Matar al papa, la nueva novela de Roberto Bennett, no solo aborda la inagotable temática de la Segunda Guerra Mundial, sino que la reimagina desde una óptica atrapante. Con una trama cargada de espionajes, traiciones y decisiones estratégicas, Bennett, también periodista, pone en escena a un enigmático joven holandés, Wim De Groot, cuya misión lo sumerge en las esferas del poder, justo donde las decisiones de los jerarcas terminan de sellar el destino de Europa.
En Matar al papa, De Groot se convierte en una pieza clave de una red de espionaje que conecta a los papas Pío XI y Pío XII con las grandes potencias del conflicto bélico. El relato, que se extiende desde 1938 hasta 1941, narra la sucesión de hechos y conflictos que, poco a poco, fueron desencadenando el mayor conflicto bélico del siglo XX. Como destaca el autor al inicio del libro, gran parte de los diálogos son reconstrucciones basadas en declaraciones textuales de los protagonistas de la época, extraídas de periódicos y fuentes históricas verificadas.
Matar al papa, construida como una novela de suspenso, carga la lectura de un ritmo vertiginoso que se acentúa por la forma en que el autor ordena los hechos históricos y refleja el clima de miedo que dominaba la época. Publicada a finales de 2024 por la editorial argentina Tahiel, la novela acaba de llegar a varias librerías locales gracias a un acuerdo de distribución con Gussi. Cuesta 600 pesos.
A propósito de su nuevo libro, El País dialogó con Roberto Bennett.
—El abordaje de la novela se centra en la transición entre los papas Pío XI y Pío XII. ¿A qué se debe su interés?
—Me interesaba especialmente la figura de Pío XII porque había escuchado de todo sobre él: desde que había sido un muy buen papa que había logrado salvar a los católicos en Alemania, hasta que era un pronazi que era antisemita y no quiso enfrentarse a Hitler. Hay muy pocos papas en los tiempos modernos que tengan tantas contradicciones; además, le tocó vivir la etapa más turbulenta del siglo XX. Quería entender, a través de sus palabras y de las de quienes trataban con él, por qué actuaba así. Por eso, en el libro me volqué a la importancia de su papado. Si nos ponemos a pensar, él no tenía un ejército a sus órdenes, su lugar era de enorme importancia: tanto los alemanes que eran antinazi como los italianos no fascistas y los ingleses llegaban a hablar con él. Y su rol en esos momentos cruciales me llevó a preguntarme qué pensaba realmente, y los documentos son una forma de acercarme a eso. Luego, es el lector quien saca sus conclusiones.
—Un aspecto importante en esta historia está mencionado en el epílogo de la novela: en 2022, el Vaticano desclasificó una serie de documentos sobre el papado de Pío XII. La decisión sería clave para entender cómo actuó realmente.
—Es sumamente importante que se estén estudiando esos documentos secretos por orden del papa Francisco, que se ve que estaba harto de escuchar las dos campanas. Va a llevar tiempo, porque el material es enorme, pero sí se sabe que en los últimos tiempos de Pío XI, él fundió y escondió encíclicas y documentos para que no vieran la luz. Los archivos también van a permitir saber si realmente estuvo involucrado en las llamadas “Rutas de las ratas” en las que se escaparon 5.000 criminales de guerra nazis y fascistas. Sí sabemos de la intervención de la Iglesia...
—Como el caso del obispo Alois Hudal, que se menciona en el libro...
—Abiertamente defendía a los nazis, incluso después del final de la guerra. Nunca ocultó su apoyo al régimen, pero el resto hacía piruetas para no revelar lo que realmente habían estado haciendo. Por eso, los documentos van a permitir descifrar ese enigma.

—¿En qué sentido la escritura de Matar al papa le permitió profundizar en su conocimiento sobre la guerra?
—Me ayudó a entender por qué sucedían las cosas y me despertó un enorme interés por seguir indagando en los eventos de esos años. Sé que hay más detalles, anécdotas e incidentes que están ahí, esperando por ser descubiertos y desenredados. Lo que más me sorprendió en el proceso fue ver la capacidad que tenían Gran Bretaña y Alemania para dirigir múltiples frentes en simultáneo. Uno podría pensar que los nazis solo se enfocaron en la invasión de Francia, pero en paralelo ya habían ocupado Dinamarca y bombardeado Holanda. La complejidad del tema me asombra.
—En 2025 se conmemoran 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial, pero todavía se escriben libros y se filman películas y documentales sobre el conflicto. ¿Por qué considera que el tema nos sigue interpelando?
—Porque no solamente afectó a todo el mundo durante su transcurso, sino que cuando terminó, el mundo había cambiado, en algunas cosas para bien y en otras para mal, y todavía estamos sufriendo las consecuencias. Por ejemplo, las fronteras mal dibujadas por autoridades instaladas en ciudades como Berlín, Londres y París, dibujaron sobre un mapa cómo se iba a distribuir cada frontera, e ignoraron por completo su contexto. En el caso del cercano Oriente, no se tuvo en cuenta el tema religioso, como qué sucedía con los sunitas y los chiitas, que tienen siglos de rivalidad y odio. En esos repartos se simplificó muchísimo todo y quedó gente aislada en un lugar donde tarde o temprano iba a haber conflicto.
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