En retrospectiva, el viernes 13 fue un buen día para conocer a Steve Buscemi. Al fin y al cabo, es un actor que ha interpretado a algunos de los perdedores más desdichados que se hayan visto en pantalla. Aun así, la fecha parecía doblemente propicia por la serie de la que íbamos a hablar: Merlina, la sombría, sarcástica y espectacularmente popular incorporación de Netflix al universo de Los locos Addams.
Buscemi se sumó en la segunda temporada como Barry Dort, el nuevo director de la Academia Nevermore, un internado para hombres lobo, vampiros y la perpetuamente sombría Merlina Addams (Jenna Ortega). Dort se inspira en Edgar Allan Poe y, según contó Buscemi, es “un gran fan de Nevermore”, aunque tiene “razones siniestras para estar allí”: un simpático nerd con un costado oscuro, que es prácticamente la marca registrada del actor. La temporada ya es lo más visto en Netflix en todo el mundo.
Para Buscemi, sin embargo, la fecha de nuestro encuentro era afortunada por otro motivo: “Siempre me gustó el viernes 13”, dijo. Nació en uno, en diciembre de 1957.
Su vínculo con el día con mayor carga supersticiosa tiene sentido poético si se repasa la galería de personajes de mala suerte que ha interpretado durante décadas. También para alguien que ha vivido su propio cúmulo de infortunios. Lo han apuñalado, lo golpeó un desconocido, sufrió tragedias personales inmensas. Lo atropellaron un auto y un ómnibus. Y aun así, siempre vuelve.
Para quienes superan cierta edad, es difícil imaginar la cultura pop sin Steve Buscemi. Más allá de su trabajo como director y guionista, su currículum como actor roza los 200 créditos. Es objeto de memes y artículos entusiastas cada vez que se disfraza de uno de esos memes en Halloween. Sin embargo, protege ferozmente su vida privada: una figura singular que, en muchos sentidos, sigue siendo tan esquiva como cuando irrumpió en la escena del cine independiente neoyorquino a mediados de los años 80.
“Es alguien que no se puede definir del todo, y eso es lo que lo hace hermoso”, dijo Tim Burton, productor ejecutivo de Merlina y director de la mitad de sus episodios. “Lo que falta hoy en la industria del cine es un cierto nivel de misterio en las personas. Y él todavía lo conserva”.
Con la segunda temporada de Merlina, millones de jóvenes pueden estar descubriéndolo. Pese a haber protagonizado algunas de las películas y series más aclamadas de los últimos 40 años (Perros de la calle, Fargo, Los Soprano), este año podría encontrar a su mayor público hasta ahora. Según Netflix, Merlina es la serie en inglés más popular en la historia de la plataforma.
“Es lindo y emocionante estar en un programa que la gente realmente conoce”, dijo, irónico. Las menciones a su papel más reciente en televisión, en Miracle Workers, solían recibir miradas de desconcierto. “Pero en cuanto digo Merlina es como: ‘¡Ah, sí. A mis hijos les encanta!’”.
La vida de Steve Buscemi, un actor como ninguno
Su vida y su trayectoria están llenas de paradojas. Mide 1,75, es delgado, no encaja en la idea típica de tipo duro. Pero a principios de los 80, cuando era bombero, podría haberte sacado de un edificio en llamas.
Buscemi pasó sus primeros ocho años en East New York, un barrio obrero de Brooklyn, antes de que sus padres y sus tres hermanos se mudaran a Valley Stream, en Long Island. “En muchos sentidos, fue una infancia ‘normal’ entre comillas”, recordó. Pero las grandes ambiciones no se alentaban.
“Mi papá hablaba mucho de que él solo quería salir adelante”, contó después. Recuerda haberlo oído decir que quizá sus hijos no eran “material para la universidad”, y eso lo hizo pensar que no era lo bastante inteligente. “Definitivamente me afectó”.
Fue a la universidad pública, pero abandonó tras un semestre. Trabajó en una estación de servicio. Condujo un camión de helados. Esos años difíciles serían la materia prima para Trees Lounge (1996), su triste y silenciosa película como guionista, director y protagonista. Tenía sueños de ser actor, pero miedo de decirlo en voz alta.
Se mudó al East Village a fines de los 70 y fue ganando confianza y papeles, primero con cineastas underground como Eric Mitchell o Bill Sherwood, y luego con figuras del cine indie como Jarmusch, Alexandre Rockwell y los hermanos Coen.
En 1991 recibió un guion de un tal Quentin Tarantino para Perros de la calle. El papel de Mr. Pink lo cambió todo. Y, sobre todo, le permitió quedarse en Nueva York, sin ceder a la presión de mudarse a Hollywood.
Hoy, a los 67 años, su vida es distinta. Su único hijo, Lucian, vive en Los Ángeles. Su esposa por más de 30 años, la cineasta y artista Jo Andres, murió en 2019. Este año volvió a casarse, discretamente, con Karen Ho, que no trabaja en la industria. Se mudaron juntos a Manhattan y trajo a su madre desde Staten Island para estar más cerca de ella. Extraña la vida de barrio, pero no los viajes interminables entre distritos.
En muchos sentidos, Buscemi se ha convertido en símbolo de una clase en extinción: la de los inadaptados, artistas y buscavidas que hicieron carrera en una Nueva York áspera y analógica. A los actores jóvenes suele decirles que no se obsesionen con que los descubran: “Salgan y hagan. El trabajo va a llegar si realmente tienen algo que ofrecer”.
Su presencia en Merlina ya inspira a sus compañeros más jóvenes. Ortega, de 22 años, lo describió como una figura paternal: “Es una gran fuente de sabiduría, consejos y lecciones de vida, sin proponérselo ni de forma condescendiente. No sabes cómo llegó allí ni cuál es su historia. Ha visto mucho, ha hecho mucho. Pero está ahí, y es hermoso”.
Austin Considine / The New York Times
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