Lector imaginativo, lector lúdico, lector cómplice, voy a proponerle una fantasía. La Pasión de Cristo no la dirigió Mel Gibson. Por lo menos no la firmó. Quizá figura como director un iraní, un macedonio o un brasileño, en todo caso un desconocido, no un famoso que accedió rápidamente al estrellato gracias a su muy recia apostura y queveinte años después dirigió Corazón valiente, ganó un Oscar, hizo algún otro honorable film épico, mientras la edad le iba desgastando el glamour. Pero sin duda Mel ha hablado demasiado, de sus ideas y de las de su padre, revelando que es un católico preconciliar, que comulga en Écone de mano de Monseñor Lefebvre, que aborrece del homosexualismo, compadre en eso de otro Monseñor que preferimos no nombrar: en una palabra, que es un fascista confeso o por lo menos, y ahora cito a algunos de mis colegas, un hombre políticamente incorrecto.
Todo lo cual nos lleva al cine con una carga de prejuicios, que empezó por poner razonablemente nerviosa a la colectividad judía (aunque luego, aún más razonablemente, sofocó sus suspicacias) para acabar en el alegre e injusto menosprecio de la crítica mundial.
Pero, se lo propongo querido lector, arranquémonos de raíz esos perversos prejuicios —siempre lo son— que están en el fondo del mismo fascismo, incluso del racismo, y veamos con ecuanimidad La Pasión de Cristo, la haya dirigido Gibson o el ignoto macedonio.
Yo pienso que es una película muy seria, muy ascética, nada hollywoodense, en el sentido que damos comúnmente a esa palabra. Es decir nada frívola, nada comercial, nada sentimental. En una palabra, la obra de un artista genuinamente inspirado por su tema, sin duda el más arriesgado de toda la historia de Occidente. Usted me alega que le parece más bien el producto de un buen artesano que se limita a ser fiel a los Evangelios, a un punto desusado en el cine. Yo agrego que la acusación de excesiva o complaciente violencia, me parece una triste forma de desentenderse de la responsabilidad que según la teología católica y hasta la cita del profeta Isaías que abre la película, tendríamos todos los hombres respecto a los sufrimientos de Cristo.
Es el tema mismo de esta Pasión. Todos empuñamos el látigo. Sólo en los flashbacks aparece el tema del amor. La obsesión del autor de la película, sea quien sea, es la culpa. Suya, paciente lector, y mía. Según lo quieren el remoto Isaías, los evangelistas y los doctores de una Iglesia cuya máxima autoridad dijo al terminar la proyección, sencillamente: es lo que pasó. Lo cual por supuesto no involucra un juicio estético. Que es, hasta cierto punto, de lo que NO estábamos hablando.