Con verdadera pena, me entero de que Nepomuceno Payán ha renunciado a seguir payando. Se sintió derrotado, al no poder cantar en el gran festejo del Bicentenario, al pie del Monumento al Prócer en el instante cumbre de la celebración: le entregó a un amigo común un sobre, conteniendo la razón del alejamiento de la pasión de toda su vida; tuve acceso -como se dice ahora- a la conmovedora carta, donde relata lo que padeció andando por los distintos escenarios; del Monumento al Impuesto, hasta la estatua de Artigas; éste es el texto, que él mismo tituló "La última payada":
"Al vuelo las campanadas/ que ya me pongo a cantar:/ los tiempos de la payada/ se van a rememorar/. Hoy es el día, señores/ el Día del Bicentenario/ quiero ser de los cantores/ que adhieren al aniversario/. Un pueblo acudió a la cita/ y comenzó una pateada/ que se abrió de tardecita/ y cerrará de madrugada/. Estoy frente a la Intendencia/ sin que me cobren impuesto/ no me explica ni la ciencia/ cómo puede darse esto/. Después de olfatear un rato/ mudo, y vigüela en mano/ parezco un payador barato/ y me cambio de querencia/. Sin pedir ni darles dato/ me voy sin dejarles nada/ y emprendo la retirada/ rumbo a la Independencia/. Al pasar por la Libertad/ que con su luz me castiga/ me adelanta una verdad:/"te quedan cuatro horas pa`llegar a Artigas"/. No fueron cuatro, sino tres:/ arribo de lengua afuera/ y me propongo esta vez/ que me oirán, aunque no quieran./ Pero al mirar hacia arriba/ lo que veo primero/ es una "escultura viva"/ que viene como de un alero/. Mientras canta, se hamaca/ la llaman "La Payadora"/ y me digo pa` mí, ¡ARACA!/ ésta es mi competidora./ Es en vano que yo grite/ y patalee por injusto/ ¿por qué no figuré en el convite/ que habría aceptado con gusto?/ Escucho que es de Las Piedras/ cuna de la gloria artiguista/ se "enrieda" como una hiedra/ ave canora y trapecista/. Y a menos que me anime/ a hamacarme yo también/ sin que nadie se me arrime/ con intención de ayudar:/ la oigo payar y pienso/ (siempre fui de malpensar)/ que sobre el gentío inmenso/ me voy a precipitar/. Esta sí que es la Redota/ debo admitirlo bien/ es un avión el que brota/ donde antes mandaba el tren/. Perdí, sí: éste es el fin/ de mi fama de payador/ un sueño de chiquilín/ que realicé de mayor/. Volvé conmigo, guitarra mía/ al ayer que nos aplaudió/ en aquella pulpería/ de Mercedes y Rondó".
(¿Habría allí una pulpería... o se confundió con el Emporio?) ¡Pobre "Nepo"! Me imagino que se habrá alejado por la avenida Agraciada buscando entre la multitud, la métrica que fue perdiendo en su última payada.