ALEXANDER LALUZ
Muchos han afirmado que la tradición del tango oriental ha quedado a merced de una "descuidada" o desatenta memoria, y que en la actualidad poco se podría decir de las señas de identidad de los cultores locales del género. La afirmación es sin duda errónea, o por lo menos reflejo de una preocupante sordera.
Esta noche, el quinteto La Mufa (Martín Pugin en bandoneón, Alejandro Migues en piano, Lucía Gatti en chelo, Jorge Pi en contrabajo y Vivianne Graf en violín) presenta en la Sala Zitarrosa su primer trabajo discográfico, La Mufa tango (Perro Andaluz, 2009) junto al grupo guitarrero Los Cigarros y al violinista Jorge Risi como invitados. La oportunidad servirá para confirmar -o descubrir- que esta expresión goza de los signos de una renovada vitalidad.
Es cierto también que estos signos todavía no configuran un movimiento compacto, amplio y, como dice el dicho popular, no da para "tirar la casa por la ventana". Pero esos signos de cambio existen, no son pocos, y ratifican que la vitalidad creativa no necesariamente viene por el coqueteo con mixturas pseudo vanguardistas, ni por el rejuvenecimiento (o embellecimiento) de algunos maquillajes sonoros y clisés de la academia.
El repertorio de este disco, que será el eje central del concierto de hoy, se conforma con una mixtura de lenguajes diferentes. Por un lado, dos composiciones originales de Martín Pugin (Talea y Vals), que descubren a un creador particularmente imaginativo en la construcción formal y en el manejo de gestos expresivos. También se incluye una versión camerística de la conocida pieza para piano Golliwogg`s cake walk de Claude Debussy.
Pero el grueso de la selección musical es un recorrido por la modernidad más pujante del tango. La lista de estos "nombres con historia" del género se conforma con Pugliese, Piazzolla, Gobbi, Plaza, Irusta, Marcó Arolas, Firpo. Con ellos se recorta un mapa estilístico peculiar que, más allá de ser fácilmente reconocible, se desmarca de lo obvio, de la postal turística (esa que rinde para los locales que en alta temporada viven del gusto más snob) y se detiene en los proyectos musicales más personales.
Todo este material fue llevado en la producción a un territorio algo despreciado por los neotangueros: el de la llevada con swing, o para ser más claro: la llevada del canyengue. Pero en ello, estos jóvenes músicos no camuflaron sus formaciones académicas, cultas, con un disfraz arrabalero. En su lugar buscaron un lenguaje interpretativo muy contenido, equilibrado, que parte del cuidadoso tratamiento de los arreglos y se potencia en el modo de grabación: los cinco músicos tocando juntos en el estudio, y sin sobregrabaciones. Este último detalle, como bien se describe en librillo del CD, recupera una técnica de grabación muy utilizada en la música culta (tanto sinfónica como camerística). Así, el resultado sonoro refleja con mucha fidelidad la interacción entre los músicos, y especialmente la temperatura que se genera durante una interpretación en vivo.