ENTREVISTA
La actriz y cantante argentina, ganadora de un Premio Gardel, se presenta este sábado en la Zitarrosa con show de tangos. Antes charló con El País.
Fue una de las villanas de Verano eterno, una monja brava en Esperanza mía, una cocinera de armas tomar en la aclamada película Relatos salvajes y la madre del futbolista más importante de la historia en Maradona, sueño bendito. Rita Cortese ya fue muchas cosas, y ahora es esta: la cantante que este sábado llegará a la Sala Zitarrosa con el espectáculo Feroces, y un fuerte repertorio de tango, canción de raíz y algo de poesía.
“¿Sabés lo que significa para nosotros estar en Montevideo y poder mirar el río?”, dice por teléfono a El País antes del regreso a la ciudad donde ya cantó alguna vez y donde también supo filmar. Ha venido a Uruguay varias veces, casi todas por motivos laborales, pero reconoce que no han sido tantas como le gustaría.
Ahora vuelve y lo hace como la cantante, como la intérprete musical que descubrió y desarrolló hace más de 20 años. En concreto, 24: Cortese había debutado como actriz de teatro en 1980, y en 1998 cantó por primera vez en público con el espectáculo Recuerdos son recuerdos, una suerte de ejercicio de estilos, de tango.
De aquel día, lo que guarda esta mujer de melena enrulada y mirada firme, de voz gruesa y carcajada avasallante, es “la felicidad, únicamente”. Eso que la hizo saber que ahí, desprendida de un personaje, atravesada por las canciones, había otra forma de hablar con el mundo, de aportar.
“Lo que preservo es un estado de vida mío, qué me está atravesando, por qué o para qué elijo los temas y para qué me subo a un escenario. Siempre tiene un motivo, nunca es porque sí”, dice Cortese desde algún rincón de su casa antigua de San Telmo. “Mi canto tiene un sentido, una palabra”.
En este momento, la palabra que lo explica —que explica el canto y ese “estado” al que refiere una y otra vez— es la ferocidad que le da título al show que hará el sábado a las 21.00 en la Zitarrosa. El repertorio va de Homero Manzi a Fito Páez, lo abordará en formato trío junto a Aldo Vallejos y Seba Zasali, y quedan entradas a la venta en Tickantel.
—Hoy, ¿en qué sentís más la necesidad de ser feroz?
—En defender la honra, la bonhomía, la pasión, el deseo. Es un tiempo donde el deseo se pone como lánguido y la pandemia, además, contribuyó mucho a eso, a que los cuerpos se conviertan en que el otro sea un contagio en lugar de un cuerpo amigo. Hablo del deseo en un sentido más profundo: recuperar la utopía. Mirá, un psicólogo argentino muy ligado a los derechos humanos, Fernando Ulloa, decía algo que me parece genial: “Utopía es el estado heroico de la esperanza”. Bueno, yo quiero estar en ese lugar. Para cambiar el mundo hay que tener fuerza.
"El escenario no es un lugar cómodo"
Cortese no para de trabajar. La pandemia la obligó a parar y aún así, los últimos han sido tiempos de lo más activos. Rodó y estrenó la serie Maradona, sueño bendito (Amazon Prime Video) y la película Las siamesas (2020), y en un repaso apurado sobrevuela cuatro títulos.
Está en El suplente, un drama de Diego Lerman que acaba de estrenarse en Argentina; en El mejor infarto de mi vida, sobre lo que le ocurrió al escritor Hernán Casciari mientras estaba en Montevideo; y en Blondi, que dirige Dolores Fonzi y de la que participan “un grupete de amigos tremendos”. Para marzo o abril, además, tiene agendada la filmación de Los domingos mueren muchas más personas, del interesante Iair Said. “Yo haría de su mamá. ¡Imaginate lo que somos los dos!”, anuncia con una carcajada.
Enseguida se pone seria y dice: “Soy una privilegiada en ese sentido. Hay compañeros que la han pasado muy mal. Yo lo pude sostener, pero hay compañeros que en pandemia recibían bolsos de comida; que no podías creer que vivieran en esa situación. El trabajo nuestro es muy episódico, los que pueden estar sin trabajar y tener una muy buena vida no serán más que ocho o nueve. Después, acá hay que laburar”.
Cortese dice que, en pandemia, su casa la sostuvo. Y un poco la sostuvo la música, esa que en 2009 le dio un premio Gardel.
De eso, del arte en general, charlará el viernes a las 19.00 en un conversatorio que moderará José Miguel Onaíndia, y que también tendrá lugar en la Sala Zitarrosa. La entrada, para este evento, es libre y gratuita.
—Muchos actores y actrices que luego se han volcado a la música hablan de que mientras en la actuación se escudan detrás de un personaje, en la música están más expuestos y todo se defiende con uno mismo. Llevás más de 20 años cantando, ¿cómo lidiás con esa dualidad a estas alturas?
—El escenario no es un lugar cómodo. Cómoda estoy yo ahora hablando por teléfono, en mi casa, pero el escenario no es un lugar para estar cómodo. ¡Y bienvenido sea! El escenario es un lugar para algo; uno se sube ahí para algo, aunque sea para que lo quieran. Uno cuando está atravesando un personaje, en una obra de teatro por ejemplo, no sos vos; sos vos, pero estás mediado por el personaje. En el canto no: en el canto sos vos, y eso es genial. Esa es una gran libertad.
"El escenario no es un lugar para estar cómodo. ¡Y bienvenido sea! El escenario es un lugar para algo"
—¿Y para qué te subís hoy al escenario?
—Para mostrar el presente, la época. Creo que en eso sí somos grandes narradores, juglares, contadores de una época. Y tampoco desde un lugar tan rígido: nunca para cerrar nada, siempre para alojarme en la pregunta. Creo que además estamos en un tiempo donde sabemos tan poquito cómo es… Creo que hay un camino de reconstrucción en el que me parece que estamos, o me parece interesante estar. No tengo conclusiones. Hay que seguir haciendo preguntas, porque no tenemos muchas respuestas. Es un momento tan complejo, delicado y de final de época que en eso estamos, en ese barco estamos todos.
—¿Cuál te gustaría que fuera el puerto a alcanzar?
—Un plato de comida para todos, una casa para todos, un mundo de inclusión, un mundo de paz. Eso me gustaría; es lo que me gustaría para mí. Que me quieran, tener una vida digna. Y trabajo para eso.