina en la platea, queda claro: este espectáculo es una parte de su historia.

Intensidad es una obra que Infante sostiene, por más de una hora, en el cuerpo, en la voz, pero sobre todo en la complicidad con el público y en la risa. Estrenada en 2019, tuvo algunas funciones en 2020 y volvió este año, con aforo, tapabocas y alcohol en gel.

Mañana, sábado 18, hay una nueva y última función a las 21.00 y las entradas están a la venta en la página del complejo Movie.

Desde el principio y hasta el final, Infante cuenta anécdotas como si conversara con amigos, hace chistes y le hace preguntas al público, habla sin parar sobre los hijos, la separación, la pandemia, el trabajo, el ser mujer y la maternidad, las vacaciones en Rocha, los cumpleaños de 15, Cristian Castro y Bandana, el feminismo, el género y el cuerpo, la familia, el barrio y el carnaval.

Y en el medio de todo eso - de los chistes y de las risas y de los aplausos que ella aprovecha para tomar agua- postula cosas. Por ejemplo, que las mujeres tienen que tener el derecho de elegir si ser madres o no. Que ella lo eligió dos veces, dice con convicción de acero y la gente la aplaude.

Sin embargo, en Intensidad, más que ninguna otra cosa, la gente se ríe. Y celebra la risa. Porque aunque Infante hable desde ella, ponga el cuerpo y cuente su historia, sabe que a todos, más o menos, nos pasan las mismas cosas y que, por lo tanto, lo que le pasó a ella le pasó a las personas que fueron a verla y entonces reírse con ella es reírse también de uno.

En Intensidad la risa funciona así, como un paréntesis, como un bálsamo, como una liberación, como una catarsis, como una fiesta y también como un regreso: al encuentro, a las miradas, al estar cerca, a todo aquello que por dos años no tuvimos.

Después de más de una hora, después de la risa y de la anécdota y de la historia, después de que Infante cantara y bailara Maldita noche -esa canción inolvidable de Banadana de comienzos de los 2000-, después del aplauso para acompañarla, lo que queda en el aire, sin embargo, es la última pregunta.

“¿Entienden la dimensión de estar vivos? ¿Entienden que la vida son dos minutos?”, dice Infante. “Si hay vida, hay oportunidades. No vayan con medio corazón a ningún lado”.

Y entonces, a una no le queda otra que conmoverse, porque aunque suene a frase hecha, qué verdad y qué necesario es que en estos tiempos medio lavados y medio revueltos alguien diga eso: que si no hay pasión mejor que no haya nada.

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