GUILLERMO ZAPIOLA
El público suele ser más inteligente que los críticos, y acaso también que los votantes de la Academia de Hollywood. El éxito de taquilla en Estados Unidos de "Gran Torino", el más reciente film de Clint Eastwood, permite la afirmación.
Clint interpreta en la película a un veterano de la guerra de Corea, racista y prejuicioso, que entabla una peculiar relación con un adolescente asiático en un barrio en el que crece la violencia pandillera. El personaje deberá lidiar con algunos fantasmas personales cuando esa violencia lo toque de cerca. El título alude al modelo de auto Ford 1972 que conduce el protagonista.
Eastwood ha explicado que su personaje trabajaba en una fábrica de Ford, y que su auto es para él un símbolo de los "buenos viejos tiempos". También lo es su arma, recuerdo de sus tiempos de militar. El hombre vive aferrado al recuerdo de la guerra, pero las circunstancias lo obligarán a revisar varias convicciones muy arraigadas.
El film de Eastwood llevaba recaudado el pasado film de semana en los Estados Unidos algo más de ciento cuarenta y dos millones de dólares, lo que la coloca quince por encima de ¿Quién quiere ser millonario? (que lleva unos ciento veintisiete) y dieciséis por sobre El curioso caso de Benjamin Button (que ha hecho ciento veintiséis). La diferencia consiste empero en que Gran Torino costó treinta y cinco millones de dólares, Millonario quince, y Benjamin Button ciento cincuenta. Las dos primeras son un éxito, la tercera un fracaso. El film de Boyle obtuvo ocho Oscar, eso ayudó a su relanzamiento y sigue en carrera, de modo que su futuro es promisorio. Pero lo de Eastwood es distinto.
El hecho es que Gran Torino se está convirtiendo en el mayor éxito comercial de toda la carrera de actor, productor y director, por encima incluso de sus populares En la línea de fuego y Million dollar Baby, y su triunfo norteamericano parece estarse expandiendo por el mundo. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana obtuvo la mejor apertura de taquilla que una película norteamericana haya tenido nunca en España: dos millones de euros.
Naturalmente, que un montón de gente vea una película no quiere decir que les guste (en caso de duda, preguntar a las tres cuartas partes de los espectadores de El Código Da Vinci), pero ese no es el caso de Gran Torino. La película está "pegando" en crítica y público. No es difícil sospechar que, en el futuro, cuando se escriba la versión actualizada del usual lamento sobre "las injusticias del Oscar", habrá que decir que las nominaciones del año 2008 ignoraron al mejor de los dos Eastwood que tenían a mano, destacaron lo menos destacable de uno de ellos (Angelina Jolie en El sustituto) y no tuvieron espacio para él en una lista de candidatos a mejor dirección que toleró a Ron Howard, David Fincher, Stephen Daldry y el Gus van Sant de Milk (de acuerdo, faltaron otros: Aronofsky, Sam Mendes).
Pero Gran Torino gusta, y puede ser interesante pensar en los motivos.
¿DESPEDIDA? Es posible, aunque con Eastwood nunca puede afirmarse nada seguro, que Gran Torino constituya su despedida de la actuación, con lo que el film adquiere un valor emocional añadido.
Incluso se especuló con que podía ser candidato al Oscar en el rubro, pero allí predominó la sensatez: Clint no es el mejor actor de este ni de ningún otro año, y uno de sus talentos como director siempre ha sido el de saber "usarse", siendo consciente de sus limitaciones. Mejor olvidarse de ese aspecto del asunto.
Hay rasgos personales más fuertes, sin embargo, en Gran Torino, una historia que arranca con un aire aparentemente convencional (la violencia pandillera que crece, el aumento de una línea de tensión que conduce inexorablemente al duelo final) para desembocar, empero, en un desenlace inesperado. Desde ese final, sobre todo, se replantean todo el film y toda la carrera de Eastwood.
Como Candilejas de Chaplin, que proporcionaba una relectura de la mitología del comediante; como Un tiro en la noche de Ford o El tirador de Donald Siegel (casualmente, con Sergio Leone, uno de los maestros de Eastwood), que hacían lo mismo con otro mito perdurable (John Wayne), Gran Torino puede ser entendido al mismo tiempo como una autorreflexión y un testamento. No es casual que haya querido estar en todas las instancias creativas de su película, incluyendo la música y una canción final de la que canta (más bien susurra) alguna estrofa.
