Hay que imaginar el paisaje: a unos kilómetros, la frontera con el sur de Brasil; del otro lado, las tierras del Paraguay; un poco más abajo, la provincia de Corrientes con todo su criollismo y su mestizaje. Y en el medio, como un vértice donde convergen mil culturas, un pueblo de Misiones, un rincón de tierra colorada y la tradición de la yerba mate, pero también la evolución de una reducción jesuita que sembró el campo de descendientes de polacos y ucranianos y contribuyó, así, a una curiosa fusión.
Con todo eso alrededor nació Chango Spasiuk, y es lo único que se necesita para intentar desentrañar la identidad de un músico inclasificable. “Yo no inventé esos colores. Yo simplemente pinto de manera libre con todo eso que me rodea”, dice en charla telefónica con El País, desde Buenos Aires (donde ahora vive) y a punto de viajar a Uruguay.
Mañana jueves, el acordeonista argentino que trascendió la raigambre del chamamé para enredarse con estilos y géneros de varios tipos, se presentará en formato cuarteto en Medio y Medio, el festival de jazz de Portezuelo que es un clásico de cada temporada (quedan entradas en Redtickets), y al que vuelve con alegría.
No es solo el entorno ni la gente que, en Medio y Medio, suele estar “como relajada”, dice: es lo que ocurre, lo que quiere que ocurra, con cada una de sus presentaciones.
Su invitación es espontánea y honda: “Una vez, en un concierto en Alemania, un señor me dijo con un traductor: ‘Chango, yo gasto todo mi dinero en ir a conciertos. Fui a ver a Coldplay y fui a ver a los Rolling, voy acá y voy para allá, viajo por Europa y voy a mucho megaconciertos en donde realmente se te abren los ojos, porque no alcanzás a poder mirar todas esas pantallas y todas esas luces. Pero en este concierto que no había pantallas, ni luces, ni nada, se me abrió el corazón’. Ese tipo de devoluciones me dan fuerza. Se trata de encontrar espacios que nos ayuden a ablandar nuestros corazones, a abrirnos y a sentir. Así que de eso va este concierto. De eso van todos los conciertos que tratamos de llevar adelante”.
Chango Spasiuk (Horacio Eugenio Spasiuk, 56 años) no habla tanto de la música —de la creación de la música, de una noción de éxito— sino que se inclina, todo el tiempo, a una cosa más profunda, que de alguna forma está debajo de la placa tectónica de su ser artista: la búsqueda de la belleza, que al mismo tiempo es la búsqueda de su lugar en el mundo.
Así, con la fuerza de la belleza, explica la colaboración que estrenó en 2024 junto al músico uruguayo Tin Gardil. El artista de Paysandú le hizo llegar una versión de “Tristeza”, conmovedora pieza de Spasiuk, y el Chango quedó tan fascinado que decidió intervenirla. “En pandemia me mandó esa versión y dije, ‘ay, qué bella es, qué diferente la leyó. Yo quiero tocar el acordeón ahí’. Y aunque no nos hemos visto personalmente, toqué y la compartimos”.
Tiene 10 discos solistas a cuestas, colaboraciones con músicos noruegos y una ruta de momentos compartidos con Mercedes Sosa, León Gieco, Fito Páez, Hugo Fattoruso o Bobby McFerrin, más un emprendimiento actual, Taco & Suela, que lo reúne con artistas muy jóvenes.
Entonces, cuando intenta hablar de ese sonido argentino y al mismo tiempo global que se ha vuelto su estandarte, se va a las mil influencias que lo rodeaban cuando nació en Misiones y dice: “Ese mundo estaba ahí el día que nací. Y por eso rompo todo tipo de clichés. Porque durante mucho tiempo el chamamé quedó como atrapado, visto como la música regional de un lugarcito, y por momentos la gente decía ‘qué música alegre’, pero con el tiempo uno va descubriendo que eso que llamamos ‘música alegre’ en realidad es un rezo que se baila y un baile que se reza, entonces adquiere una visión mucho más amplia. Y yo hace 20 años que comparto esta música en los lugares más impensados del mundo, y allí sucede lo que tiene que suceder con el arte y con las cosas que buscan la belleza: es simplemente tocar el corazón de las personas, crear un espacio en el que todos somos atravesados por un regalo, yo también. Porque para mí tocar en vivo es un regalo y yo lo necesito tanto como el que está enfrente. Entre todos construimos. La mirada colectiva es sumamente poderosa”.
Para Spasiuk, el carácter colectivo de la experiencia musical es clave, porque “posiblemente ese estado del corazón y eso que uno saborea es lo que lo sostiene en el camino”.
Sin embargo, el mismo artista que años atrás reconoció a El País que se siente una especie de paria musical —“soy demasiado joven para ser de los viejos y demasiado viejo para ser de los jóvenes. No formo parte de ningún movimiento”, dijo durante una entrevista en 2018— admite que, aunque lo grupal sea fundamental, la soledad es determinante en su recorrido.

“Nadie me pidió que yo haga lo que hago, nadie me dijo: ‘usted tiene que representar esta comunidad y ser un referente de esta tradición’. Nadie me ha dado ese mandato. Toda motivación de desarrollar un proyecto tiene que ver con algo personal, y eso personal es la soledad. Es, a través del arte, una búsqueda de tratar de encontrar mi lugar en las cosas. Porque tarde o temprano todos tenemos nuestras grandes preguntas: ¿para qué?, ¿por qué?, ¿cuál es mi lugar?, ¿cuál es el sentido que tiene esto dentro de la creación?, ¿cuál es mi pequeña acción dentro de este contexto? Es como una gran pregunta que está buscando una respuesta. Y aunque uno no la encuentre, está en movimiento buscándola”, dice justo después de, como ha hecho tantas veces, citar a su referente Atahualpa Yupanqui y esa idea suya de buscar “la sombra que el corazón ansía”.
“Y no es que después de 30 o 40 años de caminar sepa cuál es la respuesta. Lo que uno sí puede saber después de tantos años es que está en la dirección correcta y que es en esa dirección en la que tengo que caminar. De eso sí estoy seguro”, dice Chango Spasiuk con total claridad. “Es esta la disciplina, es esta la dirección en la que tengo que caminar, y con eso hay suficiente combustible como para levantarme todos los días e intentar una vez más”.
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