Llega la alquimia musical de La Quimera del Tango

Recital. El grupo argentino se presenta el viernes en Lindolfo

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A. LALUZ

"Muchos dicen que el tango ha muerto. Pero eso es mentira... lo vamos a matar este viernes". La sentencia tiene su responsable: Rodrigo Guerra, y también sus secuaces, los otros tres guitarreros (bien plantados) responsables de La Quimera del Tango.

Un cuarteto, entonces, que tiene como primer implicado a Guerra (o al menos el primero que puso su voz al teléfono para hablar con El País), junto a Santiago Fernández, Gonzalo Santos y Julio Sleiman.

Ellos vienen de Argentina y tienen planeado para este viernes (21.30) instalarse en Lindolfo Teatro (Juan Lindolfo Cuestas 1388 entre Sarandí y Washington), para argumentar a favor de varias cuestiones tangueras. Entre ellas, su último disco, La muerte del tango (2008), al que le sumarán las piezas del anterior, que lleva por título el nombre del grupo, y el que vendrá, que todavía está en el horno.

Más aclaraciones y las obligadas presentaciones igualmente se imponen. Primero lo primero: La Quimera no cruzará el Plata en plan de secta o célula armada dispuesta a liquidar cualquier vestigio de la tradicional expresión ciudadana. "Ese (el del comienzo) es un viejo chiste tanguero. Pero lejos de nosotros está el querer matar a tan estimada momia", aclara Guerra, y con conocimiento de causa (y potenciales consecuencias, que pueden tener como protagonista a cualquier lector o escucha desprevenido, quizás dispuesto a descargar su ira contra la presunta afrenta en algún foro internáutico).

Salvedad mediante, Guerra amplía, se puño y letra, la intención que suelen tener las presentaciones del grupo: "nosotros simplemente ofrecemos las cosechas más frescas que tenemos. Por eso vamos a llevar algunos adelantos de Chau tricota, el próximo disco, que recién está en la fase de composición y arreglos, pero que ya tiene prontas algunas primicias para escuchar. También iremos por nuestro primer disco y este último, La muerte del tango". Un repertorio original con el que el grupo dibuja, desde el año 2003, un mapa atravesado por algunas rutas del tango tradicional, especialmente con sus texturas de guitarras, trayectos hacia el humor (y a veces el humor negro) o la ironía, caminos hacia las estaciones habitadas por personajes arquetípicos del mundo del tango.

Itinerarios que son recorridos con una concepción musical contemporánea, crítica y a la vez interesada en recuperar los elementos más frescos de un historia que devino mito (y por tal, muchas veces asumida como un panteón inmaculado, o, lo que es peor, como una postal pintoresca). Por esa razón, Guerra enfatiza en la opción de La Quimera por la guitarra: "primero, porque fue y es nuestro instrumento. Y porque en ambos países, Uruguay y Argentina, es algo que hace a la identidad cultural. Como decía Zitarrosa: es una tradición rioplatense, y que tiene en la milonga su máximo exponente". Y también rescata el valor de la suma de aportes que llegan con las otras experiencias musicales del grupo. En su caso, con todo el aprendizaje que le dejó su pasaje por el colectivo Pequeña Orquesta de Reincidentes y, en los últimos años, de su integración a Los Ramones del Tango que regentea Daniel Melingo (banda con la que pasó recientemente por Montevideo). En el de Fernández, por otro lado, por su experiencia en Me Darás Mil Hijos; Santos con los aportes que sigue recogiendo en Stelite Kingston y Les Mentettes; y Sleiman, otro tanto, al ser parte de otro inquieto proyecto: La Orquesta de Salón de Pablo Dacal.

Con este acervo, La Quimera se erige como un proyecto musical que, poniendo los pies en la tierra presente, reivindica raíces aunque sin caer en estériles pontificaciones. Su música comenzó a gestarse en una instancia de encuentros informales entre músicos, y en todos estos años maduró un enfoque tan potente como profesional, sin perder de vista que los géneros no son más que etiquetas, y que mucho queda para aprehender de los viejos "piques" de la transmisión oral, tradicional.

Rescate de la tradición de guitarras y milongas

"Para nosotros que vivimos acá, que el tema de la identidad es medio raro, porque no sabemos muy bien de dónde venimos, nos agarra una inquietud por encontrar qué sería nuestra música. Eso me pasó a mí y a muchos colegas", cuenta Rodrigo Guerra, integrante de La Quimera del Tango. "Y en la milonga, en esa base tan simple, yo siento que pintamos un poco la aldea. Que el soporte de cualquier creación termina pisando ahí". Pero hay, como complemento a esa historia, otra cuestión clave: la guitarra. "Y con ella viene esa práctica de juntarse con otros para copiar o pasarse `yeites`. Además, eso es posible porque no es como el violín que suena horroroso hasta que lográs dominarlo. Por más difícil que sea, cualquiera agarra la guitarra y con pocos elementos puede hacer algo de música". Una dinámica que opera como nervio central de la oralidad, y que condimenta al hecho musical "con esas suciedades que compone el clima vital" de toda expresión musical.

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