Coherente con la atmósfera de la canción Mundo abisal, incluida en el disco Amar la trama, Drexler sumergió al público en las profundidades de su obra, otra vez en formato intimista y con muy poca luz, igual que cuando mostró su Cara B.
A casi dos años de su última actuación en Montevideo, Jorge Drexler presentó Mundo abisal en el Teatro Solís, el martes pasado, con entradas agotadas. No se trata de un disco. Mundo abisal es el título de una canción y una metáfora que le sirve para referirse a los confines que todo ser humano tiene rumbo adentro. A ese hondo universo interior al que no todos llegan.
La inmersión en este espectáculo fue en penumbras. Con muy poca luz, un foco encendido colgando del techo, solitario, y tres esferas de distintos tamaños que cambiaban de color, el cantautor alternó tres guitarras y dos micrófonos: uno que le permitía estar sentado sobre una tarima y otro que lo invitaba a quedarse de pie.
Una vez más, Drexler ofreció la versión más desnuda de sus canciones -igual que cuando presentó Cara B en 2008- para celebrar las dos décadas que se cumplieron desde la publicación de su primer disco: La luz que sabe robar. Este clima intimista y despojado fue ideal para bucear en aquel repertorio debutante, del que rescató La aparecida (una canción que Fernando Cabrera le recomienda que haga más a menudo) y La luna de espejos, el relato de un primer beso adolescente que lo transportó a la década del `80 cuando iba a los bailes en el balneario Salinas. La veta más histriónica de Drexler, esa que convenció al cineasta Daniel Burman para empujarlo a un set de rodaje, fue la luz central del concierto, mientras iba interpretando una a una canciones de todas sus épocas, tal como fueron concebidas, a guitarra y voz.
El público pudo meter bocado: pidió sus títulos preferidos como si se tratara de una tertulia y participó en algunos pasajes haciendo chasquidos con los dedos. En realidad, los presentes vieron frenado su impulso de acompañar con palmas, ante una queja del cantautor musicalizada: "en lugar de palmas hagan castañuelas, si no no escucho nada", improvisó en el mismo tono que Antes, título que siguió después. "Ayer recibí el premio Iris a la trayectoria. Pero en realidad soy una joven promesa... aunque no sé cuánto me durará esta condición", agregó entre risas.
El repertorio que abrió con Hermana Duda, del álbum 12 segundos de oscuridad, siguió con Polvo de estrellas y fue en Eco donde empezó a jugar con la voz, alejándose y acercándose al micrófono, y con los pedales electrónicos. Esta vez sólo utilizó ese recurso para sumar elementos esporádicamente, a fin de generar un colchón de sonido sutil y armónico, coherente con la frase que mejor define al show: "todo pasa lentamente en el mundo abisal".
Como es habitual citó al Cabo Polonio y volvió a contar la historia de Noctiluca (preguntando si había un biólogo marino en la sala que le contara más acerca de esos organismos capaces de iluminar el mar). Pero nadie levantó la mano.
Luego llegaron Tres mil millones de latidos, 730 días, Causa y efecto, Todos a sus puestos, Soledad, Disneylandia, Fusión, Al otro lado del río, Sea y Salvapantallas, entre otros títulos.
Juan Campodónico fue el primer invitado y como estaba recién llegado de Asia, Drexler le pidió que dijera "muchas gracias" en coreano. Juntos interpretaron 1987, un tema creado en coautoría para el disco Campo. "Ese año, en 1987, gané un concurso de poesía y cuentos y por primera vez sentí que lo que escribía podía gustarle a otros", recordó el oscarizado a modo introductorio. Pero hubo más: con Ana Prada, su prima y cantautora favorita, hizo a dúo Río de los pájaros de Aníbal Sampayo y Matías Cella tocó el ukelele en Las Transeúntes. Con el músico Carlos Campón en theremin y tenori on (un instrumento electrónico) reflotó Aquellos tiempos (que nació como un candombe y ahora no sabe bien qué es), mientras alrededor de ambos bailaba Martín Inthamoussú, con quien creó el ballet Tres hologramas, estrenado ayer por el Ballet Nacional del Sodre.
Así pasó la noche hasta que llegó la hora de emerger.