La temporada 2 de "División Palermo" de Netflix está "más que a la altura" y el uruguayo Daniel Hendler lo sabe bien

Hubo un decálogo que estuvo pegado en todos los rincones del rodaje. Era una orden, un rezo. Decía: “No preocuparse por la situación, por quién es el personaje, por querer entender todo, por querer actuar bien, porque sea gracioso. Ocuparse de boludear, de aprenderse la letra, de estar disponibles, de escuchar al otro, de hacer lo que sea para estar presentes”. Bajo ese régimen se hizo División Palermo, que hoy llega a Netflix con una segunda temporada tan deliciosa como efímera.

Son seis episodios de alrededor de 20 minutos y, así de breves, un desborde de ideas y de absurdos, una torre de Babel de imposibilidades que se sostiene por la solidez del guion, pero también por algo que deja entrever ese decálogo: la disponibilidad, la presencia.

Pero no siempre algo tan divertido de consumir resulta tan divertido de hacer, confiesa el actor uruguayo Daniel Hendler en charla con El País.

El rodaje de División Palermo 2 fue, de hecho, “bastante tortuoso”: “Nos tocaron climas hostiles, mucho, mucho frío, y además estuvimos bajo el mando de Santi Korovsky, que es un crack total, pero tiene un nivel de meticulosidad y —y él me permite decirlo— de obsesión, que hace que las jornadas sean muy demandantes. Uno actúa siempre como pisando huevos, porque hasta que no se termina de filmar, parece que todavía se puede lograr algo mejor”.

Aun así, hubo momentos en que fue imposible contenerse, como la única escena que le tocó compartir mano a mano con Pilar Gamboa. Hendler habla de la risa como una bola de nieve, y un gesto que sostiene toda la entrevista —una forma de poner los labios, como intentando convencer a un rival en una partida de truco— deja la sensación de que lo más jugoso prefiere, siempre, guardárselo para la intimidad.

En la serie, Hendler es Miguel, el líder con una prótesis de brazo de una atípica guardia urbana porteña formada por diferentes minorías —una persona con enanismo, una chica en silla de ruedas, un no vidente, ahora también un muchacho con síndrome de Down—, y con ciertas ilusiones de ascenso. Aunque nada le sale como espera, él insiste: Miguel, sobre todas las cosas, cree.

Foto: Mariano Landet / Netflix

Para esta segunda temporada, División Palermo —creada, escrita, dirigida y protagonizada por Korovsky— empuja sus límites al sumar dosis de acción a su base de comedia.

Mientras el concepto de guardia urbana se expande por Buenos Aires, Felipe (Korovsky) se convierte en agente secreto para descubrir qué trama un empresario cool con cara de Juan Minujín. La forma en que se devela el misterio es sencillamente delirante. Está muy bien.

Hendler coincide. La primera vez que leyó el guion sintió que esta temporada era igual o mejor que la primera. De eso, parte de su charla con El País.

—División Palermo 2 estira los límites del absurdo, y me preguntaba si eso tiene que ver con diferenciarse aún más de una realidad que a veces se le termina pareciendo.

—Es verdad. Bueno, conforme la realidad se va volviendo más absurda, esto tiene que estar rompiendo esos límites, y es posible que esta segunda temporada gane un poco en acción, en suspenso, en violencia, en cuestiones de espionaje y sobre todo de comedia. Pero además, cuando una primera temporada supone una base verosímil y una serie de reglas y códigos que se establecen y personajes que se presentan, en la segunda, con ese terreno ya sembrado, también se cosechan nuevos límites a cruzar. Y se amplía el universo, el alcance de esa guardia urbana que en principio sólo parece una herramienta marketinera y termina convirtiéndose en una brigada extraordinaria. Y quién sabe hacia dónde va a ir.

—El personaje de Miguel, en sus pequeñas desgracias cotidianas, sigue teniendo una mirada optimista del mundo. A medida que profundizás en el papel, ¿en qué sentís que te conectás más con él?

—Miguel es como un negador que vive en una ilusión y se niega a abandonarla aunque la realidad lo golpee constantemente. El mundo se oscurece, su entorno se vuelve cada vez más difícil, pero su gran arma es el entusiasmo, la esperanza y la utopía, así que va a luchar con eso hasta el final. Yo no soy tan optimista como Miguel. Soy un poco negador, pero trato de trabajar en eso (sonríe). Y me parece que soy un poco menos solemne, también. Siempre tratás de encontrar algún tipo de familiaridad con el personaje, desde el momento en que uno le presta el cuerpo. Porque no sólo viene con una experiencia física, sino también con historias y organicidades propias, y uno trata de pensar en qué contexto uno podría haber sido una persona parecida.

—Miguel, de hecho, defiende una pasión por el teatro, aunque termine trabajando de otra cosa. Si esta fuera tu historia y la actuación hubiese sido un hobby, ¿de qué crees que estarías trabajando?

—Si pienso en qué cosas me hubiera gustado hacer, igual están un poco vinculadas a lo artístico y lo cultural. Hubiera querido ser músico; bueno, antes jugador de fútbol, pero eso rápidamente tuve que abandonarlo. Y también alguna vez fantaseé con vender libros, con trabajar de librero. Eso sí.

—¿Qué expectativa tenés con División Palermo 2? ¿Qué querés que se lleve la gente?

—En principio, creo que hay mucha gente que vio la primera temporada a regañadientes, con prejuicios que en general fueron superados gratamente. Y muchos me comentaron: “Che, no me esperaba que me fuera a gustar tanto”. Y esta, que viene con la carga de que las segundas temporadas nunca suelen estar a la altura, espero que sorprenda justamente por eso: por estar más que a la altura y ser una propuesta superadora. Está bárbara. Yo ya la vi y me cagué de risa.

Foto: Los Vocalino / Netflix