El Tercer Reich vuelve al cine

| Con el estreno de "El niño del piyama a rayas", el viernes, se instala un tema que retorna al cine y a los libros

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El País

THE NEW YORK TIMES | A. O. SCOTT

Durante este verano (boreal) los multiplex, las salas de arte y ensayo y los glamorosos anuncios en publicaciones especializadas como Variety y The Hollywood Reporter estarán poblados de nazis.

Alguna incursión menor en el tema es una tradición anual en el Oscar, pero el 2008 ha ofrecido una abundancia de uniformes, pantalones con la raya impecablemente marcada, cuellos con relámpagos y estandartes con cruces gamadas, y un número inusualmente grande de actores prominentes ha asumido el peso de representar la más profunda y persistente maldad del pasado reciente.

David Thewlis, encarnando al comandante de un campo de exterminio en El niño del piyama a rayas se une a Willem Dafoe, quien asume un papel similar en Adam Resurrected, el nuevo film de Paul Schrader. En The Reader, dirigida por Stephen Daldry y basada en el "best seller" del mismo nombre de Bernhard Schink, Kate Winslet interpreta a una antigua guardiana de un campo de concentración acusada de crímenes de guerra. Tom Cruise, la estrella de Operación Valquiria de Bryan Singer, usa el uniforme del Tercer Reich aunque su personaje, el coronel Claus von Stauffenberg, no fue un devoto nazi sino un militar alemán que conspiró para matar a Hitler.

OLEADA. Y por supuesto habrá en la pantalla espacio para las víctimas y los sobrevivientes del régimen de Hitler. El protagonista de Adam Resurrected es un `entertainer` encarnado por Jeff Goldblum, que tras sobrevivir a los campos se encuentra confinado en un manicomio israelí, a mitad de camino entre Atrapado sin salida y Rey de corazones. En Defiance de Edward Zwick, Daniel Craig cambia el heroísmo físico de James Bond por el moral de Tuvia Bielski, lider de un grupo de partisanos judíos que combatieron a los nazis en los bosques de Bielorrusia. Y la ola de cine europeo sobre el nazismo y el Holocausto, recientemente representada en pantallas norteamericanas por películas como Los falsificadores, (Oscar a mejor película en lengua extranjera) o títulos como La caída y Black Book, ha continuado con Un secreto y Plus tard, dos potentes películas habladas en francés que exploran los temas de la memoria y su supresión.

La casi simultánea aparición de todas estas películas es hasta cierto punto una coincidencia, pero pone de relieve el curioso hecho de que la cultura de comienzos del siglo XXI, en Europa y América, en la pantalla y los libros, está intensa, quizás morbosamente preocupada por el gran trauma político de mediados del siglo XX.

El número de memorias, documentales, novelas y películas de ficción vinculadas con el Holocausto en la última década desafía todo intento de cuantificación y, su proliferación plantea algunas cuestiones incómodas. ¿Por qué tantas? ¿Por qué ahora? Y especialmente, ¿puede haber tantas?

Los imperativos morales planteados por el asesinato de los judíos europeos son Nunca Más y No Olvidar, lo que implica por supuesto que la historia del Holocausto deber ser repetida una y otra vez. Pero la dimensión de la atrocidad sugiere que la búsqueda, documentación y reconstrucción imaginativa, la construcción de memoriales y museos, la escritura de libros y guiones, no importa cuán escrupulosos parezcan, será necesariamente parcial e inadecuada. Este trágico reconocimiento de insuficiencia, que puede ser paralizante, se ha vuelto, por el contrario, el acicate para la creación de más y más material.

Poco después de la guerra, el intelectual alemán T. W. Adorno afirmó que "escribir poesía después de Auschwitz es bárbaro". La observación ha sido interpretada a menudo como un llamado al silencio, una prohibición contra el uso de las herramientas ordinarias de la cultura para enfrentar el extraordinario, inasimilable acontecimiento del genocidio. Pero esas herramientas, por rudimentarias que sean, son lo que tenemos. Y si Adorno intentó una advertencia contra las representaciones del Holocausto, lo cierto es que ha sido más citado que atendido.

La percepción de que la catástrofe superaba las estrategias estéticas convencionales condujo a la creación de un significativo número de obras innovadoras como la lírica poesía de Paul Celan, la temprana prosa de Elie Wiesel, el épico documental de Claude Lanzmann Shoah o el memorial de Berlín a las víctimas judías del nazismo creado por Peter Eisenmann.

Describir esos trabajos como obras maestras no es particularmente polémico, pero también resulta, como Adorno acaso anticipaba, casi indecoroso. Si el Holocausto puede inspirar una gran obra de arte, también puede generar la ambición de buscar esa grandeza y conducir a la mera explotación, la pretensión y la vulgaridad. Peor aún, el aura que rodea el tema, el sentido de que debe ser tratado con mesura y tacto, puede servir para que libros o películas mediocres y sentimentales se protejan de la crítica con el disfraz de la seriedad y la piedad. Una indecencia como la película La vida es bella de Roberto Benigni fue, durante su inicial período de triunfo, una de esas cosas a las que no se podía criticar. Todos los que resistieron su manipulativa mezcla de dulzura, inocencia infantil y salvajismo fueron acusados de carecer de sensibilidad para valorar el fraude de Benigni.

