Magnífica versión de "La Sílfide" abre temporada del ballet oficial

Protagónicos. María Noel Riccetto y Ciro Tamayo deslumbraron al público

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CARLOS REYES

A sala llena, algo que empieza a ser una sana costumbre, se estrenó el jueves "La Sílfide", que deslumbró en todos los órdenes: coreografía, técnica, luces, vestuario, decorados, efectos de tramoya, orquesta y concepción general del espectáculo.

El Ballet Nacional Sodre ya tiene acostumbrado al público, que cada vez responde con más entusiasmo a cada una de sus producciones, con gran despliegue visual. En el caso de La Sílfide, si bien los cambios de decorados son menos que otras veces, la belleza y realización de los mismos están fuera de discusión.

En el acto primero, al levantarse un telón semitransparente, aparece la casa de campo donde vive James, con los elementos justos para crear el ambiente de un cálido hogar escocés. Madera, piedra, la chimenea con su fuego, las escaleras, una gran araña, y el maderamen del techo que crea el juego de perspectiva. También las ventanas y el jardín al fondo, perfectamente realizado.

María Noel Riccetto sorprende de entrada, y en el papel que da nombre a la obra despliega su encanto, con un personaje que le permite expresar gran frescura. Los preparativos de la boda entre James y Effy alborotan la casa. Las acciones transcurren con toda limpieza, tanto argumental como estéticamente.

El primer gran aplauso de la noche fue para el joven bailarín español Ciro Tamayo, que sorprendió con su levedad y vigor. También con su simpatía, que expresó en un rostro lleno de alegría y frescura. Fueron varios los pasajes en los que el joven bailarín fue admirado por el público, especialmente por la elasticidad de sus movimientos ascendentes. (Una vez más, Julio Bocca acertó, esta vez al convocar al emergente artista malagueño).

Lógicamente Riccetto también acaparó aplausos, aprovechándose muy bien de su etéreo personaje. Y la dupla de protagonistas demostró mucha comunicación entre ellos, desde las pasajes festivos hasta los dramáticos.

Lógicamente que hubo muchos otros bailarines que también se lucieron, y el público lo hizo notar en el aplauso final. Entre ellos Daniel Galarraga, que dio al rol de la bruja una expresividad enorme. En ese aspecto, los intérpretes bailaron tan bien como actuaron, con un acento en la mímica y la gestualidad. La dificultad que ofrece La Sílfide desde el punto de vista técnico fue sorteada con trabajo y talento, dando por resultado un espectáculo de suma belleza.

A la armonía plástica del decorado del segundo acto (cargado de matices, realmente de ensueño), se suma en el resultado de conjunto algunos trucos de tramoya que también son inusuales en este medio. En ese entorno el cuerpo de baile en su conjunto también llevó adelante algunos cuadros muy bien resueltos.

En algunos de ellos, hasta la inmovilidad de los figurantes contribuye al gran efecto general. Luego vuelve Tamayo con sus saltos en altura, de una plasticidad que cosechan una ovación. La progresión dramática, hasta el triste final, fue llevada perfectamente. La orquesta y su director Martín García también fueron inobjetables. Y los largos aplausos finales dieron cuenta de todo esto.

El saludo de los artistas al público, y los aplausos de éste, se dieron en un clima de felicidad. El intercambio de flores entre las primeras figuras sumó al clima de alegría. Como siempre, Bocca salió apenas unos segundos a escena, pero se retiró pronto, no queriendo acaparar la atención.

Quedan todavía 10 funciones de La Sílfide, a las que se ha agregado un ciclo de charlas sobre la misma, que van una hora antes de las funciones, con la participación de los bailarines.

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