Esta nota fue originalmente publicada el sábado 19 de abril.
Una compulsa local y principalmente intuitiva durante la temporada de premios dejó la sensación de que Cónclave era la favorita del pueblo. Se entiende: en un año sin destacados contundentes, era una película correcta, muy vistosa y con la amabilidad que siempre aporta un best seller.
Su llegada a la grilla de Prime Video permitirá reevaluar esa primera impresión o —nunca es tarde— poder, después de tanto conocerla. El reciente fallecimiento del papa Francisco, a dos días del estreno de Cónclave en streaming, sin dudas influirá en su popularidad.
Es, para ubicarse, la siguiente película del alemán Edward Berger después de Sin novedad en el frente, que ganó cuatro Oscar, incluyendo mejor película internacional, además de haber estado nominada en la categoría principal. Aquella era, además, una eficaz y efectista adaptación de la novela pacifista de Erich Maria Remarque.
Detrás de Cónclave también hay un best seller, aunque un tanto más contemporáneo. Está basada en la novela de Robert Harris, un británico que tiene por lo menos dos adaptaciones ilustres: El escritor oculto y J’Accuse, ambas para Roman Polanski. Sus novelas han vendido más de 10 millones de ejemplares en todo el mundo.
Cónclave se editó en 2016 y fue un best seller. Era obvio, porque Harris es un gran narrador y, la novela, un policial en los secretos pasillos del Vaticano. Y se sabe, ya desde antes de El código Da Vinci, que eso al público le encanta. No es que quiera descubrir nada, pero su intriga de corte entre cardenales es un camino seguro.
El guion de Peter Straughan (que terminó ganando el Oscar) respeta la firme estructura de la novela y conserva intacto el giro final. No había mucho que tocar: Harris escribe con una precisión cinematográfica.
El asunto es atractivo, claro, y sigue los acontecimientos tras la muerte de un papa. Recrea, a base de intuición e investigación, lo que sucede una vez que se cierran las puertas de la Capilla Sixtina y comienza el cónclave, o sea, la cumbre de cardenales que elige al nuevo pontífice.
Ralph Fiennes (nominado al Oscar) es Lawrence, decano del Colegio Cardenalicio, a quien le toca liderar la elección papal. Entre los candidatos con más posibilidades están Stanley Tucci, John Lithgow, Lucian Msamati y Sergio Castellitto. Cada uno representa los clásicos bloques de cualquier organización: hay tradicionalistas y progresistas, unos con mano dura y otros con mano blanda.
Así, lo que parece un trámite se convierte en un conflicto de intereses políticos y personales. Aparece algún candidato imprevisto y los cardenales empiezan a mostrar cierta mezquindad poco santa, que es señalada por la hermana Agnes, el silencioso baremo moral que interpreta la también nominada Isabella Rossellini. Su papel es mínimo, pero fundamental.
“La película aborda el papel de la mujer en la Iglesia a través del rol de Isabella, y cómo eso, quizás para algunos, resulta un poco extraño”, le contó Berger a The Hollywood Reporter. “Cuando habla, creo que dice lo que piensa, la verdad, y queremos aplaudirla porque finalmente alguien lo dice con tanta claridad. La relación entre la feminidad, la masculinidad y la duda, que quizás se percibe como debilidad, quizás como una cualidad femenina. Así que esa feminidad versus la masculinidad juega un papel importante en esta película”.
Cónclave, como la novela, sigue metódicamente todo el proceso de votación que, al final de cada jornada, anuncia su resultado con un humo negro (no se llegó a un acuerdo) o blanco (¡Habemus Papa!). El mundo exterior está absolutamente prohibido, aunque se va a empeñar en hacerse notar en una de las grandes escenas de la película.
“Antiguos rituales chocando con la modernidad”, describió Berger a la película para The New York Times. También la definió, en el mismo artículo, como un “juego de ajedrez de intriga política que podría haber ocurrido en una multinacional o en Washington”.
Harris, cuando la salida de la novela, había sido igual de escueto: “Al final, todo es política”. Eso queda claro en el cotilleo de pasillo y los secretos que se van revelando metódicamente.
La diseñadora de producción Suzie Davies dijo haberse acercado a la película más como un thriller de la década de 1970 que como una película religiosa.
Es, más allá de lo que digan sus responsables, un policial pontificio más cerca de Agatha Christie que de Las sandalias del pescador, y todo pasa, básicamente, por la travesía personal de Lawrence, el magistral papel de Fiennes, quien increíblemente perdió en los Oscar contra Adrien Brody, repitiendo personaje en El brutalista. Hay algo también de Doce hombres en pugna, otra sobre un grupo de hombres reunidos para tomar una decisión importante.
Y es muy visitosa. El trabajo de Davies —quien fue otra de las ocho nominaciones de Cónclave en los premios de la Academia—, el vestuario de Lisy Christi (que recurre a un vermellón cardenalicio del siglo XVII) y la fotografía (increíblemente no mencionada en los Oscar) del francés Stéphane Fontaine, aportan un montón al atractivo. Es, como se solía decir, un festín visual, una película de panorámicas y planos generales para contar la odisea de un hombre.

Ese rojo de las vestimentas de los cardenales, contrastado con el blanco marmóreo de los patios vaticanos, la imponencia de la Capilla Sixtina (reconstruida en Cinecittà), hermosos planos generales y una toma cenital repleta de paraguas, son algunos de los más notorios lujos que se da la película. Eso ayuda a la estima que genera en cierto sector del público cinéfilo, que la hizo su favorita en los Oscar. Esos preciosismos son parte del estilo de Berger, que hicieron también que Sin novedad en el frente (en Netflix) fuera tan imponente de ver.
Berger —de quien se ha rumoreado que podría encargarse de la próxima James Bond— es un director, así, de la vieja escuela. De aquellos que consiguen combinar destreza, originalidad, espectáculo y algunas cosas para decir. Todo eso hace de Cónclave —que en cines uruguayos se estrenó el 30 de enero y llegó este viernes a Prime Video— una de esas películas que, como se suele decir, ya no se hacen. Y eso es por su porte, su relevancia, esa fotografía, ese diseño y un par de escenas impresionantes.
Buena matiné.
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