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"La naranja mecánica" tiene medio siglo pero aún habla de la violencia de hoy (y eso aterra)

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la naranja mecánica

VUELVE A CINES

La película de Stanley Kubrick se estrenó en 1971 en Estados Unidos, y muchos de sus temas siguen en el debate actual. Este miércoles se la puede ver en cine, en el Movie

Al contrario de lo que se puede pensar lo que más debería asustar —n una novela, en una película—- no es que un príncipe transilvano quiera comprar un terreno en la vecindad o que un tipo con cara de acné mal tratado se aparezca en los sueños. Lo verdaderamente aterrador —en una novela, en una película— es cuando sentimos que algo así nos puede pasar.

Esa característica, además, confirma permanencias en el imaginario colectivo de creaciones como 1984 de George Orwell que, a pesar de estar hablando del futuro, lo hizo a partir de datos concretos y reconocibles para el público de su época y los que vinimos después. Lo mismo pasa con La naranja mecánica, la película de Stanley Kubrick estrenada hace 50 años y que hoy se exhibe en todo su potencial de pantalla grande en el Movie de Montevideo Shopping.

Basado en una novela de Anthony Burgess, la película es una fábula aterradora sobre un futuro que siempre ha parecido estar a la vuelta de la esquina. Kubrick, quien venía de dirigir 2001, Odisea del espacio (una película esperanzadora), presenta en La naranja mecánica, el diagnóstico de una sociedad enferma.

Es descorazonador percatarse de que algunos asuntos como cierta inoperancia estatal, el oportunismo de la política, la brecha generacional y la violencia expandida a todos los niveles, siguen siendo tema de debate, después de tanto tiempo.

De hecho, Kubrick incordió con algunas de esas cuestiones en toda su carrera que abarca desde mediados de la década de 1950 al penúltimo año del siglo pasado. Su cine (desde La patrulla infernal a Ojos bien cerrados) era, en definitiva, un aviso sobre hacia dónde estábamos yendo. Que eso lo haya hecho con una destreza técnica y una puesta en escena apropiada e imaginativa es lo que lo convierte en uno de los grandes maestros del cine.

Actualidad, pericia e imaginación son tres de las razones por las que La naranja mecánica sigue siendo así de terrorífica. Lo que muestra todavía no pasó pero cada vez parece más cerca. Y Kubrick supo cómo hacer familiar y a la vez fantástico el mundo en el que transcurre con la banda de sonido de Walter (luego Wendy) Carlos que combina clásicos con tecnología moderna (¡esos Moog!), el diseño de producción de John Barry y la fotografía de John Alcott.

La historia es conocida: Alex (Malcolm McDowell, con su perfecta cara de malcriado) es el líder de una pandilla de ni-ni que pasa sus días en la diletancia absoluta de la que salen, envalentonados con leche de Korova, la bebida de moda, en unos violentos raids nocturnos. Así, entre otras barbaridades apalean un mendigo, copan casas y violan. Son unos casos perdidos y hasta hablan en su propio lunfardo, el nadsat, que ya estaba en el libro y que abunda en la película.

Alex vive con sus padres displicentes en un edificio decadente en una Londres decadente y siente una fascinación patológica con la música de Beethoven, a quien refiere amistosamente como “Ludwig Van”. Kubrick utiliza la referencia para recordarnos la violencia que inspiran o transmiten las grandes obras de arte.

A Alex, finalmente lo atrapan y se lo transfiere al programa Ludovico, creado por el gobierno para reformar casos perdidos como el suyo. El método es brutal y convierte al muchacho en un ser integrado a la sociedad aunque demasiado vulnerable a la violencia en un mundo cargado de violencia.

Nada es perfecto y ahí hay un giro que se acopla cómodamente con ese descreimiento por las conclusiones optimistas lo que tiene que ver con cierto nihilismo y falta de confianza de Kubrick hacia nosotros que también recorre casi toda la obra de Kubrick (solo los de 2001: Odisea del espacio y Ojos bien cerrados calificarían como finales felices).

Fue Terry Southern, el guionista de Dr. Insólito, quien le acercó a Kubrick la novela que Burgess había publicado en 1961. Concentrado en 2001, el director no le prestó atención hasta que, ya con un poco de tiempo libre, quedó deslumbrado con esa violenta fábula contemporánea disfrazada de futurista.

La Naranja Mecánica
Foto: Difusión

“Comencé a leer el libro y lo terminé de una sentada”, le dijo en su momento Kubrick a la periodista Penelope Huston. “Al final de la primera parte, parecía bastante obvio que podría ser una gran película. Al final de la segunda parte, estaba muy entusiasmado. Ni bien lo terminé, lo volví a leer... La historia tenía un tamaño y una densidad que podía adaptarse a la película sin simplificarla demasiado ni despojarla hasta los huesos”. Por primera vez, él mismo escribió, solo, una adaptación.

La película —que en Estados Unidos se estrenó en diciembre de 1971 y en Uruguay, en mayo de 1973 y fue la mejor película del año según la crítica local, de acuerdo al sitio Cinestrenos— consiguió una unanimidad crítica que no incluyó a algunos de los grandes críticos de la época (Andrew Sarris y Pauline Kael la odiaron, por ejemplo). Otros cuestionaron lo gráfico de la violencia y cierta simpatía en la mirada hacia Alex; ambos argumentos podrían tener cierto fundamento.

Sí fue un éxito de taquilla que Kubrick planificó con la misma dedicación que la puesta en escena: recopiló datos de dos años de cada sala en cada ciudad importante de Estados Unidos y allí determinó cuáles eran los mejores cines para La naranja mecánica. Hizo bien las cuentas y la película a pesar de haber conseguido una calificación X; Kubrick le hizo un corte 30 segundos más pudoroso y con eso consiguió aliviar la calificación.

Más problemático fue el estreno en Gran Bretaña, donde también fue un éxito hasta que desapareció de las carteleras por una combinación de Kubrick (quien habría recibido amenazas de muerte) y celo de los censores ante lo que, se decía, fue una moda de delitos copiados de la película. Nunca se supo muy bien qué pasó pero no se vio en Gran Bretaña hasta el 2000.

“La historia funciona, por supuesto, en varios niveles: político, sociológico, filosófico y, lo que es más importante, en una especie de nivel psicológico-simbólico onírico”, dijo Kurbick en una entrevista con el New York Times citada en The Encyclopedia of Stanley Kubrick. “Alex es un personaje que, según todas las consideraciones lógicas y racionales, debería ser completamente antipático y aborrecible. Y, sin embargo, de la misma manera que Ricardo III socava gradualmente tu desaprobación de sus malos caminos, Alex hace lo mismo y atrae a la audiencia a su propia visión de la vida”.

Y que un tipo como Alex tenga razón y que el mundo siga planteado en sus términos, eso es el terror.

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