REBAR
En el último octubre, nuestro sabatino "Qué Pasa" publicó una nota relacionada con las bodas entre niños de tres y siete años que se realizan en Afganistán: el texto fue ilustrado por una foto de SUNAM -parece una sigla, pero es el nombre de una pequeña de tres años- que luce un vestidito adecuado para su compromiso con NIEEM, su primo de siete años, en junio pasado. Las familias de ambos afirman que un noviazgo simultáneo con el crecimiento de los chicos, les será muy útil para conocerse y casarse con certeza de felicidad, al rondar la "comprometida" de hoy los 14 años.
La noticia se mostraba difícil de ser superada, pero pocos días después fue archivada por la que protagonizó una pareja canina, que contrajo nupcias bajo juramento de vivir juntos "hasta que un ladrido nos separe". La novia llamó la atención de "la perrada", por su atuendo preparado especialmente para la ocasión, y el novio vestía sobriamente, demostrando que se puede ser elegante sin alquilar un traje de etiqueta.
Tampoco este episodio parecía ser desplazado de su lugar en el Guinness: pero, vivimos en un mundo que, cada día más, nos convence de su inagotable poder para sorpendernos. Entérense de esto, y repitan la lectura quienes ya conozcan el hecho a través de El País del 15 de noviembre ppdo.
Selva Kumar, un campesino de 34 años que sobrevive en la India porque no encuentra otro lugar donde hacerlo, veía que su existencia se deslizaba en soltería, algo que venía agravándose porque era incapaz de borrar una sombra del pasado: había matado a una pareja de perros. Ignoro si antes de convertirse en "perrocida", los animales llegaron a morderlo; el caso es que, ahora, lo remordía la conciencia.
En extrema angustia, Kumar consultó a un astrólogo... tal vez para preguntarle qué quiso decir Homero Manzi en "Barrio de tango", con aquello de un ladrido de perros a la luna; el consejo recibido fue muy sencillito; para liberarse del "embrujamiento" al que, de por vida, lo condenaba su doble "perrocidio", Selva Kumar debía casarse con una perra.
Y el tipo terminó casándose con una perrita apodada "Selvi", a la que siguió una verdadera procesión (supongo que de humanos y perros mezclados) hasta el templo en que se celebró la ceremonia. Cabe otra suposición: que a la salida del tempolo, los hayan rociado con una lluvia de huesos bien picaditos a semejanza del arroz.
Imagino cómo habrá sido la noche de bodas. Selvi, mimosa. Selva, pesadote, preguntándole, absurdamente curioso: "¿De quién es este morrito?"...
¡Ojo, Selva! No hagas cachones, porque de repente, y según sea la sensación térmica que experimente Selvi en ese momento, se enardece... te acerca el morro, pero te pega un mordiscón y te deja sin nariz.