ALEXANDER LALUZ
El artista plástico uruguayo Julio Alpuy, de 90 años, falleció este fin de semana en la ciudad de Nueva York, donde residía con su esposa, Joana Simoes, desde diciembre de 1961.
En esta ciudad, Alpuy había desarrollado una prolífica carrera en la que el descubrimiento y exploración de nuevos materiales, formas y volúmenes fueron las notas dominantes de su producción plástica. Desde allí investigó y creó dejando siempre una huella de identidad uruguaya. Fue un artista que, desde la mirada física del exterior, siguió hurgando en el interior anclado en su pequeño territorio del Sur, donde gestó, al lado de Torres García, una concepción artística inquieta, transformadora y, por sobre todas las cosas, muy personal.
De Cúneo a Torres. El primer y juvenil acercamiento al arte de este oriundo de Cerro Chato, Tacuarembó, fue con la obra de José Cúneo. A raíz de esa removedora experiencia, Alpuy decidió comprar los primeros materiales para iniciarse en la pintura y el dibujo. En esta etapa, su todavía balbuceante lenguaje plástico transitaba por lo naíf, y sus expectativas no iban más allá del ámbito privado.
Recién a principios de los años cuarenta se produce el primer cambio sustancial en su trabajo, cuando comenzó a estudiar con Torres García, un tiempo antes que el creador del universalismo constructivo creara su influyente taller.
En el fecundo marco de estudio e investigación creado por Torres, Alpuy fue descubriendo las posibilidades expresivas de un nuevo lenguaje y, en poco tiempo, se convirtió en uno de los seguidores más comprometidos con el maestro. Tras la muerte del maestro, en 1949, Alpuy siguió vinculado al taller e inició una búsqueda más personal dentro del constructivsmo. De este período han quedado numerosas pinturas, relieves, dibujos, témperas, en las que convergen otras líneas estéticas como el simbolismo y el americanismo, a través de las que consigue anudar con igual intensidad lo racional y lo emotivo. Tal mixtura se puede apreciar en obras como Mural del Hospital Saint-Bois (1944), Naturaleza muerta, el día (óleo sobre cartón, de 1946), Construcción con hombre rojo (óleo sobre madera, de 1945), Proyecto para mural (óleo sobre arpillera, de 1955), o Gran paisaje constructivo de Montevideo (óleo sobre tela, de 1957).
FASES DEL CAMBIO. En la segunda mitad de los años cincuenta, Alpuy inició una etapa de transformación profunda, recogiendo las experiencias de sus viajes por Oriente, Europa y otros países de América Latina. Así comenzó su primer alejamiento de Uruguay que finalmente se concreta en 1957 con su radicación por dos años en Bogotá, Colombia.
La confrontación con una sociedad y cultura distintas, más el contacto con otros artistas y críticos latinoamericanos, provocaron su progresivo alejamiento del marco estético constructivista. Es así que su lenguaje comienza a explorar en otro universo de colores (entre los que predominaban los amarillos, azules, verdes, en tonalidades muy intensas) y en tipos estilísticos muy próximos al neocubismo. Otro elemento nuevo de este período es la composición con diagonales y numerosos puntos de fuga, creando una construcción y percepción del espacio completamente distinta a la que trabajó dentro del constructivismo.
Este mundo, Alpuy mantuvo viva su inquietud de permanente buscador, y, hacia fines de los 50` sintió la necesidad de salir a buscar otros horizontes. Las posibilidades eran muchas. Podía ser Nueva York, París, o algún otro megacentro urbano y cultural. Al final, la decisión recayó en la Gran manzana, en donde permaneció hasta sus últimos días. Esta fue una nueva etapa de consagración, y el redescubrimiento de la madera, los volúmenes, en la contenida expresividad de los rústico y una estética íntima, despojada.