El descubrimiento de un gran director con su quinto film

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El hombre que podía recordar sus vidas pasadas

Ficha

Tailandia, Reino Unido, Francia, Alemania, España, 2010. Título original: Lung Bonmee raluek chat. Dirección´y guión: Apichatpong Weerasethakul. Fotografía: Yukontorn Mingmongkon, Charin Pengpanich, Sayombu Mukdeeprom. Montaje: Lee Chatametikoo. Intérpretes: Thanapat Saisaymar, Jengira Pongpas.

Uno de los mejores aspectos que tiene el cine como arte y medio de expresión es que significa un ejercicio de comprensión y aceptación. Es lo que implica para el espectador enfrentarse a una película que habla de una cultura o un ritmo de vida lejano (La historia del camello llorón), o que plantee una reflexión utilizando el lenguaje visual (Historias del cine, de Godard) o una que se proponga seducir a partir de las pesadillas y sugestiones creadas por un director como David Lynch. El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, que ganó la Palma de Oro en Cannes y ha partido aguas entre la crítica, plantea ese desafío.

El director y guionista tailandés Apichatpong Weerasethakul, que ya había cosechado reconocimiento con películas anteriores, ofrece al espectador una puerta abierta con esta historia. No en vano afirmó en una entrevista que uno de sus objetivos con el cine es dejar la posibilidad de que sus películas tengan más de una interpretación. Ahí comienza el juego con el espectador, quien debe aceptar el ritmo y el mundo que crea Weerasethakul y luego debe darle significados a lo que se ve en pantalla. Pero no se trata de una comprensión racional sino del entendimiento y la apreciación de que la historia responde a una cultura lejana y a una forma particular de relacionar lo fantástico con lo espiritual y lo real.

En una entrevista con un periodista argentino, el director, quien dice que este film también puede ser visto como una comedia, comentó: "En Tailandia todo el mundo cree que la muerte no es el final, es parte del Budismo. Haciendo este film entrevisté a mucha gente que decía recordar vidas pasadas y, por algún motivo, me puse más escéptico. Creo en la meditación como la clave para desatar ese tipo de misterios. Ponerte dentro de su mente y ser receptivo a la naturaleza y a los seres humanos. Y si uno sigue meditando ese mundo se revelará de alguna manera".

Los cruces, alrededor de la historia mínima de un hombre que tras un trasplante renal se va a la selva para pasar sus últimos días, entre realidad y fantasía, mundo material y mundo espiritual son naturales. En este camino hay bastante de budismo.

En cuanto al ejercicio de comprensión del espectador, cuyo resultado puede ser el enriquecimiento espiritual, hay que tener en cuenta, además, que esta película forma parte de un proyecto más amplio del director, que excede la circulación en las salas de cine. "Primitive" se llama ese proyecto e incluye dos cortometrajes (hay uno previo sobre el protagonista) y una instalación artística. El asunto completo, entonces, es una exploración mayor de los temas que plantea la película: los espíritus en la naturaleza, el más allá y el abandono de la vida terrenal.

El misterio es una de las claves de la historia y también uno de los elementos más atractivos. Al comienzo, un animal se escapa. Un pastor va tras él y lo encuentra en medio de la selva. Al llevárselo, la cámara descubre que cerca de allí, observándolos, hay una silueta oscura, humanoide, con los ojos rojos. Luego comienza la historia con el señor Boonmee, interpretado por Thanapat Saisaymar, quien llega al lugar, acompañado por una mujer y asistido por un joven. Esa noche, durante la cena, aparece en la mesa el fantasma de su exmujer y casi en seguida el espíritu de su hijo fallecido, encarnado en la silueta humanoide, cubierta de pelos y oscura que se ve al comienzo. Durante los primeros segundos el espectador puede sentir la escena como un ejemplo de terror y de suspenso, pero de inmediato se percibe que no hay nada atemorizante allí. Al contrario, la situación y el diálogo entre ellos se da con la naturalidad de una cultura que entiende que los vivos conviven con los espíritus de los muertos y que la reencarnación es parte del ciclo de la vida.

Y esas escenas son apenas el comienzo.

Como parte del ejercicio de comprensión, el espectador también tiene que ajustarse a los ritmos y climas del director, que hacen parecer a cualquier película occidental como una narración estresada. El final, probablemente, plantee un desafío aún mayor de entendimiento, pero redondea con un aura única el viaje de la película hacia un mundo distinto. No solo es el mundo de la espiritualidad tailandesa. También es el del director Weerasethakul y su forma de contar historias en el cine.

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