Guía de cine 2025: las películas con crítica política que marcaron el año en Netflix, HBO Max y Disney+

De terror, superhéroes y dramas históricos, las producciones de 2025 reflejan la política y la sociedad actual, combinando entretenimiento, sátira y reflexión en cada historia.

Escena de la película "Pecadores", de Ryan Coogler.
Escena de la película "Pecadores", de Ryan Coogler.

Eddington ha sido definida como “la fantasía pandémica de Ari Aster”, pero en realidad es sobre 2025. El gran villano de la película no es la pandemia ni los mandatos de uso de mascarillas, ni nada que se lea como codificado en 2020: son los gigantescos centros de datos de inteligencia artificial que el gobierno local ha aceptado permitir en las afueras del pueblo, y que presumiblemente absorberán el agua en la ya árida región de Nuevo México.

Que Eddington (que no se estrenó en Uruguay y no está en streaming) resultara exasperante o estimulante dependía de la mirada. Pero las películas de gran presupuesto, con estrellas de primera línea y campañas de marketing ruidosas, en general no han sabido cómo abordar la actualidad.

De hecho, la era Trump -su tecnocracia, sus gestos de reality show y la desinformación en redes sociales que comenzó en su primera administración en 2016- no se ha caracterizado por un cine políticamente incisivo. Hubo algunas excepciones -¡Huye!, Parásitos- pero en su mayor parte, los cineastas que intentaron abordar este momento fallaron el tiro, produciendo cosas como No miren arriba y El escándalo.

Pero en 2025 llegaron señales de vida. No todas estas películas funcionaron. Pero parecía que, por fin, los narradores de Hollywood estaban logrando entender cómo explicar este período y reflejarlo. Miraron a una variedad de géneros y pensaron de manera metafórica, mitológica e histórica. Sabían de qué estaban hablando.

Eddington quizá haya sido la más controvertida de las películas políticas de 2025, pero Pecadores de Ryan Coogler, fue probablemente la más comentada. Combina música, terror e historia en un relato explosivamente sangriento sobre los efectos persistentes de la esclavitud, el colonialismo y el racismo en un pueblo de Misisipi durante la era de Jim Crow. En lugar de una trama burdamente alegórica, Coogler opta por un relato que zigzaguea, permite múltiples lecturas y sirve leyendas y vampiros, góspel y blues.

Si pasamos del terror a las películas de superhéroes -un género que desde hace tiempo tropieza de manera incoherente cuando se trata de política-, no debería haber sorprendido cuántos comentarios James Gunn cargó en Superman (Disney+) dadas las profundas raíces del Hombre de Acero como un guerrero antifascista y anticorrupción en nombre de la verdad, la justicia y, bueno, ya saben.

Pero en manos de Gunn, el principal antagonista de Superman es un “tech bro” exaltado que inventa lo que parece ser un clon de IA bastante defectuoso y que utiliza bots para difundir desinformación y cultivar indignación contra el héroe. Y eso es solo una de las muchas referencias al entorno actual.

Entre las películas más elogiadas por la crítica del año se encuentra el drama de Paul Thomas Anderson Una batalla tras otra (desde mañana en HBO Max) que adapta y actualiza libremente la novela de la era Reagan Vineland, de Thomas Pynchon. La película no es un panfleto ni un manifiesto: trata sobre lo que significa que el activismo político evolucione a lo largo de generaciones. Todos los personajes están descubriendo que nunca obtendrán el mundo por el que trabajan, pero que de todos modos tendrán que entregarlo a otros; un tema central en un momento en que la “gerontocracia” ocupa el centro del discurso político.

Mientras tanto, Wake Up Dead Man (Netflix) de Rian Johnson, la tercera entrega de Knives Out, aborda la creciente ola de nacionalismo cristiano y el poder de líderes hambrientos de poder que fomentan cultos a la celebridad. Johnson combina con inteligencia chistes sobre el Departamento de Eficiencia Gubernamental y los “marxistas feministas” con pullas dirigidas a aspirantes inseguros a celebridades de internet que intentan dividir y conquistar el mundo en lugar de mejorarlo.

