Jorge Abbondanza
Primera noche en Madrid. El viajero uruguayo sale a recorrer unas cuadras del centro y tropieza con dos estampas truculentas. Una de ellas está poblada por dos jóvenes drogadictos inyectándose en el zaguán de un edificio, a un paso de la calle y a la vista de la multitud que camina por allí: uno de esos muchachos se clava la aguja en el brazo izquierdo mientras el otro se ha bajado los pantalones para pincharse el muslo. Cinco minutos después, una enana vieja, diminuta, enlutada y tambaleante, casi velazqueña, sube el repecho de la calle del Carmen hacia la Gran Vía cargando con los trastos que seguramente ha tenido en venta durante el día en la cercana Puerta del Sol. A los españoles tan europeos de hoy no les gusta que se hable de las dos Españas, porque una de ellas no exhibe una imagen demasiado favorable, pero esa España negra que asalta por la noche al caminante desprevenido, demuestra con cierta fiereza que el modelo de los grabados de Goya sigue vivo doscientos años después.
ESPLENDORES. La otra España, la de las opulencias del siglo XXI, tiene cosas mejores que mostrar. Colas kilométricas se forman seis días por semana delante del Museo Thyssen-Bornemisza en el reciclado palacio de Villahermosa para echar algunos vistazos a la muestra Gauguin y los orígenes del simbolismo, donde está ausente la etapa polinesia del artista pero donde muchas de sus obras (prestadas en buena parte por instituciones oficiales y privadas de varios países) se codean con Pissarro, Van Gogh, Vuillard, Cézanne, Bonnard o Picasso. La muchedumbre avanza lentamente por esas salas dominadas desde los muros por uno de los grandes giros del lenguaje visual del siglo XIX, lo cual permite saborear las analogías expresivas y las mutuas influencias entre los maestros seleccionados, luego de pasar por el enorme hall de acceso bajo la mirada vigilante de los anfitriones, el riquísimo y difunto barón Thyssen retratado de cuerpo entero junto a su mujer, la bella española Tita Cervera, unidos en ésta y en la otra vida no sólo por el Registro Civil sino por su compartida dedicación al coleccionismo.
No todos los frecuentadores del Museo saben que Gauguin tenía origen ibérico por parte de madre, como descendiente de la familia Tristán Moscoso y nieto de la revolucionaria Flora Tristán. Instalado durante un tiempo en el Perú, ese linaje pudo cruzarse con sangre incaica, lo cual explica uno de los textos ampliados en las paredes de la exposición donde consta el apego de Gauguin por el arte indígena americano. En vida, empero, al pintor no le fue tan bien como a Thyssen, ya que después de abandonar en París su oficio de corredor de Bolsa, pasó largas penurias de las que sin embargo no han quedado demasiadas referencias en su obra. Claro que no solamente los pobres tienen su cuota de padecimiento: mientras la memoria de Gauguin es glorificada desde los museos, el banquero más rico de España (que se llama Emilio Botín y encabeza el Banco de Santander) enfrenta un juicio bajo treinta y cuatro cargos de delito fiscal y los diarios hablan de que podrían exigirle una fianza de 68.000.000 de euros para concederle una libertad transitoria, lo cual permite hacerse una idea de la magnitud de sus defraudaciones y del volumen de la fortuna que lo respalda.
PRESUPUESTOS. Carente de los recursos de Botín, el turista común y corriente debe enfrentar otras exigencias: las del costo de la vida en una España donde la aparición del euro ha provocado desequilibrios severos. Según confesó en estos días un cajero de banco a su interlocutor uruguayo, desde que rige la moneda europea los sueldos han subido un diez por ciento pero el costo de vida ha subido un cien por ciento, escalón que explica ciertos titulares de la prensa madrileña donde se habla de la creciente dificultad de muchos españoles para llegar a fin de mes: por lo pronto, dos millones de ellos viven bajo el umbral de la pobreza. También explica las declaraciones de un taxista veterano a este cronista, señalándole (a las nueve de la noche) que su jornada laboral había empezado a las cinco de la mañana "porque si trabajo menos horas no mantengo la casa". Ese cuadro castiga igualmente al turista cuando se enfrenta al costo de una comida, sin ir más lejos, ya que debe pagar cuatro veces más de lo que le costaría ese mismo episodio gastronómico en Montevideo. En todo caso le queda el consuelo de lo que señalan otros turistas procedentes de Francia o Inglaterra, donde la carestía es peor: parece prudente no cruzar los Pirineos.
