Frente a los espejos de recuerdos y de afectos

CRITICA | CARLOS REYES

En la aristocrática casa paterna, tres hermanos discuten sin parar. Repasan episodios de la infancia, meditan sobre las relaciones que han establecido entre ellos y analizan costumbres muy arraigadas en sus comportamientos. Los retratos de sus padres presencian mudos y poderosos, las tensiones y pequeños acuerdos entre las partes: un filósofo y dos actrices. Sobre este argumento, inspirado libremente en la biografía del pensador austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951), se arma Almuerzo en casa de Ludwig W., obra que El Galpón lleva adelante bajo dirección de Nelly Goitiño.

La representación tiene dos partes bien marcadas, que estructuran nítidamente el drama. En la primera, las dos hermanas (muy bien interpretadas por Stella Texeira y Anael Bazterrica) esperan al genio de la familia, que vendrá de visita. En ese primer duelo se traza la semblanza del protagonista por medio de dos miradas distintas y complementarias. Y allí también se expresa la disputa de las dos mujeres por el hermano varón, al que una y otra están aferradas de diferente modo.

En la segunda parte el duelo es entre tres. La llegada del loco de la familia hace estallar rencores ocultos, en los que hay un continuo cuestionamiento a las convenciones y cómo éstas dominan los comportamientos. Simultáneamente, la obra plantea las formas perversas en que la admiración se convierte en sumisión, y la solicitud en servilismo.

FUENTES. No es casual que el autor del texto, el dramaturgo austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), ponga en juego estos personajes. El actor y el filósofo son para él seres de alguna manera emparentados por un mismo sentido de la teatralidad. Lo que en el filósofo es artificio de la mente, en el intérprete es capacidad de impostar, de simular situaciones. Y en ese punto la obra abandona el perfil biográfico para sumir al espectador en una reflexión más honda sobre la artificiosidad, la normalidad, las reglas de urbanidad y la libertad de pensamiento y acción.

Para esa operación, la biografía de Wittgenstein ofrece una rica cantera de hechos reales y dimensiones fantásticas. Educado con esmero por tutores privados, el joven Ludwig llevó una existencia extraña, en la que pasó de las universidades inglesas a su cabaña en Noruega, donde se aisló del mundo y sus convenciones.

Dos veces revolucionario en el terreno de la filosofía (la primera, influyendo sobre el positivismo lógico, la segunda, sentando las bases de la filosofía analítica), ambas revoluciones estuvieron separadas por un enigmático período en el que fue portero, jardinero y maestro de escuela.

Este insólito personaje sirve al actor Pedro Piedrahita para desplegar un papel de cambios abruptos, en el que la ternura da inmediato paso a la violencia. El intérprete lo encara con fuerza, logrando comunicar más los arrebatos de locura que los momentos emotivos. La ambientación escénica, principalmente la música, ayuda a conseguir el clima de misterio, aunque la obra carece de un remate argumental que esté a la altura del interesante periplo.

Bernhard, uno de los grandes escritores europeos de la segunda mitad del siglo XX, elaboró su teatro a partir de dos temas, que muchas veces confluyen en uno solo. Su oscura mirada sobre la política va de la mano de cierta obsesión por la teatralidad y la locura. Su mundo de fantasmas ya había sido llevado a la escena local por la Comedia Nacional dos temporadas atrás en La fuerza de la costumbre con dirección de Levón. Almuerzo en casa de Ludwig W. invita a conocer una faceta más humanística de este dramaturgo, que en esta ocasión abandona las criaturas deformes, tan características de su literatura, para expresar que esos mismos seres de feria habitan de alguna manera en el interior de cada individuo.

ALMUERZO EN CASA DE LUDWIG W.

Autor. Thomas Bernhard.

Directora. Nelly Goitiño

Escenografía. Carlos Musso.

Vestuario. Soledad Capurro.

Iluminación. Claudia Sánchez.

Música. Reneé Pietrafesa Bonnet.

Elenco. Stella Texeira, Anael Bazterrica,

Pedro Piedrahita.

l Sala. Cero, de El Galpón, de viernes a domingos.

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