Rebar
Si un día cualquiera leyeran ustedes en "El Gallito Luis": SE VENDE. Ciudad con 70 casas, aeropuerto, iglesia, con un solo habitante. Precio: U$S 2.700.000... seguramente creerían que se trata de una broma. Nada de eso. Una oferta de ese tipo existe, absolutamente en serio.
Dicha ciudad brasileña está situada en el Estado de Minas Gerais: se le conoce por Vila de Jaguara; y se ha convertido en un pueblo fantasma desde que se automatizó allí una central hidroeléctrica y, como temerosa reacción ante el hecho, huyeron sus quinientos habitantes con la sola excepción de uno, un ingeniero que decidió adherir a los poderos avances de la ciencia y la tecnología en réplica por la actitud antediluviana de sus vecinos, que no saben interpretar (y, menos aún, disfrutar de ellas) las grandes conquistas de los tiempos modernos.
La decisión firme, "civilizada", se alzó por encima del abandono de su mujer -para el tipo fue, entonces, una terminal hidroeléctrica- al que se agregó la muerte de su gato, con lo que debió sufrir la doble pérdida de los dos ejemplares que el hombre suele sentar sobre sus faldas y acariciar cariñosamente.
No me extrañaría que el comprador -porque hay sobrante de dólares- vaya a ser el presidente de "La Bolivariana S.A.", dueño absoluto del 100% de las acciones payasescas que irán tornándose trágicas si nadie lo frena en su intento de dominar el mercado sudamericano, para quien la cifra de venta representa lo que para mí es una propina destinada al cuidacoches.
Agregar un matiz distinto, originalísimo, a su política de penetración territorial, que signifique meter una pata (¡perdón!... un pie) en el "delulado" Brasil, equivaldría a una nueva y convincente exhibición de poder adquisitivo: el Tío podría erigirse en padrino de otro eslabón de integración continental, en una ciudad libre de temores, comprando, al solo efecto de borrarles el miedo a los que les asusta, la central hidroeléctrica automatizada: fomentando el retorno del medio millar de fugados, recibiéndolos al mismo tiempo con una alfombra de petrodólares; remodelando las setenta casas con las últimas creaciones del confort hogareño no procedentes de los Estados Unidos; dinamizando al desolado aeropuerto con los más recientes exponentes de la moda aérea (alucinantes helicópteros, fascinantes aviones privados, unidades de combate para defenderse cuando los invada ese Diablo que, por donde pasa, va dejando una estela de olor a azufre); declarando "Sobreviviente de Honor" al ingeniero que se quedó solo, reinsertando a su esposa en el hogar, y reponiéndole el gato (de la más fina raza felina) con un collarcito de oro, y el pedido especial (no una orden) de que lo bautice Don Simón.
El único problema que podría presentársele al presidente de "La Bolivariana S.A." sería con el funcionamiento de la iglesia... porque, pese a sus petrodólares, el Tío no tiene cura.