JORGE ABBONDANZA
Olimpia Torres, que murió ayer a los 96 años, heredó la longevidad por vía materna pero recibió otro legado mayor: la tradición artística de una familia ilustre (padre Joaquín, hermanos Augusto, Horacio e Ifigenia, hija Eva) un clan en el que parecía transmitirse la sensibilidad plástica por conducto sanguíneo.
A todo eso, Olimpia agregó el destello escultórico de su marido Eduardo Díaz Yepes, pero en su obra personal debe anotarse una formación juvenil en París, los diseños de vestuarios y decorados teatrales, las ilustraciones para libros (de Felisberto Hernández, ante todo), algún premio en Salones montevideanos y exposiciones individuales en Barcelona, París y el Uruguay.
Era una dibujante de gran interés, cuya producción pudo apreciarse hace cinco años cuando expuso en el Museo Torres García bajo el título "Olimpia x Olimpia". Había nacido en San Juan de Vilasar, cerca de Barcelona, en 1911, y viajó junto a sus padres durante años por Francia, Estados Unidos e Italia. Se trasladó con su marido a Montevideo en 1934, acompañando el famoso regreso a la patria de su progenitor, pero volvió poco después a España y ahí sobrellevó por algún tiempo la guerra civil.
Desde 1947 se radicó definitivamente en Montevideo y entre otros trabajos mayores que ha dejado, figura un mural en el Palacio de la Luz, inaugurado en 1970. En años recientes presidió la Fundación Torres García, empeño que debe agregarse a los méritos de esa larga vida como "figlia d`arte" digna de su estirpe.
La muerte de Olimpia cierra ahora un capítulo familiar que convierte la tradición viva del constructivismo en parte de la historia del arte no sólo nacional. Su existencia de casi un siglo ayuda en estos momentos a repasar la trayectoria fermental de una familia como hubo pocas en nuestra cultura y de paso valoriza dentro de ese grupo a una mujer que ocupó un sitio discreto junto a la fama tremolante de su padre.