GUILLERMO ZAPIOLA
Una atrayente lección de historia y un mediano drama. Eso es, básicamente, "Himno de libertad", película de época dirigida por Michael Apted que acaba de ser editada en video.
El riesgo que el film asume, y que supera a medias, es condensar en un par de horas la personalidad y la vida de William Wilberforce, uno de los líderes del movimiento británico contra la esclavitud. La acción arranca en Inglaterra en 1797, y abarca, mediante `flashbacks` y su progreso narrativo, aspectos de la trayectoria de su protagonista desde 1782 hasta 1807.
El eje lo constituye la lucha de Wilberforce (Ioan Gruffud, de la miniserie Hornblower y las películas de Los cuatro fantásticos) y su pequeño grupo parlamentario (integrado entre otros por Nicholas Farrell y Michael Gambon), quien siguiendo los consejos de un pionero en el tema (Thomas Clarkson, interpretado por Rufus Sewell) combatieron largamente hasta lograr en 1807 la prohibición de la esclavitud. En el bando contrario se alinean los esclavistas, encarnados entre otros por Ciarán Hinds y Toby Jones. Como musa del protagonista y su "interés romántico" opera la hermosa Barbara (Romola Garai).
Valdría la pena consultar algún libro de historia para enterarse de más detalles, pero un vistazo a la Wikipedia permite comprobar que, en términos generales, la película no se toma grandes "licencias poéticas" con el asunto que narra. Quien quiera averiguar en poco tiempo quiénes fueron William Wilberforce, su lucha y sus logros, tiene en el film un adecuado resumen.
Inevitablemente, en dos horas no se puede meter todo, y el libreto de Stephen Knight aprieta situaciones que pudieron estar mejor desarrolladas. Su principal problema es una vocación por el melodrama: de acuerdo, la esclavitud es mala (aunque fue un progreso social cuando se la inventó: antes a los prisioneros de guerra se los ejecutaba; convertirlos en esclavos y dejarlos con vida fue un avance de la civilización), pero ese punto al menos no merece hoy, al menos en el mundo occidental, ni siquiera discusión. En el momento en que la película transcurre, sin embargo, se trataba de una práctica "socialmente aceptada", y constituye una simplificación psicológica hacer de los esclavistas de entonces villanos de película (¿cómo sería una película uruguaya sobre, digamos, Francisco Antonio Maciel, benefactor "padre de los pobres" que se enriqueció con el tráfico de esclavos?). Reducir la historia a un asunto entre Buenos y Malos debilita el planteo.
De todos modos, Himno de libertad tiene varios puntos a su favor. Uno de ellos es, obviamente, el rescate de una figura histórica sobre la que vale la pena saber algo, o más. El otro es la competencia del elenco: Gruffud hace un meritorio esfuerzo por otorgar a su personaje cierta tridimensionalidad (está por cierto lejos del Reed Richard de Los cuatro fantásticos) pese a la cuota de procerato que le otorga el guión, y los secundarios exhiben el nivel de competencia y (ocasionalmente) de excelencia a que nos suelen tener acostumbrados los actores británicos. Ni siquiera falta el gran Albert Finney. Y puede añadirse, también, el esmero de reconstrucción de época igualmente característico de este tipo de producciones.
El film resulta muy típico de las virtudes y los límites del director Michael Apted, un hombre con un amplio prestigio como documentalista que se ha ocupado como tal de una variedad de temas, desde los retratos de vida cotidiana de la serie Up hasta una biografía musical de Sting (Comienza la noche), el destrato a los "nativo americanos" (Incident at Oglala) o el drama de Tiananmen (Moving the Mountain).
Al mismo tiempo, Apted ha desarrollado una carrera como largometrajista de ficción en la que hay de todo (incluyendo La hija del minero), pero en la que de cuando en cuando asoma también una dosis de inquietud y preocupación social mezcladas con clisés de Hollywood (Gorilas en la niebla, Corazón de Trueno) y a veces no (el formulaico 007 de El mundo no basta). Varios de esos rasgos asoman en este Himno de libertad que merecería un mejor título castellano, y que cumple con suficiencia su propósito de informar acerca de una figura histórica, de hacer reflexionar a su espectador sobre algunas tragedias de este mundo y de proporcionar, por lo menos, un cine dramático muy clásico pero de decente factura.