GUILLERMO ZAPIOLA
Contra lo que parece sugerir el sentido común, las religiones no están en retroceso en el mundo, sino que avanzan. Esa es una de las ideas centrales del libro "El futuro de la fe", escrito por el norteamericano Harvey Cox, que acaba de editar Océano.
Profesor emérito de teología de la Universidad de Harvard, donde enseñó desde 1965, Cox ha escrito numerosos libros, pero el más divulgado (y probablemente el más discutido) es La ciudad secular, publicado en los agitados años sesenta, en el que reflexionó sobre el papel de la religión en una sociedad creciente. Este nuevo trabajo suyo, escrito al filo de su retiro de la docencia, es una mezcla de itinerario espiritual (la narración de la experiencia del autor de protestante "fundamentalista" a liberal), repaso sucinto de los orígenes del cristianismo, y especulación acerca de lo que puede ocurrir en el futuro próximo con esa y otras creencias.
Cox reivindica un cristianismo "contestatario" y encaminado a la justicia social, lo que lo distancia a la vez de los fundamentalistas que suponen que Jesucristo vuelve la semana que viene (y entonces para qué preocuparse por lo que pasa en este mundo), y del dinámico y agresivo "nuevo ateísmo" de Richard Dawkins, Sam Harris, Philip Pullman o el recientemente fallecido Christopher Hitchens). Cox está más cerca de la teología de la liberación, y no es extraño que en sus páginas cite a Boff, Jon Sobrino o Gustavo Gutiérrez, e incluso se equivoque al inscribir en ella al asesinado Oscar Arnulfo Romero, quien contra lo que suele creerse era un conservador.
Ciertamente cabe discutir algunas afirmaciones de Cox sobre los orígenes cristianos: en una línea cercana a la de la historiadora Elaine Pagels y los eruditos norteamericanos del Seminario de Jesús, duda de la existencia de un "cristianismo histórico", sosteniendo en cambio que al principio hubo cristianismos diversos que luego se fusionaron en la ortodoxia. La historia la escriben los ganadores, agrega, quienes enviaron a otros a los mazmorras (o las hogueras) de la herejía.
La tesis central de Cox reproduce una idea manejada ya por el místico italiano del siglo XII Joaquín de Fiore, que creía en la existencia de tres etapas en la historia: la Era del Padre (el Antiguo Testamento), la del Hijo (desde la predicación y pasión de Cristo hasta su propia época), y finalmente la del Espíritu, que de Fiore creía inminente. Cox sostiene que el cristianismo pasó por una Etapa de la Fe, desde los orígenes hasta Constantino, degradada luego en la Etapa de la Creencia: la fe congelada en credos e Inquisiciones. Hoy comenzaría la Etapa del Espíritu, manifestada no tanto en las iglesias institucionalizadas sino en comunidades de base, movimientos carismáticos y otros. Hay mucho para debatir en todo eso (la visión puramente negativa de la "imperialización" de la Iglesia luego de Constantino requeriría por cierto matices), pero algunas de sus intuiciones son realmente sugestivas, sobre todo cuando llega al presente y piensa el futuro.
La fe, y no solo la cristiana, señala Cox, no es hoy cosa de Occidente: el cristianismo se apaga en Europa mientras crece en Asia, África y América Latina, y debería ser descrito como "postoccidental". La globalización, añade, hace convivir a gente que adora a otros dioses o a ninguno, y los fundamentalismos están, según el autor, retrocediendo no solo en el cristianismo sino también en el judaísmo y el Islam, donde estarían floreciendo también tendencias reformistas. Un libro que cabe aceptar no como dogma sino, con Vaz Ferreira, como "ideas a tener en cuenta".