Ese tipo de defensa es invocado, explícita o implícitamente, de manera tan rutinaria que invita al cinismo. ¿Qué impulsa a oportunistas e inteligentes novelistas (no daré nombres) a cultivar el realismo mágico para describir una realidad tan poco mágica como la Shoah? La misma razón por la que los actores rapan sus cabezas y bajan de peso, o se emperifollan con fustas y charreteras. La misma razón por la que los cineastas encargan barracones de concreto y piden a sus directores de fotografía y técnicos de laboratorio, filtrar los colores brillantes o saturados. Para ganar premios.

oportunismo. Winslet dijo en un episodio de Extras: "Ya me he dado cuenta de que cuando uno hace una película sobre el Holocausto tiene garantizado un Oscar". Estaba bromeando, por supuesto, pero su trabajo en The Reader sugiere que el chiste es gracioso porque es a menudo verdad. ¿Por qué creen que The Reader se estrenó cerca de fin de año? No ciertamente por Hannukah.

Por supuesto, la frontera entre el `kitsch` y el arte es a menudo borrosa, y a veces el `kitsch` resulta de todos modos útil. Nadie cree que la miniserie Holocausto haya sido una obra maestra, pero su emisión en la televisión de Alemania Occidental en 1979 fue un acontecimiento decisivo para enfrentar a una nación con su culpabilidad. Se calcula que más de la mitad de la población adulta de Alemania vio la serie.

A partir de ahí, según el historiador Ton Judo, "los alemanes estuvieron entre los europeos mejor informados sobre la Shoah, y fueron los que más se esforzaron por mantener el interés público por un crimen tan singular". La conciencia francesa puede haber sido acicateada por mejores películas (Le chagrin et la pitié, Shoah), pero Francia ha sido mucho más perezosa en reconocer la real medida de su complicidad.

Cuatro películas sobre tema inagotable

Adam Resurrected

2008

Un sobreviviente del Holocausto es alquilado para entretener a los asilados en una institución israelí. Jeff Goldblum y Willem Dafoe encabezan el elenco de este drama dirigido por Paul Schrader (el ex-cómplice de Scorsese), y actúan otros famosos: el alemán Moritz Bleitreub, el shakespereano Derek Jacobi.

Defiance

2008

Tres hermanos judíos escapan de un campo de exterminio nazi y terminan uniéndose a las guerrillas bielorrusas que combaten al invasor alemán. Un cambio de paso para el protagonista Daniel Craig, quien entre dos películas de 007 hizo este drama dirigido por Edward Zwick.

The Reader

2008

En la Alemania de postguerra, un antiguo estudiante de leyes (Ralph Fiennes) reencuentra a un amor de juventud, una mujer mayor que él (Kate Winslet) que es acusada ahora de crímenes contra la humanidad. La historia de amor se entrelaza con el drama de la memoria, la culpa y el olvido.

Operación Valquiria

2008

Tom Cruise en su primera misión verdaderamente imposible: el fallido atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944. Tom es el coronel Claus von Stauffenberg, un héroe según el film, en todo caso un alto oficial que entendió que había que librarse del Führer en la Alemania ya casi derrotada.

El arquetipo del cine americano a propósito del Holocausto

Más allá de discusiones sobre sus calidades estéticas y hasta su fidelidad a los hechos históricos, no hay dudas de que es La lista de Schin- dler de Steven Spielberg es la película que el público norteamericano cita en primer lugar cuando se habla del tema "cine del Holocausto".

La popularidad de su director y del film mismo es seguramente uno de los factores en juego, pero lo es también el hecho de que la película es menos una tragedia que una película épica y, más allá de la sobriedad querida por su autor (no en vano la filmó en blanco y negro) es sobre todo una historia de heroísmo y supervivencia. En la lista de Hitler había seis millones de judíos y otros "infrahumanos". En la de Schindler hubo solo mil doscientos, y cuando la cámara entra en una cámara de gas es para documentar un rescate.

En Europa el tema se ve de modo diferente

"Un secreto" de Claude Miller y "Plus Tard" de Amos Gitai son meditaciones acerca de lo que significa recordar. No es casualidad que ambos films transcurran en Francia, donde el hábito y la política de olvidar perduró hasta hace muy poco tiempo. En esas películas, llenas de temores, ternura y rabia, judíos franceses nacidos después de la Segunda Guerra Mundial tratan de entender lo que la aniquilación del universo de sus familiares significa para ellos. En ambos casos el pasado es al mismo tiempo penosamente presente e imposible de cambiar.

En ambos casos los cineastas exploran no solamente fuertes sentimientos sino también ideas complicadas. Las sensaciones asociadas con el Holocausto se han vuelto acaso demasiado fáciles de evocar, dado el poder del cine para provocar miedo, piedad, tristeza y alivio a través de imágenes y sonidos.

Ambas películas marcan otra diferencia con respecto a los acercamientos anglosajones al tema. En Estados Unidos el Holocausto es un misterio, un rompecabezas, y el obsesivo interés en él atestigua su intrínseca "extrañeza". En cambio en Francia, en Alemania y en el Este de Europa permanece como un problema que necesita ser resuelto en el arte, la política y, en definitiva, el conjunto de la sociedad como un todo.

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