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Bob Dylan, el genio enigmático que no deja de sorprender a su público, cumple 80 años

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Bob Dylan

PERFIL

"Siento que, de una u otra manera, he hecho siempre todo lo que quería”, le dijo Bob Dylan a Rolling Stone en 2006. A continuación, un repaso de una carrera tan cambiante como cautivadora.

"No me conocés, cariño, / Y nunca lo harás, / No me parezco en nada a lo que mi apariencia fantasmal sugiere”, canta Bob Dylan con su clásica voz rasposa en “False Prophet”, una de las grandes canciones de Rough and Rowdy Ways, el celebrado álbum doble que lanzó a mediados de 2020. “No soy un falso profeta, / No estoy casado con nadie, / No recuerdo cuando nací, / Y olvidé cuando morí”, lanza sobre una base de blues pantanoso y crudo que recuerda a lo mejor de Muddy Waters y de John Lee Hooker.

Ambas frases resumen bastante bien al espíritu del enigmático artista que este lunes celebrará sus 80 años: nadie conoce de verdad al hombre detrás del premio Nobel de Literatura. “¿Por qué cuando habla de mí la gente se pone loca? ¿Qué carajo les pasa?”, le dijo a la revista Rolling Stone en 2012. “Tratan de saber algo que no se puede saber. Como en la canción de Pete Townshend en la que trata de encontrar 50 millones de fábulas. ¿Para qué?¿Con qué fin? No tienen idea. Que el Señor se apiade de ellos”.

Como lo dejó claro tantas veces, si hay algo que le molesta a Dylan es ver a esos autoproclamados expertos de su vida que escriben tomos enormes en donde diseccionan cada una de sus letras para desvelar los detalles sobre su vida. Y como lo ha demostrado a lo largo de su amplia y sumamente variada discografía, cuando parece que está revelando demasiado o yendo hacia un lugar mínimamente predecible, hace una pausa y vuelve con una nueva personalidad.

“Siempre quise parar cuando estaba en la cima. No quería desvanecerme ni ser algo del pasado; quiero ser alguien que nunca sea olvidado”, le dijo a Rolling Stone en 2006, cuando publicó el celebrado álbum Modern Times. “Siento que, de una u otra manera, he hecho siempre todo lo que quería”.

Además de los cambios de personalidad musical —ha grabado discos históricos como Highway 61 Revisited y Blood On the Tracks, pero también se divierte con álbumes de villancicos y de versiones de Sinatra—, a Dylan le gusta confundir a sus seguidores más férreos. Uno de los ejemplos más claros llegó en 2019, cuando Netflix lanzó el documental Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese, sobre la legendaria gira que ofreció entre 1975 y 1976 junto a varios amigos.

“Con una máscara puesta es más fácil decir la verdad. Sin máscara lo más probable es que esté mintiendo”, asegura en un momento del documental basado en unos cuantos recuerdos falsos de aquella gira en la que salió cada noche al escenario con el rostro pintado de blanco. Ni una joven Sharon Stone estuvo en los shows, ni Kiss inspiró el maquillaje de los músicos y el misterioso Stefan van Dorp en realidad era un actor. Dylan nos había engañado de nuevo.

Pero no debería ser una sorpresa para alguien que ha tenido tantos cambios de identidad en su carrera. La más notoria, claro, es la de su nombre artístico. Nacido en Duluth el 24 de mayo de 1941 bajo el nombre de Robert Zimmerman, se hizo llamar Bob Dylan —inspirado en unos poemas de Dylan Thomas que leyó en su adolescencia— apenas se fue de su hogar. “La primera vez que me preguntaron mi nombre en Minneapolis, instintiva y automáticamente solté: ‘Bob Dylan’”, relató en Crónicas, su libro de memorias.

A medida que dio sus primeros pasos discográficos fue cambiando de personalidad, volviéndose más hermético y sorprendiendo a los que lo tildaban de “portavoz de una generación”. Lo que empezó en 1962 con el álbum Bob Dylan, se convirtió en The Freewheelin’ Bob Dylan (“El despreocupado Bob Dylan”) y luego evolucionó en Another Side of Bob Dylan (“La otra cara de Bob Dylan”). Para 1965 llegó la primera transmutación: Bringing It All Back Home, con una cara del vinilo dedicada canciones eléctricas y la otra con el sonido folk que definió sus primeros pasos. Unos meses más tardes se publicó Highway 61 Revisited y, oficialmente, aquel Dylan que cantaba “Blowin’ In The Wind” había quedado atrás. El rock era el nuevo medio para transmitir su mensaje.

En 1966, luego de lanzar Blonde On Blonde, sufrió un accidente de moto que le quebró varias vértebras y lo llevó a cambiar nuevamente. Se alejó de las giras y de todas las etiquetas, se radicó en una cabaña de Woodstock y grabó más de 100 canciones con The Band, que verían la luz recién en 1975. Para cuando volvió en 1967 con John Wesley Harding, ya era otro: retomó el sonido folk de sus primeros discos y desconcertó a sus seguidores.

“Quería escaparme de esta carrera de ratas”, relató años después en sus memorias. Desde ese momento, el mito del hombre enigmático quedaba establecido. Lo confirmó cuando publicó la seguidilla de discos Nashville Skyline y Self Portrait —ese que se llevó una crítica de una estrella en la Rolling Stone y que el periodista Greil Marcus definió como: "¿Qué es esta mierda?"—, donde abordaba el country y el folk, e incluso había cambiado la voz. Como le dijo a Rolling Stone, siempre hizo lo que quiso.

Mientras sus apariciones públicas se volvían cada vez más inusuales, el mito en torno al artista crecía a pasos agigantados. Tras un gran regreso con Planet Waves (1974) y Blood On the Tracks (1975), a finales de los setenta llegó otro cambio que sorprendió a todos. Se convirtió al cristianismo y publicó una trilogía de discos sobre el tema: Slow Train Coming (de 1979, con un enorme aporte del guitarrista Mark Knopfler), Saved (1980) y Shot Of Love (1981).

Historias como esas han definido una carrera de más de 60 años, que lo convirtieron en uno de los artistas esenciales del siglo XX. Uno de los más llamativos llegó en 2016, cuando hizo historia al convertirse en el primer músico en ganar el Nobel de Literatura. No quiso ir a la ceremonia —pero no tuvo problema de aparecer en El precio de la Historia autografiándole una copia de Self Portrait a Chum Lee—, y en vez de publicar un álbum de nuevas canciones para celebrarlo, lanzó Triplicate, un álbum triple con canciones ajenas de la década de 1950.

Pero, de la nada, en marzo de 2020 el hombre de bigote fino, ojos azules y sombrero de cowboy lanzó “Murder Most Foul”, una balada épica de 17 minutos, que junto al álbum Rough And Rowdy Ways, confirmó que sigue tan vigente como siempre. Bob Dylan será una persona enigmática y cambiante pero, al igual que sus canciones, siempre está ahí, listo para dar una nueva sorpresa.

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