CARLOS REYES
Serán tres funciones, en la sala mayor del Solís: son el jueves, viernes y sábado próximos, a las 20 horas. El programa consta de dos partes: la primera parte de la música del Concierto N° 1 para piano y orquesta, de Chopin, con vestuario de Mini Zuccheri e iluminación de Eli Sirlin. La segunda, Las ocho estaciones, conjuga música de Antonio Vivaldi y Astor Piazzolla, con concepción visual, escenografía y vestuario de Carlos Gallardo, y trabajos de video de Silvia Rivas.
Las entradas están a la venta en Red UTS y en la sala, y valen $ 750, $ 550, $ 350, $ 150 y $ 100.
-A ver si puede desglosar un poco el programa que van a presentar.
-Claro. Empieza con una parte de mi última obra, Chopin, número 1. De ella vamos a hacer el segundo movimiento, de los tres que tiene la obra, que es muy romántica. Me pareció bueno empezar con eso. Es una obra abstracta, y sin embargo muy profunda, muy lírica: un dúo que estoy seguro que a la gente de Montevideo le va a gustar: cuando lo hicimos en el Colón, fue una sensación.
-Y luego viene el plato fuerte.
-Sí, Las ocho estaciones. Esa es una obra que hice con el Ballet Real de Bélgica, hacia 2001: en ella se combinan Las cuatro estaciones, de Vivaldi, con Las cuatro estaciones porteñas, de Piazzolla. Y se van sucediendo. Empieza con La primavera, de Vivaldi, luego viene El verano, de Piazzolla, luego El verano, de Vivaldi, y todo así. Es una obra que sigue la línea de la música: todas las partes de Vivaldi son cuadros más grupales, y las partes de Piazzolla son dúos o cuartetos. Evidentemente, se destacan los fuertes contrastes entre ambos compositores. Pero se podrían hacer por separado: Las cuatro estaciones de Buenos Aires la he montado en varias compañías.
-Le voy a pedir dos palabras sobre el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.
-Yo fui director de la compañía desde 1982 a 1985, y ahora estoy en el cargo desde 1999. O sea que suman 18 años los que estoy al frente de la compañía, que tiene 35. El 50% de la vida de la compañía ha pasado por decisiones artísticas mías. Hoy la compañía tiene 29 bailarines, y buscamos trabajar con coreógrafos de distintas escuelas, tanto argentinos como extranjeros de primer nivel. Como cambiamos mucho de clásico a contemporáneo, y hacemos muchas obras, eso les da a los bailarines un gran entrenamiento.
-¿Y ahora a Uruguay con cuántos bailarines llegan?
-Con 28 bailarines. Para mí es un orgullo estar al frente de la compañía, y sobre todo, haber ayudado a formar a tantos y tantos bailarines. Porque los bailarines se van rotando: están tres o cuatro años y después se van a buscar otro rumbo, muchas veces a Europa aunque también a Brasil u otros países. También recibimos muchos extranjeros, uruguayos incluidos: la compañía no está cerrada a nada, y ese cambio constante le da gran dinámica, tanto de bailarines como de coreógrafos.
-¿Cómo ve los 35 años de la compañía en perspectiva?
-Bueno, la vida cambió, el mundo cambió, y la danza ha seguido esos cambios, a veces con cierto retraso, otras a la altura del momento. Evidentemente la danza contemporánea no era la misma 35 años atrás: la concepción de la danza era más estrecha. Igual que lo que pasó con los atletas: el ritmo, la forma de moverse, eran distintos. Hoy hay más vocabulario. Cuando nosotros empezamos la danza contemporánea se dividía en la danza alemana y la americana. Hoy no hay barreras, ni dogmatismos.
-Ha crecido mucho el público de la danza en Argentina...
-Nosotros tenemos muy buena respuesta de la gente. En general damos funciones de jueves a domingos, algunas con más gente, otras con menos, pero la compañía es muy querida por el público de Buenos Aires, y también por el del Interior, pese a que no hacemos giras a menudo.
-¿Tienen mucho público joven?