Por suerte los museos son más baratos y hasta algunos días (los festivos) son gratuitos. Entonces el viajero puede darse el lujo de recorrer la vasta selección de retratistas españoles que el Prado acaba de montar y está desplegando con una fastuosidad que abarca desde Velázquez hasta Picasso, por no hablar de las maravillas de los prerrafaelistas ingleses que se mantienen en las salas de La Caixa sobre la calle Serrano, a pocas cuadras de la monumental reconstrucción de la tumba de Tutmosis III que ocupa buena parte del Museo Arqueológico por un par de meses o el encandilamiento que provocan las cincuenta vitrinas con joyas del Imperio Mogol de la India y que han viajado desde un museo de Kuwait hasta el área de exposiciones temporarias del Palacio Real de Madrid, donde ese océano de esmeraldas, rubíes y diamantes recubre joyas y armas, deja constancia de las opulencias orientales del siglo XVII y resplandece ante un público casi hipnotizado. Sobre esos atractivos habrá que volver con cierto detalle, mientras parece difícil eludir los claroscuros de las dos (o tres) Españas: por un lado tantos fulgores —o las elegancias múltiples del barrio de Recoletos— por otro lado el mundo de la farándula donde el comadreo sobre cupleteras, duquesas, divorcios y amantazgos inunda copiosos programas de televisión junto a diluvios de revistas del corazón, y por último una tercera España donde se anuncia la voluntad oficial de reforzar el blindaje de las costas meridionales de la península (más lanchas de patrullaje, más radares, más helicópteros) para frenar el incontenible flujo de inmigrantes ilegales que escapan de un Africa donde la penuria o el miedo son las mejores herramientas de expulsión. Por el momento, España cuenta con 43.000.000 de habitantes, 3.000.000 de los cuales son extranjeros en variadas condiciones de legalidad o clandestinaje. Será mejor que ese sector no vea las joyas de la India.
Castañuelas, blasones, panderetas
Es inaudito el caudal de chismes que en España invade programas de televisión y revistas semanales donde se lleva prolija cuenta del nuevo idilio de alguien que es hijo, sobrino o ex-amante de alguna celebridad. Ya no se trata de toreros, tonadilleras, actores famosos o marquesas, sino de la rubia que fue amiga de un diestro, el padre adúltero de ese "matador", la hija de una cupletera célebre que cambia de pareja o el pleito que sostiene desde hace décadas un cantante veterano contra quien fue su mujer, una señora que no tiene oficio conocido pero también ocupa el micrófono y la imagen como si fuera alguien.
Esa España de las castañuelas, la maledicencia, la bata de cola y los comentarios de milagrosa trivialidad sobre la vida propia y ajena, ocupa un sitio descomunal en el mundo periodístico volcado a tales menesteres, donde los pobres cronistas y camarógrafos destacados ante el umbral de alguien notorio sufren cotidianamente el desaire de esos interlocutores y hasta deben soportar gritos, insultos o un silencio impenetrable. En estos días, el inminente casamiento del bisnieto de Franco (Alfonso de Borbón, hijo de Carmencita "la nietísima") con una millonaria venezolana mantiene todos esos comadreos en vilo, pero también lo hace la ajetreada separación del torero Fran Rivera y su ex mujer, Eugenia Martínez de Irujo, duquesa de Montoro y única hija mujer de Cayetana, la anciana y melenuda duquesa de Alba.
Por ese submundo de la noticia inefable corretean Isabel Pantoja y Jesulín de Ubrique, Belén Esteban y Rocío Carrasco, Norma Duval y Mar Flores. Con todo derecho, nueve de cada diez uruguayos ignoran a esa gente y lo que esa gente ha hecho en la vida. Esos nueve tienen buena suerte.