Todas estas películas llegan con fuerza; otras son más blandas. Wicked: por siempre (en cines) la segunda parte de la adaptación musical de Broadway de Jon M. Chu, continúa la metáfora de la primera película sobre el deslizamiento de una nación hacia el autoritarismo y la lucha contra el fascismo, pero la entierra bajo consignas más digeribles. La desconcertante After the Hunt (Prime Video), de Luca Guadagnino, intenta decir algo sobre la política de la identidad y el acoso sexual, pero es un enredo sin salida.

El sobreviviente de Edgar Wright, actualiza la película distópica de 1987 (Carrera contra la muerte) para ofrecer un comentario satírico sobre la desigualdad y el entretenimiento, pero es demasiado amplia como para superar sentimientos genéricos de “comerse a los ricos”. Y Tron: Ares gira alrededor de alguna idea sobre la tecnocracia sin control y la inteligencia artificial, pero no se entiende cuál.

Enfoque contradictorio

La película "Wicked: por siempre" analiza un estado fascista.
La película "Wicked: por siempre" analiza un estado fascista.

La idea de que Hollywood haya atiborrado de comentarios políticos (a menudo de inclinación liberal) un entretenimiento popular, muy rentable e incluso aclamado por la crítica puede no resultar demasiado sorprendente. Pero hay cierta ironía dramática en ello en 2025, porque muchas compañías que distribuyen estas películas parecen estar distanciándose de esas mismas políticas.

Este es el año en que Disney, por ejemplo, suspendió al presentador de ABC Jimmy Kimmel tras las críticas a comentarios que hizo sobre el hombre acusado de matar al activista de derecha Charlie Kirk. Parte de esas críticas provinieron del presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Brendan Carr, quien sugirió que su agencia podría tomar medidas contra la cadena.

Paramount produjo y distribuyó El sobreviviente en la que el villano es una corporación conocida como la Red, una entidad gigante que parece haberse fusionado por completo con el gobierno y que posee todas las noticias, el entretenimiento y algunas cosas mucho peores. Paramount, por supuesto, pagó 16 millones de dólares al presidente Donald Trump en julio para resolver una demanda por la edición de una entrevista en el programa 60 Minutes.

Aproximadamente una semana después, Carr anunció que la FCC aprobaría la fusión de Paramount con la compañía de medios Skydance, propiedad de David Ellison, hijo del titán tecnológico Larry Ellison, uno de los hombres más ricos del mundo.

Paramount también ha mostrado recientemente interés en distribuir Rush Hour 4, una franquicia favorita de Trump y, según se informa, a pedido suyo, con el director Brett Ratner al mando. Ratner dirigió Melania, un documental sobre la primera dama, Melania Trump.

Leonardo Di Caprio en la película "Una batallas tras otra".
Leonardo Di Caprio en la película "Una batallas tras otra".

Amazon Prime, que es propietaria de MGM habría pagado 40 millones de dólares por distribuir el documental, que se estrenará en su plataforma en enero. El servicio de streaming también lanzará una serie de tres partes sobre su vida y sus viajes entre Nueva York, Washington y Palm Beach.

Las razones de movimientos como estos y otros pueden presentarse como menos partidarias que pecuniarias: los estudios de Hollywood, en última instancia, responden a los accionistas y apuntan a maximizar las ganancias. Las fusiones y adquisiciones, incluidas las de compañías de medios y estudios cinematográficos -como el acuerdo de Netflix para adquirir Warner Bros-, pueden requerir convencer a funcionarios gubernamentales de que acompañen el plan.

Está claro que el dinero habla, y en este momento parece que Hollywood habla con dos bocas. Sin embargo, eso plantea una pregunta: en el futuro, ¿seguiremos viendo películas de grandes estudios con inclinaciones políticas? ¿O resultarán demasiado riesgosas para las ganancias corporativas futuras? Solo el tiempo lo dirá, pero 2025 puede resultar un punto de inflexión para Hollywood, en más de un sentido.

(Alissa Wilkinson/The New York Times)

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