-Depende del horario. Los domingos a la tarde va gente mayor, y en las funciones nocturnas, público más joven. A mí me encanta la función de los jueves a las dos de la tarde, que además la entrada cuesta un tercio. Se llena, con todo tipo de gente: niños, jóvenes, adultos, jubilados, gente que anda por el Centro, se entera y entra a ver un espectáculo. Es un horario que yo le propuse a quien era director del teatro en aquel momento, y me dijo que no iba a funcionar, que no iba a ir nadie. Y se equivocó. Es público que a veces prefiere en vez de ir a comer, ver una obra. En general los espectáculos no son muy largos, nunca llegan a dos horas, y casi siempre menos, si es posible. A mí, como público, me cuesta mucho ir a ver un ballet, o una ópera, que dure cuatro horas. Me banco dos horas y ya está. Hasta ahí va mi paciencia. Pero más allá de eso, la compañía siempre atrajo público, incluso durante la crisis de 2001. La gente no tenía plata, golpeaban los bancos, sin embargo los espectáculos estaban llenos. Y desde entonces ha crecido de una manera increíble.
-El espectáculo que trae al Teatro Solís cuenta con proyecciones. ¿Es usted amigo de incorporar alta tecnología a los elementos escenográficos?
-Bastante poco. No me gusta que me abrumen, ni que compitan los vocabularios. Me encanta la tecnología en sí misma, pero no me gusta que el bailarín desaparezca por excesiva presencia de ella. La coreografía, el vestuario, las imágenes proyectadas, tienen que ser parte de un todo. A mí me gusta ver técnica, dinámica, cualidades, estilos, caídas, saltos, y no quiero que eso se borre por una proyección. En Las ocho estaciones hay proyecciones todo el tiempo, pero en ningún momento compiten con lo que hacen los bailarines.
-¿Le interesa la danza teatro?
-Me encanta, y si tenemos que hablar de ella hay que hablar de Pina Bausch, que fue la artista más genial del siglo XX en ese terreno: ella hizo escuela, y por más que en Alemania ya existía antes, ella transformó absolutamente todo. Sin embargo, no es el tipo de trabajo con el cual yo siento más afinidad. Siento mucha afinidad por la escuela de José Limón, y por la danza contemporánea en Holanda, y todos los países francófonos, como Canadá, Suiza, Francia mismo. Me encantan las compañías holandesas y sus coreógrafos. Hay cantidad de coreógrafos contemporáneos que me parecen interesantes, aunque ninguno me vuelve loco. Salvo la coreógrafa belga Anne de Keersmaeker, que ha hecho una fusión de la danza teatro y la danza de movimiento.
-Usted fue convocado por Julio Bocca para hacer "Un tranvía llamado Deseo". ¿Tienen planes de volver a trabajar juntos en el Ballet Nacional Sodre?
-Sí, la idea es hacer Carmina Burana, en 2014, una obra que ya he montado en ocho o nueve compañías, desde Canadá hasta Turquía. Es una maravilla lo que Bocca está haciendo en Uruguay, y en tan poco tiempo. Realmente estoy esperando volver a trabajar en esa compañía.
Un visitante de grato recuerdo
No hace mucho que el público uruguayo aplaudió a rabiar un espectáculo de Mauricio Wainrot. Fue el año pasado, en marzo, nada menos que con la versión de Un tranvía llamado Deseo, que dio el Ballet Nacional Sodre. En ella Wainrot se hizo cargo de la coreografía y de la versión (que fue muy elogiada en su momento), mientras que Carlos Gallardo (1944-2008) había realizado la escenografía y los vestuarios. "Con Gallardo hemos hecho más de 30 obras juntos, a lo largo de más de 25 años de trabajo conjunto. Creo que con Un tranvía llamado Deseo él había hecho un trabajo genial: todas esas puertas, los acrílicos, y todo eso en un manicomio. También el vestuario de Las ocho estaciones es muy rico: cada estación tiene un vestuario distinto, de diferentes estilos, con más color para las partes con música de Vivaldi, y más nocturno para las de Piazzolla", explica Wainrot. (Buenos Aires, 1946).
Para la presentación de la compañía argentina en el Solís se ha implementado una bonificación en las localidades para estudiantes de danza y de los bachilleratos artísticos. Las entradas en esos casos valen: $ 630, $ 460, $ 290, $ 120 y $ 80, y sólo se venden en el Teatro Solís.