Crónica del show de Jaime Roos en el Auditorio del Sodre: no nos morimos nada (y la noche que le ganó al tiempo)

Al frente de su propia Filarmónica popular y consiguiendo, dijo, "el premio a la porfiadera", Jaime Roos llegó este jueves al Auditorio del Sodre para empezar su despedida de los escenarios. Crónica de un recital que se hizo desear cuatro años.

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Recital de Jaime Roos en el Auditorio del Sodre, 16 de mayo de 2024.
Foto: Estefanía Leal

"Cuánta cosa", dice Jaime Roos, parado al medio del escenario, rodeado de técnicos y cables, una guitarra que acaba de entrar a jugar su partido mientras los músicos se reubican en una aceitada coreografía entre penumbras. Después explica los sucesivos cambios de instrumentos, dice que cada decisión está tomada para sonar lo más fiel a los discos, traduce amablemente una obsesión que surca sus 54 años de carrera, reconoce implícitamente la noción de la excelencia, como quien admite al mismo tiempo una felicidad y una condena. Luego sonríe y da paso a la siguiente canción. Todo sucede, todo fluye como un agua mansa y cristalina, como un río que a veces evoca melancolía, a veces plenitud, casi siempre una sensación muy parecida al hogar.

Cuánta cosa.

Cuánto tuvo que pasar para llegar a este jueves, 16 de mayo de 2024, tres o cuatro minutos después de las 21.00; cuánto para estar en el Auditorio Nacional del Sodre, en la esquina de Mercedes y Andes, en una noche de otoño con frío invernal; cuánto para cumplir un sueño. Cuánta historia. Cuánto desde aquel día en que un niño criado entre Durazno y Convención y la Plaza Cagancha se enamoró de los Beatles y supo que quería hacer eso, una música que fuera un sincretismo, un sonido y una forma de decir que hablara de un lugar que en su caso era este, Montevideo, una porción minúscula de un país minúsculo, quizás la mejor ciudad del mundo, quizás una cruz, quizás apenas una noción de patria.

Cuánta cosa, ahora bañada por la sombra de un final.

El 6 de agosto de 2020, y tal como lo había anunciado a fines de 2019, Jaime Roos iba a volver a los escenarios y lo iba a hacer en el Auditorio del Sodre. Sin embargo, como él mismo repasó el jueves en el primero de 10 recitales con entradas agotadas que significarán —significarían— su retiro de los conciertos en vivo, vinieron "el covid, el fútbol, Plaza Colonia - Peñarol, las lluvias, las plagas de Egipto".

Anoche, tras el repaso, dijo: "Pero aquí estamos, no nos morimos nada".

Entonces entregó vida, el último gesto que queda antes de decir adiós.

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El Auditorio del Sodre, repleto; los 10 shows de Jaime serán con entradas agotadas.
Foto: Estefanía Leal

*

Este jueves, Jaime inauguró un cierre de temporada que se extenderá hasta el 26, siempre a sala llena, siempre con sus 20 músicos en escena (la Banda Completa, una selección que juega cada vez mejor y que por temas de agenda no tiene, ahora, al Zurdo Bessio), siempre con 26 canciones, siempre con un listado que amaga en despedirse con "Colombina" y que al final termina en "Durazno y Convención".

La información oficial, la que se lee en su propio sitio web, dice esto: "El músico aclaró que no quiere teñir de dramatismo este ciclo, anunciando su retiro definitivo. 'Es realmente improbable que vuelva a subirme a las tablas, pero lo mismo dije en 2015 y aquí estamos. Prefiero decir hasta la vuelta'". Es un fragmento de lo que viene después de un título sin matices, de un anuncio sin lugar a especulaciones: "Jaime Roos se despide de los escenarios en mayo de 2024".

Entonces es mayo de 2024 y Jaime empezó la retirada, con el mismo semblante con el que se empieza una vuelta más. Como si él mismo fuera el protagonista de una canción, como si se estuviera anunciando el maldito y al final todo fuera un engaño, el brillo ebrio de las luces del Estadio, eso que habilita un poco más.

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Para este cierre de temporada, Roos hizo ligeras variantes en el repertorio de los Estadios de 2021 y 2022.
Foto: Estefanía Leal

Sin hacer hincapié en la carga emotiva que podría tener un eventual adiós, Jaime eligió llevar al Sodre un recital prácticamente idéntico al que ha mostrado en sus últimas versiones. En relación al repertorio que hizo en 2021 y 2022 en el Estadio Centenario, planteó algunos cambios de orden —abrió con "Los futuros murguistas", "Amor profundo" quedó para la recta final—, barrió piezas como "Good Bye (el tazón de té)" y coló "Que el letrista no se olvide" (con gran anécdota introductoria), "Al Pepe Sasía" y "Esta noche".

No hubo concesiones (hizo oídos sordos a los reclamos por "La hermana de la coneja"), aunque sí pequeñas sorpresas, como el enganche abrupto con el que empalmó "Adiós juventud" con "Los olímpicos", o la decisión de dejar de lado "Retirada", la versión cantada que hizo en sus últimas actuaciones en Montevideo, para darle lugar a la instrumental bautizada "Se va la murga", que se hace una con "Las luces del Estadio" y es uno de los grandes momentos que protagoniza Nicolás Ibarburu.

Hubo, sí, algo de justicia divina desde que se levantó el telón y Jaime empezó a sonar, en vivo, en el lugar que él mismo había elegido para la reaparición aplazada. Al amparo de la acústica de la sala Fabini del Sodre, aquí nada fue llevado por el viento. Cada decisión, cada arreglo cayó en su lugar justo; cada sonido tuvo su espacio: el crisol de texturas desplegadas por los teclados de Gustavo Montemurro, la dimensión de la guitarra de Ibarburu que parece misteriosamente conectada a un corazón, el brío de la batería y la percusión (Martín Ibarburu, Juan Ibarra, La Triada), la sangre del tambor, el bajo de Gerardo Alonso como un sostén definitivo, cada tanto la flauta de Pablo Somma como si estuviera bordando en el aire la belleza.

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En el escenario, el coro de murga Los Reyes del Tablado, el guitarrista Nicolás Ibarburu y el flautista Pablo Somma.
Foto: Estefanía Leal

Con la pulcritud del sonido a favor de un obsesivo, y una puesta en escena que pudo sacarle jugo a su sutil teatralidad y regaló momentos llenos de épica, como ese "Brindis por Pierrot" en la voz de Pedro Takorian y envuelto en una nube roja de humo y luces pasionales, todo fue, todo pareció ser como debería haber sido en 2020: un reencuentro al borde de la perfección, abrazado por la cercanía, con el porte del que están hechas las lecciones. Jaime Roos en su máximo esplendor, tan vivo como sus canciones, haciendo eso que él mismo dijo —construyendo su Filarmónica popular, levantando el premio "a la porfiadera"—, despidiéndose pero hasta la vuelta, confirmando que es el sonido de una ciudad. Ganándole al tiempo.

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