Redacción El País
Al comienzo de la crítica que el New York Times publicó en agosto de este año sobre Golda, uno de los estrenos que llega hoy a cines locales, se resume a la película con tres o cuatro características esenciales: “Filma a su personaje principal en primeros planos confrontativos de sus ojos enrojecidos, sus dedos manchados de nicotina y sus tobillos hinchados. Y en algún lugar debajo de las prótesis está Helen Mirren”.
A pocas semanas de la polvareda levantada por el estreno del tráiler de Maestro, el film de Netflix en el que Bradley Cooper hace gala de una transformación física y luce, en su composición del músico judío Leonard Bernstein, una nariz que ha sido acusada de “racista”, y una temporada después de otras películas observadas como La ballena o Los ojos de Tammy Faye, Golda llega con puntos en común.
Mirren hace eso que tanto le gusta a la Academia cuando de nominar a los Premios Oscar se trata. Se vuelve irreconocible y es, más bien, el esqueleto y el espíritu dentro del cuerpo al que prometió encarnar: Golda Mier, primera mujer en haber sido Primera Ministra de Israel; diplomática, estadista.
El casting fue visto con recelo por cierto sector, en tanto Helen Mirren no es judía, algo que la propia actriz le había advertido al director Guy Nattiv, de quien en Uruguay se vieron La inundación (2011) y El padre, el hijo y el salvador perdido (2014). Pero él estaba convencido y, quizás más importante, el nieto de Golda Meir también: Gideon, fallecido en 2021, había dejado en claro que veía en la británica algo de su abuela. Con eso bastaba.
A la vista, no hay casi nada de Mirren en el personaje central de Golda. La elegancia, la delicadeza en los modos de la actriz, una de las pocas en haber ganado el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA y el Premio del Sindicato de Actores, quedan sepultados bajo ropas austeras y capas de prótesis que transforman por completo su cuello, su torso, su rostro.
Si en la película La Reina no requirió de mayores efectos para la construcción física de Isabel II, esta experiencia fue drásticamente distinta. Mirren precisó lentes de contacto oscuros, bolsas de silicona debajo de los ojos, prótesis para transformar sus mejillas y su nariz y su papada, recursos para envejecer su rostro en general y tintura para tener, siempre, los dedos manchados de nicotina.
Golda Meir no paraba de fumar.
A eso se le sumaron la peluca y el traje acolchonado para el torso y las piernas, un montón de decisiones que vienen siendo discutidas una y otra vez en la ficción audiovisual: ¿hay que transformar a los actores elegidos o hay que elegir a los actores con el físico adecuado?
La película sigue a Golda Meir en los 19 días que duró la Guerra de Yom Kippur, en 1973. Con un dejo de thriller, pone el foco en la complejidad del entramado político y en las decisiones de la Dama de Hierro en el momento más álgido de una gestión que fue de 1969 a 1974. Cuando Egipto y Siria arremetieron contra Israel con un ataque sorpresa y dejaron al país bajo amenaza de una destrucción total, el accionar de su líder sería definitivo para la forma en la que se evaluaría su legado.
Golda fue estrenada a nivel mundial en febrero en el Festival Internacional de Cine de Berlín, y luego sirvió de apertura en el Festival de Jerusalén, donde se la recibió al grito de “¡Democracia!”.
La película ha sido evaluada en tanto producción de cine, pero también ha sido mirada por cómo dialoga con la realidad israelí de hoy. En un año de profundas tensiones marcadas por cómo el pueblo se opuso al proyecto de reforma judicial del Gobierno que lidera Benjamín Netanyahu, el acontecimiento que impulsa Golda ha sido puesto en perspectiva, revaluado, resignificado.
Una crítica del medio hebreo Walla reflexionó: “Si se ve la película, también se hablará de ella. Y nos ayudará a centrar de nuevo la conversación en las cosas realmente importantes, a recordarnos el enorme sacrificio que tuvimos que hacer para seguir siendo una democracia, y para probar que este país no es inmune: casi se vino abajo una vez, y fue por errores internos”.
Mirren, que ha declarado que este es uno de los personajes más extraordinarios que le ha tocado encarar, lidia en el cine con el martirio, con el poder, con la responsabilidad y el peso de los muertos, pero también con la propia decadencia que el personaje recorre. Es su trabajo, así como la dirección y una estética austera y ahumada, lo que más ha celebrado la crítica especializada. Del otro lado, se ha señalado lo simplista del abordaje y la unidireccionalidad de la trama, que le saca el cuerpo a cualquier ambigüedad, a cualquier matiz, a cualquier discusión.
Sobre esas voces, la de Mirren intenta alzarse: “Todo lo que quiero es interpretar a grandes mujeres, y Golda fue una de las más grandes”.