Famosos exiliados

Jorge Abbondanza

Se inauguró en Berlín lo que las autoridades alemanas llaman el Año Einstein, un acontecimiento que comprenderá exposiciones, teatro, cine, congresos, actividades científicas y vidrieras culturales dedicadas al sabio del título, de cuyo "año maravilloso" (que fue 1905) se cumple un siglo. Nacido en Alemania en 1879, Albert Einstein obtuvo en 1921 el Premio Nobel de Física, realizó históricos descubrimientos sobre el comportamiento de la luz, demostró la existencia de átomos y moléculas, dijo que la medida del tiempo y el espacio no depende del observador sino del principio de la relatividad y fijó una relación entre masa y energía que iba a ser el punto de partida para la producción de energía nuclear.

Pero la llegada del nazismo obligó a Einstein a exiliarse (en Suiza, luego en Estados Unidos) y a renunciar a su primera nacionalidad, no sólo porque era judío sino porque militaba en una tenaz corriente pacifista como presidente de la Liga de los Derechos Humanos, dos pecados que los nazis supieron castigar saqueando su casa berlinesa de la Haberlandstrasse. Hacia 1939, las advertencias de Einstein al presidente Roosevelt sobre el riesgo de que Hitler obtuviera la bomba atómica, impulsaron el Proyecto Manhattan y la fabricación de esa arma, cuyo impacto en Hiroshima y Nagasaki horrorizaría al sabio cuando ya era tarde para arrepentirse de sus involuntarios aportes a esa invención bélica.

Einstein no sólo fue la figura científica más eminente del siglo XX sino uno de sus más famosos exiliados por motivos políticos, una cadena que el nazismo estimuló provocando la huida de otros grandes nombres, desde Gropius o Max Ernst hasta Sigmund Freud, Bertolt Brecht, los actores Conrad Veidt y Anton Walbrook o las actrices Lili Palmer y Elisabeth Bergner. También el vendaval fascista que barrió Europa empujó a emigrar a Arturo Toscanini o a Louis Jouvet, obligando luego a efectuar una enumeración entristecedora donde las celebridades que escapaban empobrecían desmesuradamente la ciencia, la investigación, el progreso del conocimiento y la cultura artística de los países que abandonaban, con Alemania a la cabeza de todos ellos.

La procesión de exiliados del siglo XX continuó con quienes se alejaron luego de la Unión Soviética mientras ese país mantuvo su rigor stalinista, porque la lista de rusos emigrados abarca desde bailarines (Nureyev, Makarova, Baryshnikov) hasta músicos (Rostropovich) y cinematografistas (Tarkovski) de calibre descollante. Ahora el Año Einstein cumple desde Berlín con una evocación muy amplia y seguramente útil para espectadores juveniles que no tienen demasiados recuerdos sobre ese pasado sombrío, pero permite a la vez formular una reflexión indispensable: el mismo mundo que expulsa a gente ilustre de sus países de origen, es el que luego enmienda sus disparates para homenajear a esos exiliados. Claro que el homenaje, lamentablemente, es casi siempre póstumo y por lo tanto tardío. Los talentos merecen en cambio que se los exalte en vida y los países donde nace esa gente —privilegiada por algún toque de genio— están obligados a reconocer su valor en tiempo y forma. Después que esos individuos únicos se mueren, es muy fácil, demasiado cómodo y seguramente injusto organizar una apoteosis de la que ya no pueden participar.

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