El columnista Ruben Rouben opina de un nuevo capítulo en esta conflictiva relación, que ahora involucra a la suegra; es decir, a la madre de Matías.
Uno no es adivino, pero son años siguiendo desde mi confortable perfil bajo, las noticias de la farándula argentina, como para no haberme dado cuenta de que el matrimonio de Matías Alé y María del Mar del Cuello Molar no iba a durar mucho.
Primero estaba la fama de Alé, un picaflor como ya no quedan, que supo estar con muchas mujeres hermosas, hacer alarde de ellas y después pelearse en sonados escándalos. Y ella se ve tan jovencita, pobre.
Después apareció eso del brote psicótico y místico que le agarró al pobre Matías, que decían había incluido golpes a su esposa y a su suegra. Además aportó la fea imagen de un Alé, que siempre fue tan lindo y simpático, atado a una silla gritando eslóganes religiosos. Un desastre que llamaba a otros deastre.
Por eso, la verdad, me dieron ganas de gritas, “se los avisé” cuando leí de la separación de la pareja. No lo veía el que no lo quería ver.
“Necesitaba tomarme unos días para estar tranquila”, había deicho María del Mar, para justificar la separación. Aprendió rápido el protocolo de las estrellas que no quieren revelar mucho de ellos.
Pero ayer los disparos salieron para otro lado. Más en concreto hacia Helena, la mamá de Matías. “Era mucha presión, no se puede vivir así”, dijo refiriéndose a su madre política.
“Con mi suegra hablé por última vez cuando la llamé por teléfono para tratar de resolver las cosas”, dijo María del Mar. “No quiero contarlo porque me da vergüenza decirlo, fue agresiva. Siempre es así.” Para no querer dio bastantes pistas.
La institución suegra siempre está presente en la farándula argentina. Los recientes escándalos de Carmencita Barbieri, por ejemplo, refieren a su condición de consuegra con Nazarena Vélez.
A mi, que nunca tuve una, no me gusta que hablen mal de las suegras. Incluso si con eso se ganan un lugar en el próximo Bailando, tremendo premio.

COLUMNA FARANDULERARUBEN ROUBEN