¿Cuál es la vigencia de Charlie Chaplin, el artista que fue la primera estrella global del cine, hizo algunos de sus clásicos hace 100 años y fue la figura cultural del siglo XX?
Una forma de comprobar su estatura y su capacidad de hacer reír a públicos los de ahora, como en el que nos hemos convertido, puede ser mañana, sábado 5, a las 20.00 en Cinemateca Uruguaya cuando, para celebrar el centenario de su estreno, se exhiba La quimera del oro, una de sus grandes obras. Será en copia restaurada y en 4K, o sea en la máxima calidad.
Inspirado por una imagen estereoscópica de una fila de mineros alineados para cruzar el paso Chilkoot en 1896, Chaplin concibió La quimera del oro como su primera producción a escala épica y trasladó a un equipo de más de 600 técnicos y extras a Truckee, California, para comenzar a filmar las secuencias ambientadas en el Yukón pero filmadas en Sierra Nevada.
Sin embargo, Chaplin pronto descubrió que las dificultades del rodaje en exteriores no se adecuaban a su estilo meticuloso, basado en múltiples tomas. Aparte de la impresionante secuencia inicial —una línea de hormigas humana avanzando hacia un infinito helado—, poco parece haber sobrevivido de ese rodaje en exteriores en la versión final de la película. Chaplin regresó entonces a Los Ángeles, donde se instaló en su estudio para una maratón de producción de 15 meses.
Así, una ambiciosa visión histórica terminó por convertirse en otro estudio sublime de Chaplin sobre la soledad y el individualismo forzado. El mundo natural se reduce a una extraña inmensidad confinada, recreada en estudio.
Es un fondo vacío contra el cual el vagabundo, el clásico personaje chaplinesco, busca refugio en una sucesión de albergues inestables: una cabaña compartida con un forajido asesino (Tom Murray) y un minero hambriento (Mack Swain); un salón de baile donde el vagabundo es engañado por Georgia, una hermosa “anfitriona” (Georgia Hale, una mujer inusualmente dura y moderna entre las vírgenes heroínas victorianas de Chaplin), que lo usa para provocar celos en su amante; y la cabaña de un ingeniero de minas simpático (Henry Bergman), donde el vagabundo actúa como cuidador mientras el dueño está ausente.
En una secuencia muy conocida, Chaplin y Swain se encuentran en una cabaña que, durante una tormenta violenta, ha sido arrastrada hasta el borde de un precipicio; el más mínimo movimiento puede alterar el delicado equilibrio y hacerlos caer al vacío. Las relaciones humanas no son menos precarias: incluso después de que Chaplin hierva generosamente uno de sus zapatos y lo sirva como un manjar compartido con el corpulento Swain, su hasta entonces amigo pierde la razón e imagina al vagabundo como un pollo, al que debe cazar con cuchillo, pistola y hacha.
Las películas de Chaplin están llenas de estos momentos de desconocimiento, no todos pensados como cómicos. Como el millonario en Luces de la ciudad (1931), que reconoce a Charlie como su mejor amigo cuando está borracho pero lo desconoce cuando está sobrio, Georgia, la chica del salón, lo trata con gran ternura en un momento y con asombrosa frialdad al siguiente. Es posible rastrear las raíces de esta ambivalencia en la difícil relación de Chaplin con su madre, que quizá padecía esquizofrenia y murió en una institución.
En 1942, Chaplin estrenó una versión sonorizada y con su propia voz en off —que en Uruguay se estrenó, de acuerdo, al sitio Cinestrenos, el 10 de febrero de 1943 en el cine Trocadero— y era como si Chaplin hubiera dejado de creer en el poder del cine mudo. La versión que se verá en Cinemateca es la original con intertítulos.
La quimera de oro fue considerada por mucho tiempo como la obra maestra de Chaplin.El canon vigente (el que en 2022 publicó el British FilmInstitute), no la ubicó en las mejores películas de todos los tiempos. Sí están Luces de la ciudad y Tiempos modernos, otros de sus clásicos.
Sin embargo y más allá de lo que digan los críticos, La quimera del oro se mantiene como una obra divertida y ahora habilita la posibilidad de revisar la permanencia de Chaplin, el gran artista del cine. Con información de The New York Times