Liz cumplió setenta y cinco años

Dame Elizabeth Taylor cumplió ayer setenta y cinco años, y sesenta y cinco de vinculación con el cine. No se trata, por cierto, del cumpleaños de una actriz de cine. Lis no lo es. Es una leyenda.

Elizabeth Rosemond Taylor nació en Inglaterra, el 27 de febrero de 1932, hija de padre estadounidenses, y vivió en Londres hasta cumplir los siete. Debutó en cine con apenas diez años en una comedieta de Harold Young que nadie recuerda, y casi enseguida hizo La cadena invisible (1943) de Fred M. Wilcox, una película familiar que lanzó por lo menos a dos figuras mayores: ella misma y Lassie.

Es posible empero que el primero en darse cuenta del real potencial estelar de Liz haya sido Robert Stevenson, quien la dirigió en un pequeño papel no acreditado en Alma rebelde (1944), adaptación de Jane Eyre de Charlotte Brontë que protagonizaron Joan Fontaine y Orson Welles. Su presentación es inolvidable: un contraluz en el extremo superior de una escalera. Allí nació una estrella.

Siguieron otras películas, numerosos matrimonios, escándalos, enfermedades y un romance intermitente con Richard Burton. Fuera del cine, su vida ha sido una mezcla de melodrama, lucha por causas humanitarias y un mal gusto para la elección de los vestidos que hace saltar a cualquier modisto. Dentro de él ha sido varias cosas: no necesariamente una buena actriz pero sí un monstruo de fotogenia y un rostro perfecto del que la cámara se enamoraba. Y ha habido directores que supieron extraerle algo más: Stevens en Ambiciones que matan (1951) y Gigante (1956); Mankiewicz en De repente en el verano (1959); Nichols en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966), su segundo y menos inmerecido Oscar (el anterior fue por Una Venus en visón, 1960). Cada dos años se enferma y sale adelante. Nos va a sobrevivir a todos.

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