Hasta que la camisa se abra

| Un repertorio menos latino no disimula la esencia del show: la sensualidad de su protagonista

BAMBOLEO. El infernal despliegue de luces envolvió el contenido sexy que Ricky imprime a lo suyo 200x271
BAMBOLEO. El infernal despliegue de luces envolvió el contenido sexy que Ricky imprime a lo suyo

Fabian Muro | Punta del este

Fue una noche bastante fresca la del jueves en Punta del Este. En la parte ulterior del Conrad, las chicas que se habían ataviado para el show del símbolo sexual latino maldecían por dentro las inclemencias de Eolo. No era para menos. Años esperando para ver en directo a Ricky y cantarle "Olé, olé, olé, olééééé... Rickyyy, Rickyyy" y cuando él finalmente llega, la noche se pone fría. Los escotes pronunciados, las pieles bronceadas que parecían pedir un poco de las luces del escenario para lucir mejor y las ropas de diseño fueron gradualmente tapadas por abrigos, aunque algunas persistieron en su afán exhibicionista. Como una chica que fue con un strapless rosado que favorecía un busto infernal. Parada en su silla, soportó el frío y las ráfagas de viento sin chistar y cantando las canciones que se sabía durante las casi dos horas de concierto. Eso es ser fanática. Y coqueta.

El show estaba anunciado para las diez, pero recién 45 minutos después Ricky dio comienzo al concierto, el último de la parte latinoamericana de su gira mundial. Para amenizar la espera, alguien hizo una selección de canciones para pasar por el equipo de sonido. ¿Y qué es lo que puede llegar a sonar en los momentos previos de un concierto de Ricky Martin? Nadie apostaría por un clásico del rock más duro, pero luego de Coldlay, Black Eyed Peas y otras exponentes del pop internacional del presente, vino el característico riff de guitarra de Ritchie Blackmore que da comienzo a Smoke on the water, de Deep Purple. Antes, también había sonado AC/DC. Como ambientación sonora era una selección, por lo menos, bizarra.

Finalmente apareció él, saludado por un par de miles de gargantas femeninas en pleno fervor y éxtasis. Pero la euforia no duró demasiado: la coquetería de la audiencia, junto a una conducta más contenida, parecía aplacar las expresiones más desaforadas de devoción hacia ese tótem sexual que bailaba y cantaba en el escenario. Pero Ricky sabe lo que tiene que hacer para elevar la temperatura. Y como consumado showman que es, fue justamente eso lo que hizo, aunque le costó.

Claro, también influyó en la tibieza de la gente que el último disco de Martin es en inglés y presenta a un artista bastante diferente al que estábamos acostumbrados. El Ricky de hoy es una estrella menos latina. Sus nuevas canciones son barrocas construcciones sonoras, que entrelazan sonidos y ritmos de toda índole y procedencia: de Egipto a Japón, de Mali a Brasil, del Bronx neoyorquino a San Juan, todo junto y al mismo tiempo. O eso parece. Al escuchar en vivo las nuevas canciones, daba la impresión de que lo más importante de las mismas ocurría en los arreglos y la producción artística, más que en las melodías cantadas por Martin.

Claro que eso no es algo que preocupara a las chicas. Ellas querían gritar cada vez que Ricky hiciera una coreografía sexy. Y él las hizo. Muchas. Al verlo, queda claro que Martin ha trabajado mucho para llegar a ocupar la posición que tiene. Todo está cronometrado, medido, calculado y todo luce. Desde sus enérgicas y cachondas coregrafías al impactante y exquisito equipo de luces —pasando por una banda tan impersonal como impecable— el show de Martin deslumbra e impresiona. En medio de todo ese despliegue guionado y perfeccionado, Martin logra transmitir una pizca de entusiasmo y sensualidad espontánea. Lejos de la rigidez de un Luis Miguel o la seriedad de un Ricardo Arjona, Ricky Martin encarnó durante casi dos horas a un personaje fiestero y simpático, que de vez en cuando baja un cambio, canta Tal vez y recoge toneladas de suspiros. Hacia el final del concierto, cuando ya había cantado La bomba, María, Livin la vida loca y otros hits, la camisa de Ricky se abrió. Ahí estaba, con el torso a la vista de todas, para concluir otra noche de sexualidad envasada para consumo masivo y global.

Una nutrida cabalgata artística

Si Ricky Martin fue la carta de presentación para la temporada, veinticuatro horas después el Conrad vivió su gran fiesta de lanzamiento. Anoche el hotel presentó su programación que en lo artístico había levantado varias especulaciones, como las posibles actuaciones de Thalía y Bacilos.

Entre lo que está confirmado, el próximo plato fuerte del Conrad se servirá del 5 al 8 de enero, con la presentación de Copes, tango Copes del bailarín argentinio Juan Carlos Copes. Después habrá teatro (No seré feliz pero tengo marido en versión actuada por Viviana Gómez Torpe, 9 y 10 de enero) al que seguirán varias figuras: Hugo Varela (11), Luis Alberto Spinetta (13), Julio Bocca (14), Sergio Denis (15), Negro Alvarez (17), Axel (18), Estela Raval (19), Susana Rinaldi (21 y 22 de enero), Adriana Varela (25 y 26), Les Luthiers (del jueves 26 al domingo 29) y Cacho Castaña (28 y 29). En medio de ese despliegue, en el primer mes de 2006 habrá espacio para el Cuarto Salón del Vino (27 y 28).

El mes de febrero estará ocupado por el Cirque XXI: irá todos los días a las 22 horas en el Showroom Copacabana. Eventos de otro carácter ya están planeados, como la exposición internacional del Kennel Club (18 y 19 de febrero) y un concurso de chefs (25).

En forma paralela fueron anunciados varios encuentros para las "Noches literarias", un ciclo que arrancará con Gabriela Acher (el 4 de enero) y Andrés Oppenheimer (el 11), bajo la conducción de Teté Coustarot. Después llegarán Mercedes Vigil (el 18), Brian Weiss (el 25, con traducción simultánea), Felipe Pigna y María Seoane (1º de febrero), Maitena (el 8) y Walter Dresel (el 15).

Celebrityspotting

Una estrella como Ricky Martin atrae mucha farándula. Y más en un lugar como Punta del Este, reducto hasta ahora inexpugnable de la frivolidad, el cholulismo y el jeteo. Por eso, entre la audiencia muchos se dedicaban al "celebrity-spotting", o sea a detectar famosos.

Los famosos nacionales fueron rápidamente vistos y también descartados. ¿Para qué dedicarle tiempo a caras que vemos todos los días, como la de Victoria Rodríguez o la de Sergio Puglia (ambos presentes)? No, mejor buscar los rostros de aquellos que también vemos a menudo pero que llegan a la pantalla desde Argentina.

Por ahí andaba Pancho Dotto, al que ubicaron bastante atrás en la platea. Por allá, uno de los panelistas de Intrusos y en la recepción del hotel, Luis Brandoni preguntaba por sus invitaciones. Pero ninguno de ellos llegó a concitar tanta atención como la exvedette Moria Casán, quien llegó a la platea con un atuendo que podría haber sido una definición de diccionario del concepto "Mal Gusto".

La presencia de la casi diputada Casán fue tan notada como fugaz. Llegó, saludó, hizo lo que pudo para soportar a un cholulo que se sacó una foto con ella y se sentó. Pero ya en la segunda canción de Ricky, Casán consideró que ya le había dado un poco de lustre a este "evento" y se las tomó.

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