COMPLEJIDADES. El film propone un personaje en el que hay ecos del Hombre Sin Nombre y de Harry el Sucio, y no escamotea su costado oscuro. Tiene la bandera norteamericana izada en su jardín, le gustan las armas, está dispuesto a disparar sobre cualquiera que lo fastidie, le molesta que el barrio se llene de negros y coreanos, detesta a los pandilleros, se emborracha, dice palabrotas.
En algún reportaje, Eastwood se ha declarado saludablemente harto de la corrección política ("ahora todos quieren ser tan dulcemente sensibles"), y reivindica las complejidades de su personaje: "Si apareciera y simplemente se hiciera amigo de esa gente, sin ningún prejuicio a superar, no sería interesante". Interesa, en cambio, que en la mente de ese viudo envejecido, amargado y enfermo, crezca un sentido de la comprensión, la tolerancia, la capacidad de entender al "otro".
"Un hombre debe hacer lo que cree que es lo correcto", decía Wayne en Hondo, su película favorita. El personaje de Clint piensa algo parecido, y a la larga va y lo hace, sin discursos y sin pensar en los costos. Hasta se inventó otro latiguillo (como el "Make my day" del inspector Harry Callahan) para Gran Torino: "Esto es lo que hago. Termino las cosas". Tal vez eso sea en definitiva corrección política, pero de la buena.
Veterano con gran capacidad de trabajo
El guión de "Gran Torino" dio vueltas por Hollywood durante bastante tiempo antes de que Clint Eastwood se fijara en él. En febrero de 2008 compró finalmente los derechos, y en pocos meses lo estaba filmando, aunque antes hizo un alto para presentar El sustituto, que se lanzó en Cannes 2008.
El rodaje llevó treinta y dos días: a Eastwood le gusta filmar rápido y solamente repite las tomas imprescindibles. Como Ford, cree que los actores suelen dar lo mejor de sí en la primera toma, y que la repetición los desgasta.
La filmación de Gran Torino implicaba algunos desafíos interesantes. Muchos de los intérpretes coreanos del film nunca habían actuado, y algunos ni siquiera hablaban inglés. Eastwood ha dicho que les dio pocas pistas acerca de lo que quería y que se movió muy rápido, de modo que sus actores no tuvieron mucho tiempo de pensar. Según el actor y director, eso fue una ventaja, contribuyendo a cierto grado de espontaneidad y frescura en el desempeño de los actores. Tras la filmación volvió durante unos pocos días a su casa en Carmel, donde vive con su esposa, Dina Ruiz, y maneja sus negocios, que incluyen una participación en la compañía de cursos de golf en Pebble Beach.
La proverbial rapidez de Clint no operó solamente a la hora del rodaje en sí. Una vez terminado se reunió durante una semana con sus dos editores en una granja construida en 1982. Mientras las escenas eran montadas, Eastwood se sentaba al piano e iba componiendo la música de la película. Aunque canta (más bien "dice") las primeras estrofas de la canción final de la película, no permite que lo llamen "cantante". Asegura que la expresión incluso lo fastidia, porque le recuerda el fallido musical del Oeste La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), de Joshua Logan, que interpretó junto al gran Lee Marvin. Tiene razón: no fue uno de sus grandes momentos, por cierto.
ANTES Y LUEGO DE TORINO
El SUSTITUTO.
Angelina Jolie como una madre soltera en Los Angeles, años veinte, cuyo hijo es secuestrado y recibe a cambio otro niño que, está segura, no es el suyo. Un drama policial y de época que le valió a Jolie una candidatura al Oscar, y que Eastwood terminó apenas unos meses antes de lanzarse a la filmación de "Gran Torino".
THE HUMAN FACTOR.
El film de Eastwood actualmente en rodaje. Morgan Freeman encarna a Nelson Mandela durante su primer período como presidente de Sudáfrica, empeñado en conseguir que su país se convirtiera en sede del Campeonato Mundial de Rugby, entre otras razones para lograr la unidad de blancos y negros en torno al deporte.